Capítulo diez.

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Era el momento más incómodo de la vida, Cameron negó con la cabeza desde abajó y se encaminó detrás de su hermano dejándome atrás.

Esta vez no me importó si el chico estaba de acuerdo o no, él me escucharía.

—Cameron—le hablé, antes de que él saliera de la terraza.

—Qué quieres.

—Cameron, no puedes... no puedes tocarme de esa manera—le dije, mirádolo a los ojos, él se acercó y me tomó del brazo.

—Estás bajo mi alero y puedo hacer contigo lo que se me de la puta gana ¿Está claro, maldición?—habló, zamarreando todo mi cuerpo. El miedo intervino con las ganas de querer imponer mis derechos y decidí no armar un escándalo por esto.

—Cameron yo...

—¿Crees que no he leído el puto contrato, eh?—dijo, tirando otra vez—. Sé perfectamente que puedo y no puedo hacer, pero en este instante podría ponerte de putas rodillas y hacer que me lo mames hasta mañana, porque lo único que no puedo obligarte a hacer, es a tener sexo. Así que Leah, déjate de joder, ¿Vale? Ahora sube a la puta habitación porque si hay algo que detesto más que a ti, es a mi hermano hablando.

Asentí sin rechistar, y otra vez, dejé que Cameron hiciese su propia voluntad.

Le seguí y llegamos a la segunda planta, todo era muy bonito. Las paredes estaban decoradas con flores de fantasía, era muy campestre todo.

Más en mi mente no podía haber espacio para otra cosa que no fuera lo que acababa de pasar hace unos minutos, estaba tensa, me sentía frágil y poca cosa. Jamás me había entregado a nadie, y no quería que mis primeras veces fueran con este primitivo que se hacía llamar hombre.

Mis amigos siempre fueros escasos, ya que en mi escuela el nivel económico de las personas daba mucho que pensar, más bien, en todos los lugares. Y sí, era extraño y a la vez absurdo tenerme acá disfrutando de los placeres que en mi vida pude haber pagado.

Pero todo tenía una consecuencia, todo.

Para mi mala suerte, mi consecuencia tenía nombre y apellido, Cameron Black. ¿En qué estaba pensando cuando firmé aquel trozo de papel?

En mamá, me recordé a mi misma. Porque si ella no lo hubiese de verdad necesitado, y la casa en donde había crecido no sería embargada, yo jamás habría puesto un solo pie en la misma dirección que este vil hombre.

Lo miré, su perfil era realmente algo como se lo podía llamar especial. Era realmente un hombre guapo, millonario, y de negocios, estaba segura que a millones de chicas al rededor del mundo les encantaría estar a su propia merced, estaba más que segura que alguna se sentiría genial al ser poseída por ese hombre, pero yo no.

Siempre fui diferente al resto, quizás por lo mierda que había sido la vida conmigo, o quizás porque estaba predestinado. Pero era diferente a los demás y lo sabía.

Y Cameron también parecía saberlo.

Sus ojos grises me miraban desde el otro lado de la habitación que su hermano nos había entregado. Este parecía mortificado con la presencia de Cameron, era como si no reaccionase, como si nadie pudiese ponerle un alto al hombre que ahora estaba sentado frente a mi.

Lo observé mejor, ocupaba su teléfono móvil y entrecerraba los ojos para ver, asumí que era corto de vista.

Si, era muy observadora.

–¿Qué diablos es lo que me ves, eh?—murmuró sin despegar los ojos de su celular. Lo miré mal.

—Nada.

CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora