Capítulo dos.

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Leah en multimedia.

El frío de la ciudad golpeaba contra mi rostro una vez más; y la noche se hizo presente en Zúrich. Las nubes parecían tristes, o quizás sólo era mi manera de ver las cosas con mi estado anímico.

Pateé una piedra mientras caminaba, hace unas horas mi madre me había dado una noticia de mierda; y a decir verdad aquello me tenía muy mal. Ni sabía cómo ayudarla.

No podía trabajar, aún era menor de edad, y aún con permiso notarial me costaría muchísimo encontrar algo; pero tampoco iba a dejar a mi madre en la calle, ella no se lo merecía para nada. Luchó toda su vida contra este sistema, luchó toda su vida para darme un hogar y comida, y ahora es mi turno de devolverle el favor. La pregunta era cómo.

Me senté en una banquilla del parque, parecía estar apunto de llover, y me refería al clima, porque mis ojos ya estaban secos. Ya no quedaba nada por botar, las lágrimas habían cesado, pero aun así sentía una horrible opresión en el pecho al recordar a mi madre tan ofuscada y desolada, no se lo recomendaría ni a mi peor enemigo.

Porque no sólo era jodido verla así de mal, sino saber que es casi imposible ayudarla y sacarla de ese pozo.

¿Y si dejaba los estudios? pensé, pero saque esa idea rápidamente de mi cabeza, necesitaba sacar a mi madre de este basural dignamente, y para ello debía seguir estudiando. Pero cómo.

Un trueno pareció resonar por todo el lugar, y unas gotas de lluvia comenzaron a caer del cielo, la gente que pasaba por el lugar caminaba rápidamente, o intentaba taparse de la lluvia con sus prendas o paraguas. Me quedé en donde estaba, no me moví ni un centímetro. Necesitaba arreglar esto.

Como por arte de magia, las hermanas Nina y Cristal pasaban por delante de mí, ambas con un paraguas protegiéndose de la lluvia, la cual cada vez se hacía mas fuerte. Me escondí bajo mi capucha, no iba a ser agradable si me veían. Menos en este estado

Más como ya había dicho antes, mi suerte era la peor.

—Dios, Leah ¿Acaso no ves que está lloviendo? —preguntó Nina, acercándose a mi a cubrirme con otro paraguas.

—Sí, me he dado cuenta—murmuré.

—Entonces, ¿Por qué no vas a casa? Vas a resfriarte si sigues aquí—agregó Cristal.

—Necesito...— por un momento dudé en contarles mi situación, quizás no sería bueno que ellas lo supiesen, sobretodo si sus formas de ayudarme no podrían ser las mejores—, necesito pensar—finalicé.

—No seas tonta, Leah. Ve a tu casa, realmente te puede pasar algo aquí, ya está oscuro.

Miré a Cristal y no pude evitar recordar a mi madre, y en que pasaría si con este torrencial ella y yo estábamos en la calle. Las lágrimas comenzaron a caer por sí solas, y Cristal parecía confundida.

—Hey, no sé si he dicho algo mal o...

—No—la detuve—, no es eso—dije, secándome las lágrimas—, mi madre está en quebrada, y realmente no sé que hacer. En unos días sin el dinero nos quitarán la casa, y realmente no...—suspiré—, no quiero tener más esta vida.

Cristal miró a Nina, y Nina miró a Cristal. Ambas intercambiaron miradas que para mí ya eran conocidas.

—¿Qué tanto quieres ese dinero?—dijo Nina.

Le miré, podía verlo. Podía sentir lo que estaban a punto de decirme, por eso me apresuré.

—No voy a prostituirme—les dije, rápidamente.

Ellas se echaron a reír y cada una se sentó a mi lado, Cristal sacó su móvil y se apresuró en mostrarme una fotografía de un hombre, se veía de unos cincuenta años y me repugnó la idea de tener que hacer cualquier tipo de acción con él, pero antes de que pudiera hablar Cristal habló.

CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora