32. Drifting

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Sabía que esto sucedería

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Sabía que esto sucedería.

Sabía que tarde o temprano se daría cuenta de quién soy.

Sabía que la vida me jugaría una mala pasada.

Sabía que cualquiera de aquí estaría dispuesto a traicionarme.

Sabía que mi vida pendía de un hilo.

Ninguno se atrevió hablar, todo se mantuvo en un profundo silencio. Sherisse estaba sentada en la banca, mirando hacia el horizonte. Estábamos fuera de casa, esperando a Kalan en algún punto de la ciudad, donde no había mucha civilización. Podía oír el río campante cerca de aquí y las avecillas corear a una sola voz. Las ramas secas brotando de la tierra húmeda y árboles con sus danzantes copas por la leve corriente. Los musgos engomados en las piedras, las malezas zarandeándose a vuestro alrededor y las nubes despejarse en el cielo.

Me senté junto a la pelirroja, moví los pies hacia adelante y hacia atrás. Calzaba unas botas de piel en color negro con los cordones amarrados y unos pantalones rasgados. La sudadera que traía puesta me la había encontrado en Grace Lane, cuando uno de esos bandidos lucía tan ebrio que no podía ni moverse; así que lo tomé debido a que, la tormenta nos agarró a todos. Desde entonces no supe de quien era. Total, nadie vino por ella.

Inhalé hondo y mi móvil comenzó a vibrar por vigésima vez. Era ella de nuevo. No me atrevía a responderle la llamada, aunque redirigía la mano hacia el bolsillo de atrás. No había forma de que volviera a verla a la cara con todo lo que Sherisse me contó. Bien, no os voy a mentir que por un instante quería contemplar su pequeño y aterciopelado rostro. Pero todavía seguía enfadado, no con ella, sino conmigo.

—No sé ni porqué Freya no me delató —dije con las manos dentro de los bolsillos.

—Por alguna razón no lo hizo. —Mi amiga me miró fijamente como si eso fuera todo lo que esperaba de ella. Realmente no lo entiendo. Cualquiera hubiera ido de maldiciente, y en este momento estaría en el lugar que me corresponde, tras las rejas.

—No creo en ninguna de esas razones.

Fruncí el ceño, todo porque nada fluía bien. El mundo actuaba de una manera tan distinta conmigo que no me dejaba pensar con claridad.

—¿Por qué no?

—¿No te das cuenta que lo que hizo fue solo porque me tiene lástima?

—Realmente no creo que haya sido por eso —me lo echó en cara con un acento británico.

—¿Qué otro motivo podría haber? —sonsaqué.

—Lo sabes y no lo quieres admitir —contestó sin más y, por su expresión, noté que me decía que estaba completamente equivocado.

—No hay nada que admitir.

No di mi brazo a torcer.

—Bien, como tú digas.

Bonito Desastre✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora