Capítulo veintiuno.

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Capítulo recomendado para +16, se recomienda discreción.

Me observé al espejo, estaba tan... diferente.

Tres meses atrás jamás creí que pudiera llegar a ver todo lo que vi, ni formar parte de una vida llena de lujos y gastos, porque definitivamente eso no era lo mío.

Me gustaba la sencillez, y a una noche de irme, me coloqué la pijama con la que llegué al lugar, tan asustada, tan temerosa por Cameron que dolía.

Eran las once de la noche, mi pijama adornaba mi cuerpo, observé mi rostro, mis manos, mis brazos y la forma en la que Cameron siempre terminaba marcándolos como un animal.

Una lágrima cayó de mi rostro, la desesperación del momento era real, ¿Qué iba a hacer cuando llegase a mi casa? ¿Qué diablos le iba a decir a mi madre? ¿Cómo evitaría que una compañía multimillonaria para la cual éramos un estorbo, no demoliera nuestra casa?

Pensé en su rostro, en su fino rostro, tan cansado y tan dulce. Oh, cómo había sufrió ella por el adefesio que tenía como progenitor, recuerdo las muchas veces que la veía llorar de pequeña, cuando el jamas llegaba, la dejaba esperando y ella estaba más radiante que nunca. Apreté mis manos en un puño, nadie sabía la rabia que sentía en este momento.

Y aún la duda del por qué de su estadía en la casa de Cameron inundaba mi cabeza, era casi imposible que fuese una coincidencia. Sobretodo considerando que su querida hija estaba enamorada de Cameron.

La otra, no yo.

Una noche, una sola noche y esto realmente terminaría, no tendría que ver a Cameron nunca más. Y en cierta parte me hacia sentir como si me estuvieran sacando un enorme peso de encima. Porque estar con él comenzaba a afectarme, y aunque odiase decirlo, necesitaba salir de aquí.

Pero por otra parte, en algún lugar de mi corazón, algo me decía que no sería probablemente la mejor sensación del mundo irme, largarme y no volver como quería hacerlo desde un principio.

No, no extrañaría sus malos tratos, ni sus insultos ni peleas. Extrañaría sus ojos grises, esos ojos grises que jamas fueron comprendidos por nadie, que se veían tan necesitados de amor, tan tristes y tan dañados. Extrañaría como me observaban, extrañaría la sonrisa sarcástica que siempre me daba, y sus labios oh, cómo extrañaría eso. Extrañaría tanto sus arrebatos de rabia y de locura, porque él entendía los míos.

Tragué saliva, y limpié mis lágrimas con mi puño derecho, esto no podía ser posible.

¿Lloraba por Cameron? ¿Realmente estaba llorando por ese idiota? ¿Ese que me había lastimado tanto sin importarle nada?

Dos toques en mi habitación me hicieron mirar hacia la derecha.

—Pase— murmuré con algo se nostalgia, realmente ya comenzaba a extrañar este lugar.

Era Viana, suspiré. Una tonta parte de mí cerebro pensó que era Cameron. Obviamente, se equivocó.

La chica que ahora estaba en la puerta, había sido extremadamente genial conmigo, se había comportado como la amiga que siempre necesité, como un familia dentro de este lugar tan espantoso.

Viana lucía una imagen algo cansada, estaba transpirada, algo colorada y parecía con mucha prisa.

—Leah, debes bajar, rápido—habló de manera concisa, llevándose la mano al corazón. La miré confundida.

—¿Bajar dónde?—le pregunté. Ella se me acercó, aún costándole respirar normalmente

—Es don Cameron, está total e irremediablemente borracho—dijo, y mi piel se erizó en cuanto lo nombró—, está abajo y llama por ti. Me dijo que si no llegabas en dos minutos sufriría yo las consecuencias, por favor, corre. Realmente me asusta.

CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora