— Jane, cariño, abre tus ojos.— La voz cálida de su Padre tintineó en sus oídos, disfrutó de su suave tono y entonces, abrió sus ojos lentamente. Una lágrima se deslizo por su mejilla
— ¿Jane, me oyes?— acarició su mejilla con la palma de su mano y le sonrió como siempre, tan protector y dulce. Estaba exactamente igual que la ultima vez que lo vio, llevaba su uniforme de trabajo y su cabello peinado a la perfección. Jane no sabia si llorar o sonreír, optó por ambas, se colgó de su cuello y entonces dejo escapar todo aquello que llevaba reprimido dentro de ella, lloró, y lloró, como nunca antes lo había hecho, y también sonrió como ya no recordaba. Lo apretó tan fuerte con sus delgados brazos que pudo haberse quejado, pero no lo hizo.
— Te extrañé tanto papá..— musitó. Su pecho agitado le pedía más, quería más lágrimas, quería desahogarse e irse a casa. Sin soltarlo acarició su cabello, tan suave y corto, recordó cuando era pequeña y ella había cortado su cabellera larga por primera vez mientras él dormía. Al despertar no la regaño, ni tampoco le grito, solo la miro con unos cálidos ojos y la estrecho entre sus brazos. Toda su vida habían estados juntos, Jane no conocía la palabra 'Mamá' y tampoco nunca la había pronunciado, aquel hombre de cabello oscuro y ojos marrones era su madre, su padre y su amigo. No necesitaba a nadie más en el mundo, no necesitaba una mamá, solo lo necesitaba a él, por que eran uno solo, por que cuando Jane se caía en bicicletas era él quién corría donde ella y besaba aquella herida, por que cuando tuvo un novio por primera vez, fue él quién cocino asquerosamente para aquel muchacho, por que cuando Jane estaba decaída, era él quién le llevaba una tasa de chocolate caliente. Él era lo que ella más necesitaba en su vida.
Tiró de su camisa mientras lloraba de alegría, estaban juntos una vez más, su Padre la había encontrado y la llevaría de vuelta a su hogar, con su novio, con su mascota, con sus amigos, la llevaría de vuelta a su vida.
— Sácame de aquí, vámonos antes de que ellos lleguen.— susurró mientras relajaba sus dedos. Al no sentir respuesta alguna levanto su vista. La imagen de su padre se fue desvaneciendo, su rostro se desfiguro y su cuerpo se esfumo por la habitación. Jane estiró sus brazos desesperada tratando de alcanzar la sombra, gateo tratando de llegar a ella pero ya no estaba. Se había ido.
— Papá..— musitó.— vuelve..— las cálidas lágrimas caían por sus mejillas llegando hasta sus frágiles dedos apoyados en el piso. — No me abandones aquí, por favor..— el llanto le impedía modular las palabras que salían desde sus labios. — Papá. Llévame contigo, por favor, no me dejes aquí..— miró hacia el lugar en donde la sombría había desaparecido. Sus cálidos brazos ya no la rodeaban, su suave voz ya no la protegía, él se había marchado y la había dejado sola. Apretó sus ojos fuertemente mientras las lágrimas parecían no cesar, su cuerpo comenzó a temblar y su respiración era cada vez más jadeante y melancólica. La imagen de su Padre seguía viva en su mente. Se abrazo a si misma tratando de sentir sus voluptuosos brazos sobre ella..pero no fue así. Solo sintió unos dedos recorriéndole las piernas. Su vista comenzó a aclararse y entonces la luz volvió a su pupila. Un hombre se encontraba examinándola completamente, se sobresaltó y se alejó en un movimiento brusco. Su vista se aclaró y entonces se dio cuenta de que todo estuvo en su mente.
— Hey tranquila..todo esta bien, mi nombre es Anthony, y vengo a revisarte, tienes una fractura que por suerte no requiere cirugia, creo que estarás bien.— se acercó a ella lentamente y Jane lo recorrió con la mirada. Traía un botiquín y muchas vendas. Miró su pie por instinto y ya no ardía, se encontraba vendado y enyesado. Su rostro parecía haber sido anestesiado y Anthony tenía en su mano una curita.
— Y esto.— se lo enseñó.— Es para ponerlo justo aquí..— levantó su mano tratando de no asustarla, Jane no apartó la mirada de sus acciones y entonces, sintió unos cálidos dedos rozarle la mejilla.
— Listo, ya estás cariño. — se alejó de ella mientras guardaba sus utensilios. Jane observó que llevaba un espejo en el botiquín y quiso pedirlo, pero el miedo la consumía. No quería ver su rostro, de seguro estaba lleno de vendas y curitas al igual que su tobillo. Se mantuvo alejada del sujeto hasta que este se puso de pie, y dándole una mirada de lástima, abandono la habitación. Inmediatamente unos pasos la inquietaron en la escalera, agudizo su oído y pudo escuchar un 'Gracias' desde una voz masculina antes de que el hombre abandonará la zona. La puerta de la habitación se abrió lentamente y alguien entro en esta. Era el chico del pasamontañas. Camino lentamente por la habitación mientras Jane tomaba sus rodillas con ambas manos y mantenía su mirada baja.
— Escucha, me lo estas poniendo muy dificil...y lo lamento...— Jane se sorprendió ante esas palabras. El chico se encontraba frente a ella observándola. No quiso mirarlo, no quiso encontrarse con unos ojos fríos mirándola nuevamente, por que seguramente tenía la misma mirada que el resto de las bestias de ese lugar.
— Esto no tendría que haber pasado. Él se salió de control. — El miedo de Jane se fue desvaneciendo mientras era consumida por la ira. ¿Él se estaba disculpando por que uno de sus 'imbéciles' la había golpeado hasta más no poder? ¿Realmente el se disculpaba por aquello?
— Se que no entiendes un montón de cosas, pero aún no es el momento para explicarte nada.
— Por ahora solo te pido que no me hagas más problemas, ¿vale?— preguntó inclinándose hacía ella. Jane sintió su presencia demasiado cerca y apoyó su frente contra sus rodillas. Sintió los pasos del chico alejándose, y entonces, levantó la mirada.
— Oye...tú, ¿Qué estas esperando para matarme de una vez?— preguntó antes de que él tomara la perilla de la habitación entres sus manos. Se detuvo en seco. Su cuerpo se puso rígido, y su mandíbula se tensó. Se dio la vuelta y caminó hasta a ella intimidándole. Tomo su barbilla entre sus dedos.
— ¿Por qué mejor no cierras tú estúpida boca antes de que algo peor te suceda? — la soltó bruscamente, y suspiró. Caminó hasta la puerta y tomo la perilla entre sus dedos con firmeza y sin mirarla, abandonó el cuarto apagando la luz.