De parvis grandis acervus erit

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Keith y Pidge no se habían visto en varios días; cuando se vieron no pudieron evitar notar lo diferente que el otro lucía.

Pidge se notaba más pálida, sus ojeras que adornaban su cara de forma usual, estaban más marcadas y sus ojos más hundidos. Keith, por otro lado, se veía más cansado que de costumbre y era claro que le hacían falta varias horas de sueño, aunque no tantas como a la chica.

— Keith, ¿qué haces aquí? — Preguntó la joven quien fue la primera en reaccionar, pero sonidos en el pasillo hizo que la pregunta quedará en el aire.

Pidge tomó a Keith del cabello y la ropa para jalarlo y a modo de respuesta por sus protestas recibió una patada en el pecho, mientras ella cerraba la puerta y pegaba el oído contra ella. Escuchó el murmullo de dos estudiantes de último año que asumió que eran las supervisoras del pasillo, pero por su plática asumió que no sospechaban de la presencia de alguien estaba en su habitación.

Pidge suspiró con alivio, acababa de regresar a la escuela y lo último que esperaba era verse enrollada en otro castigo.

— Vaya forma de saludar — protestó Keith quién no sabía que le dolía más, su abdomen o su cabello.

— ¿Qué haces aquí? — Repitió Pidge mientras se sentaba en el suelo frente al chico susurrando.

— Eso quería preguntarte yo.

— Es mi habitación, torpe. Se supone que este aquí.

— Bien. ¿Por qué susurramos?

Pidge infló las mejillas y por su expresión, Keith adivinó que estaba pensando que era un idiota, así que levantó las manos en señal de derrota.

— Bien, tienes razón. Es tu habitación.

Pidge suavizó su expresión, pero sin sonreír, si lo pensaba no estaba segura de recordar como sonreír, pero en esos momentos prefería concentrarse en reprender al adolescente frente a ella.

— ¿Qué haces aquí? — Preguntó por tercera vez, pero Keith no contestó, había perdido todo el valor en aquella corta discusión.

— ¿Cuándo volviste? — Preguntó mientras se cruzaba de brazos con incomodidad, cosa que la joven imitó.

— Justo ahora.

Pidge iba a repetir su pregunta, pero adivinó por el rostro contrariado del chico que no obtendría una respuesta a esa pregunta, así que suspiró con resignación y se apoyó en la puerta.

Pasaron los siguientes minutos mirándose y desviando la mirada, ninguno de los dos era bueno entablando una conversación, pero si se permitían ser honestos, disfrutaban la compañía del otro.

— ¿Quieres ver una película? — Preguntó Pidge después de casi 15 minutos, harta del silencio incómodo.

Keith pensó en rechazarlo, era tarde, pero se dio cuenta que en realidad no quería volver a su habitación, así que en pasados unos cuantos minutos, ambos chicos estaban acurrucados en la cama con la computadora de la chica frente a ellos y media hora después se habían olvidado de las inhibiciones y estaban gritando con frustración a la actriz que bajaba por una escalera oscura donde asechaba un clavo salido, listo para clavarse en algún pie descuidado.

90 minutos después los chicos se sentían bastante agotados y emocionados por aquella película; bastante más relajados se sentaron a comentar aquella película y cuando consumieron todo el tema de conversación, se recostaron mirando el techo.

Estaban tan cerca el uno del otro en la pequeña cama que la cabeza de Pidge descansaba sobre el brazo de Keith y podían escuchar la respiración del otro.

Garrison ProudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora