21. Falsas ilusiones

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FREYA


Su mano estaba fría pero suave como los copos de nieve. Su voz nostálgica se sintió fresca en el aire. Todavía estaba aquí, deseando poder abrir los ojos. Los mechones castaños estaban pegados a su simétrico rostro y su mano manchada de sangre sosteniendo la mía de una manera que intentaba reconectarse con mi alma.

Quizás la vida sería mucho más dolorosa que cualquiera de estos cortes.

No quería hacerlo despertar, así que, en cuanto pude me quedé dormida a su lado, en mi cama. Si alguien viera la imagen perfecta de mi habitación, seguro que, se armaría un escándalo. Vale, es curioso, porque nunca antes había dejado entrar a un muchacho en mi cuarto.

Por lo demás, era increíble que las sabanas se tiñeran de un color carmesí. Ya estaba lo suficientemente seca. Debía quitarlas en cuanto todo acabe. Y desde ya, era la única cicatriz que había en mi mano, muy aparte de lo que había en otra zona de mi cuerpo. Sí, esa era la más desgarradora de todas.

Tapada bajo la capa fina de su cuerpo, su latido bulló contra mi caja torácica. En cualquier caso, jamás imaginé que vendría a contarme tal cosa y menos por lo que pasó. A lo mejor, no me lo esperaba. Compartió una parte de él sin máscaras y con los ojos levantados hacia los míos.

Me quedé de un lado mientras respiraba su cálido resuello. No necesitaba besarlo para saber que estaba aquí, justo al frente. Pero, en poco menos de dos horas, me moví perezosamente y él ya no estaba. Se había ido. Pude sentir aquel enorme vacío.

El viento sopló en mi cabello. Vaya, había dejado la ventana abierta y yo siquiera podía sentir mis ojos cargados de sueño. Y, por si fuera poco, tenía los labios secos, un rosa pálido.

Ya en la secundaria vi a Pixie comprarse algo en la cafetería antes de entrar a clases y, de reojo, me había fijado que tenía un rasguño en el brazo derecho. Ese había sido aquel apretón de aquella noche. Y por mucho que intente cubrirlo con varias capas de maquillaje, podía apreciar ese matiz rojo en su piel.

Caminé hacia ella porque simplemente no podía permitírselo. No la había visto después de que Knox la acorralara junto al árbol. No me gustaba para nada aquel acto de violencia. Por ende, debía advertirle, aunque ya sabía que... no sería capaz siquiera de escucharme.

—Pixie ¡Detente! —me apresuré con la voz ligeramente apagada—. ¿Podemos hablar?

—¿Qué hay que hablar? —me puso mala cara retirando el hecho de que la había visto agredida por su psicópata novio. Entonces, volteamos a verlo. Estaba al otro lado del retablo parado bebiendo una Coca-Cola. La miraba y una sonrisa taimada tiraba de la comisura de sus labios. Por lo visto, la había prohibido hablar conmigo.

Bonito Desastre✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora