Capítulo catorce.

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¿Les gustaría que tuviese un día de actualización?  Déjenme en los comentarios.

Había sido una de las peores noches de mi vida, y no sólo porque me quedé acostaba sobre el frío suelo hasta el amanecer con mil lágrimas saliendo por mis ojos, sino porque el palpitante dolor de cabeza en este minuto ni me dejaba ni siquiera articular palabra alguna.

Me levanté, el sol se veía resplandeciente en la ciudad de Zurich, y me gustaría que mi ánimo fuese acorde con ello, pero no lo era.

Refregué mis ojos con pereza y sacudí con cabeza, los recuerdos de la noche anterior comenzaban a llegar rápidamente a mi cabeza, haciendo que casi por inercia observara mis brazos.

Lancé un grito ahogado al vacío del cuarto de Cameron en cuanto sucedió, mis brazos estaban marcados, estaban sucios por la mano de Cameron.

Tenía sus manos marcadas en ellos, mis brazos tenían las marcas y recuerdos de la cruda situación que había sucedido ayer por la noche.

Estaban morados, con un tono verdoso por el alrededor, se podía ver la marca de sus dedos con facilidad, y quise en ese mismo minuto lanzarme a llorar otra vez.

Estaba sucia, con el rostro pegajoso y con las rodillas y cuerpo cochino, deseaba una ducha con urgencia o yo misma me tiraría a la basura. Era realmente necesario.

Abrí la puerta del lugar con cuidado, asomé la cabeza para cerciorarme aje Cameron no estuviese cerca, y emprendí un viaje rápido a lo que era mi habitación en esos momentos.

Me adentré en ella luego de correr por toda la casa, pero dio un brinco al encontrarme a Viana en ella, pasando la aspiradora por la alfombra.

Me observó, pero esta vez no bajó la mirada. Sus ojos se dirigieron inmediatamente hacia mis brazos, los cuales con la luz de mi cuarto se veían peor, la intensidad del color morado que los abarcaba probablemente le haya llamado demasiado la atención como para quitar los ojos.

—Leah...—murmuró con pesar, mis ojos se rellenaron de lágrimas en un sólo instante. Ella hizo una mueca de desagrado y se me acercó—, Dios, ¿Estás bien?

Su cabello rizado caía por sobre sus hombros, tenía hecha una coleta y aquello me sirvió demasiado para el momento en el que quise abrazarla.

Otra vez tenía los ojos repletos de lágrimas, otra vez estaba llorando. Pero esta vez no estaba sola, esta vez había alguien dándome el consuelo suficiente.

—Y-yo...— tartamudeé, sin poder realizar alguna oración exitosa. Nada salía bien de mi boca en estos minutos.

La noche anterior había sido la peor de mi vida.

—Mira lo que te ha hecho ese salvaje—murmuró ella, llevándome hasta la cama y haciéndome sentar en ella—, ¿Cómo has podido aguantar? ¿Sabes el peligro que has corrido? —dijo preocupada—, Don Cameron no es alguien de quien te puedas fiar.

Estaba agradecida que ella me tuteara justo como se lo pedí, porque en este minuto más que cualquier cosa, necesitaba un amigo.

—No puedo marcharme—le dije a la vez que secaba mis lágrimas con un pañuelo—, tengo un contrato con Cameron.

Viana se sentó a mi lado y me tomó el brazo, las marcas. Ahí estaban, palpantes. Ella me miró con pesar, aunque seguía sin comprender nada. Se le podía ver en el rostro lo confundida que estaba.

—Ayer por la noche creí que... creí que había pasado lo peor. Yo y Matilde creímos que te había matado—habló con pesar—, tus gritos... los suyos. Se escuchaban hasta el tercer piso, todos los creímos que había pasado algo realmente malo. En cuanto sonaron las seis de la mañana, vine directo hasta tu cuarto para saber si algo malo te había pasado.

CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora