Capítulo ocho.

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Ya había pasado una semana desde el incidente con Cameron en la fiesta de compromiso de su colega, y la verdad es que ni siquiera le había visto.

Lo escuchaba llegar a altas horas de la madrugada e irse temprano, no me evitaba a mi porque claramente yo no le interesaba, pero sí me parecía extraño su repentino cambio de humor.

Nunca fue amable, mucho menos cordial. Pero al menos los días anteriores lo veía, ahora ni siquiera sabía si llegaba o no a la casa.

El clima era frío, como casi siempre en Zúrich. Me coloqué un chaleco channel blanco que Cameron había dejado en el armario con unos jeans y bajé descalza.

Agradecí eternamente cuando me di cuenta que en la planta baja la chimenea estaba prendida, estaba mucho mas cálido todo.

—Hola, señorita. ¿Qué le gustaría desayunar?—me habló una chica cuyo nombre siempre me costaba recordar.

Era bella, sus mejillas solían siempre estar rosadas y no parecía pasar los veinte años. Su cabello era ondulado, tenía los ojos verdes y una muy linda sonrisa.

La habían contratado hacia unos años atrás, pero ahora Cameron la había asignado específicamente para mi, o eso me habían comentado. Yo no había cruzado ni palabra con el hombre ese.

—Buenos días—le dije—, mmh, la verdad no lo sé. ¿Qué quieres tú ...?

La miré como intentando recordar su nombre. Ella sonrió.

—Viana. Me llamo Viana—me dijo. Le sonreí, sentándome en una de las sillas—. Y señorita, no creo que sea prudente que coma con usted, ya sabe que...

—Ey—le dije, alzando mi mano y ella calló rápidamente—, no me trates de usted, creo que tenemos la misma edad. Y tampoco quiero que hagas... eso—le dije.

—¿El qué?—murmuró.

—Mirarme como si fuese superior a ti. Somos iguales, hace unas semanas yo...

—Señorita—me interrumpió Viana.  La miré y ella tembló ligeramente, ¿Qué le pasaba?

Sus ojos se fijaron en la pared, o eso pensaba yo.

Me di la vuelta y supe por qué Viana tembló, y por qué el ambiente se había colocado tan agrio, y ahí estaba él.

Traía un  pantalón de chandal y una camiseta. Jamás lo había visto tan... relajado, sus músculos tonificados cautivaron todos mis sentidos, aunque no sabía si era eso o era el olor del desayuno, estos estaban completamente marcados y trabajados con unos increíbles tatuaje de tinta negra marcados en ellos. ¿Él tenía tatuajes?

No se le alcanzaba a ver nada bien, pero podía notar un reloj de arena en su brazo izquierdo, un ave fénix que recorría desde su hombro hasta por debajo de su camiseta, y un número, el 13. Sólo eran sus brazos, y no sabía si el podría tener más bajo su camiseta.

Por un momento deseé arrancársela, ¿Qué escondían esos tatuajes? Estaba segura que Cameron no era de los que se los hacía por diversión y dinero. Y su mirada fría me lo comprobó.

Tragué saliva duramente otra vez, casi atragantándome con la misma, la camiseta de Cameron estaba pegada a su cuerpo, un poco mojada. Me di cuenta que quizás el venía del gimnasio, aunque había estado una semana aquí, aún no recorría muy bien la casa. No era de mi total agrado aún y no me sentía para nada cómoda haciéndolo.

CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora