Capítulo cuarenta y dos.

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Mi cabeza dolía muchisimo, mis manos estaban entumecidas por el frío y no podía moverlas.  Mi corazón palpitó con fuerza, traté de moverme pero se me hizo imposible, había algo que no me permitía hacerlo, estaba atada.

Era de noche, la luz de la luna iluminaba una parte del lugar en donde me encontraba, observé a mi alrededor, ¿Qué era lo que había pasado?

El olor a tierra mojada inundó mis fosas nasales, observé a mi alrededor, habían varios bosques alrededor de mi, mis ojos se cristalizaron cuando me di cuenta que no me encontraba sola.

Frente a mi estaba el hombre que me había encontrado aquella noche, sollocé cuando me di cuenta que traía un cuchillo en sus manos. Lo miré con asco, con odio.

Había sido una estúpida por no entregarle a Cameron esa estúpida corbata, había sido una vez más una tonta.

De mis ojos comenzaron a salir lágrimas, estaba comenzando a desesperarme. No me dolía nada a excepción de la cabeza, pero podía oler la sangre, ese olor metálico tan característico de la sangre podía olerse muy cerca mío.

El hombre me miró, no fue hasta ese momento que me di cuenta del parecido que este tenía con Cameron, era algo estúpido, una teoría estúpida que no podía ser real.

El padre de Cameron estaba muerto, muerto y enterrado. Él mismo me lo había contado.

—¿Qué es lo que quieres de mi?—le pregunté en un susurro bajo, no tenía nada, ni dinero, ni un gran apellido, y solo le importaba a mi madre. ¿Qué podría querer él de mi?

—Pequeña Leah—susurró—, no es lo que quiero de ti, es lo que quiero que hagan por ti.

Mi mandíbula cayó al piso cuando caí en cuenta que estábamos en el bosque, y que el olor de la sangre venía de mis pies.

Al lado de ellos había una persona de boca abajo, no podía ver su rostro pero la sangre que había alrededor de su cabeza lo dijo todo.

Grité, horrorizada. No podía estar pasándome esto a mi.

—Veo que mi hijo te ha contado de mi, ¿No es así?

Lo miré, totalmente petrificada. Mis sentidos estaban alerta,  y a pesar de que mis manos estuvieran atadas, podía sentir el temblor de ellas, mis piernas no podían moverse, mi cuerpo parecía estar en estado de Shock.

Tragué saliva fuerte.

—¿T-tu hijo? —le pregunté , en un susurro apenas audible.

—¡Saluda a tu verdadero suegro!—gritó, haciéndome sobresaltar.

Si el hombre que estaba en este momento era el culpable de todos los demonios que Cameron tenía, si él había sido quien había torturado a su propio hijo trece días, no quería ni imaginar qué era lo que haría conmigo.

—T-tú cuello.

Sí, en este momento llevaba una camiseta, con la cual se podía ver algo que la noche que lo conocí no pude, un número, el trece.

—Verás, hay algo que Cameron no tiene idea—dijo, riendo—, este tatuaje no lo tienen los hombres que saben que saben lo que ha sucedido conmigo y mi hijo, como él cree—comenzó a decir, caminando en círculos—. Lo tienen los hombres que están conmigo y saben que estoy vivo. Aunque bueno, a excepción de Joseph, él lo hace por miedo.

Tragué saliva, no podía creer frente a quien estaba.  No podía creer que todos habían traicionado a Cameron, que inclusive mi propio padre estuviera metido en esta mierda.

—¿Cómo puedes llamarlo hijo luego de todo lo que le hiciste?  ¿Tienes idea de cuánto ha sufrido?—susurré, con las lágrimas cayendo sobre mis ojos. El hombre me pegó una cachetada.

CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora