Malas ideas

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Pidge llegó a su habitación y caminaba en círculos mientras se cambiaba de ropa, cuando terminó se dejó caer pensando en todo lo sucedido y cayó en cuenta que no había otra opción, aquel sobre debió caérsele en el departamento de Shiro. Se golpeó el rostro con las manos, avergonzada pensando en que pasaría si el joven lo llegaba a descubrir. ¿Qué pensaría de ella?

Estaba pensando si había una forma de que podría escabullirse el departamento de Shiro cuando recordó que, como hija de un maestro, tenía acceso al departamento de su padre. Su padre se lo había dicho antes de entrar a clases pero estaba tan concentrada en destacar por cuenta propia que no lo había considerado. Solo necesitaba un familiar del joven mentor para poder escabullirse en su departamento, y para su buena suerte conocía a la persona correcta.

Tomó su mochila, se puso de pie casi en un salto y salió corriendo, casi se tropieza en más de una ocasión pero no tenía tiempo que perder hasta que llegó a la azotea del edificio de los salones aunque, para su mala suerte, estaba vació.

Pidge soltó un suspiro recordando que Keith había ido con su equipo y los compañeros de ella a la feria y lo más seguro es que no regresarán hasta que anocheciera. Se dejó caer en el suelo derrotada y se perdió viendo las nubes moverse en el cielo, el efecto le causaba un poco de mareo pero era mejor que pensar en su mala suerte. Cerró los ojos cansada de las nubes y se concentró en el tacto duro del frió concreto en su espalda, piernas y brazos extendidos.

No se dio cuenta de cuando se quedó dormida pero se despertó al tacto en su mejilla con un respingo. Keith la miraba y parecía que también se había asustado, pues con rapidez quito la mano de la mejilla de la chica y se puso de pie mirando al ocaso.

— Enfermarás si te quedas dormida aquí — dijo de forma distraída como si estuviera diciendo lo primero que se le viene a la mente.

— Solo fue un momento — le respondió tallándose los ojos, aunque en realidad no estaba segura de cuánto tiempo había dormido —. ¿Cómo estuvo la feria? ¿Se divirtieron?

— No lo sé. No fui. Jessica puede llegar a ser un fastidio, no quise averiguar lo que pasaría si se unía a Lance McClain.

Pidge rió por un momento pero al recordar a la chica revolviendo su cajón de ropa interior se detuvo de inmediato, no imaginaba como sería tenerla de compañera de equipo.

— Entiendo — dijo con una risa nerviosa mientras se enderezaba y se estiraba —. ¿Entonces a dónde fuiste?

— Estuve en las exposiciones aunque tenían razón, no había nada de emocionante.

El joven se sentó a lado de su amiga aun sin mirarla, el sol se estaba poniendo en el horizonte bañando el cielo de tonos anaranjados y ambos chicos se dejaron absorber por la tranquilizadora atmósfera hasta que la chica bostezó.

— Deberías ir a dormir — sugirió el chico con una sonrisa.

— Estoy bien, es solo eso — se quejó la joven señalando el atardecer —. Es la cosa más aburrida que he visto en mi vida.

Keith rió con fuerza, era raro verlo reír pero no importaba cuanto lo oyera, algo en su risa hacía que Pidge sonriera.

— Eres la chica más extraña que conozco.

— Que gracioso — refunfuño dándole un puñetazo en el brazo —. Deberías juntarte mejor con esas niñas bobas del equipo Eta. Apuesto que a ellas les gustan los atardeceres.

Keith hizo una mueca que se parecía más a su rostro habitual y está vez fue Pidge quién rió con una fuerte carcajada, por primera vez desde que llegó Keith miró a Pidge y su mirada era de claro berrinche pero después de pensarlo solo empujó un poco a la chica que se dejó caer al suelo aun riendo.

Garrison ProudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora