Capítulo cuatro.

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Cameron me observaba con tranquilidad desde el escritorio de su despacho y mis piernas querían caer y caer. Mi corazón se encontraba en una mano, y no conseguía poder mirarle a los ojos, mi cabeza estaba repleta de dudas existenciales.

¿Por qué él? ¿Qué es lo que quería de mí? ¿Por qué yo, teniendo a cualquiera que quisiese?

—Para tu suerte, has encontrado a alguien que se haya adaptado a tus reglas—dijo el Sr. Joseph, mirándome desde arriba. Yo permanecía sentada en una silla de lo que parecía una fina madera. Tragué saliva fuerte. Tenía unas horribles ganas de llorar y lanzarme arriba de aquel hombre.

Cameron sin decir palabra alguna, sacó un fajo de papeles de su escritorio y los firmó, sin siquiera prestarnos atención. El Sr. Joseph, pidiéndome disculpas otra vez con su mirada, carraspeó su garganta llamando la atención del muchacho.

—Claro—dijo, terminando de firmar—, Necesitaba una mujer para que se hiciese pasar por algo así como mi novia, que me acompañase a lugares, a las cenas de caridad, y todas esas mierda—dijo duramente, para luego finalmente mirarme a los ojos—. Y justo has aparecido tú, y ya que te has puesto un precio bastante equilibrado, te he comprado.

Él era el hombre más mal educado que había conocido jamás. Ni siquiera pude responderlo, ni siquiera pude articular alguna respuesta decente que no incluyera insultos hacia su persona. Tragué saliva duramente y me resigné a negar con la cabeza. Me entregó esta vez los papeles a mí, los leí con precaución, no estaría dispuesta a hacer todo lo que él me ordenara; porque sí, quizás me estaba vendiendo, pero en el sentido más mínimo de la palabra, entre ese hombre y yo no pasaría nada, jamás.

Luego de unos minutos, ahí estaba. El contrato que iba a cambiar para siempre mi vida, el contrato que podía arruinarlo todo, o mejorarlo. Con los ojos repletos de lágrimas lo firmé, y miré al cielo por unos segundos, anhelando que el supuesto ser superior me ayudara, no creía tener las agallas para hacer algo así hasta que la situación lo amerito.

—Bueno—murmuró el Sr. Joseph—, los dejaré solos.

Le rogué con la mirada que por favor no me dejara sola con este hombre, me daba miedo. Era aterrador, era descortés y no lo toleraba, y no tenía la más mínima idea de cómo iba a poder estar más de dos meses con él, a su merced y obligada a obedecer sus órdenes, era horripilante la idea de tener que compartir en convivencia con un hombre como él. Si es que se le podía llamar hombre a ese chico.

—Empiezas hoy—murmuró, sentándose otra vez en el escritorio, sus manos estaban apoyadas a este y su traje parecía relucir con la luz, era apestosamente rico.

—Vale—murmuré—, debo ir por mis cosas a casa—le dije, el me miró a los ojos y lanzó un electroshock por mi cuerpo, sus ojos color gris llenos de maldad parecían querer dañarme.

—¿Acaso has perdido la cabeza?—murmuró, sin alzar la voz pero evidentemente enojado—, te he elegido porque eres guapa, debes saberlo. Los hombres babean por ti, y si voy a presentarte a la Elite de Europa, no lo haré con tus pilchas. La empleada te llevará con una asesora de modas, ella te enseñará a vestirte...—me miró despectivamente—, bien.

Jamás en toda mi vida me había sentido tan denigrada psicológicamente, y sólo llevaba unos dos minutos con él. Sentí ganas de vomitar. Mi cabeza retumbaba y mi mandíbula estaba apretada, quería golpearlo, quería ahorcarlo por ser tan poca gente y tan miserable como persona, Dios, estos iban a ser los meses más largos de toda mi maldita vida.

—Escucha, primero que todo, de todas formas debo de ir a mi casa, debo de comunicarle a mi madre que me ausentaré un tiempo, y segundo—le miré, asustada—, necesito el depósito del dinero. En este minuto.

CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora