Jane sintió deseos de orinar, de esos deseos en donde a veces hasta los dientes te llegan a crugir de desesperación. Pensó en gritar, pero entonces se arrepintió, no queria que nadie fuera a su habitación para recordarle las reglas que habían.
— Mierda..— musitó. Su vejiga le pedía a gritos algo en donde orinar y ella no aguantaba más. Gateo por la habitación hasta llegar a la puerta en donde momentos antes el chico de la máscara la había dejado sola. Intentó abrirla, demasiado inocente, estaba con seguro, rendida se dispuso a alejarse hacía su rincón, pero entonces unos gritos la distrajeron, puso su oreja en la puerta agudizando su oído. Estaban discutiendo en el piso de abajo.
— Porque yo lo digo. — era una voz conocida la que hablaba. — A partir de ahora nadie, y absolutamente nadie, más que yo y Marc entrará en esa habitación.— el tono de voz comenzaba a subir a medida que pronunciaba una palabra.
— ¿No crees que eso es un poco injusto Elliot?, después de todo, yo fui quién la trajo hasta tus brazos. — el cuerpo de Jane comenzó a temblar ante aquella voz, era él, era el sujeto que la había golpeado. Nathan, si, asi recuerda que se llamaba.
— ¿Injusto?— se mofó.
— Sí, injusto, tú solo entregas las ordenes, pero nosotros somos quienes se arriesgan sacando a las escuinclas de sus hogares. ¿Es muy sencillo de esa manera no crees?
— ¿Supongo que no eres lo suficientemente estúpido como para desobedecer una de mis órdenes,verdad?.— Jane no lo vio. Pero supo inmediatamente que su mandíbula se había tensado y que la sequedad en sus palabras había intimidado a todo el puñado de sujetos allá abajo.
— Nunca he roto una de tus ordenes, y lo sabes.
— Pero has estado a punto de hacerlo. ¿No es así?
— ¿A dónde quieres llegar con toda esta charla Elliot?.— era una voz nueva.
— Quiero llegar al punto en el que a todos les quede claro que nadie puede entrar en ese cuarto, de esa chica me encargo yo.
— No entiendo tu repentino cambio de opinión, días atrás nos pedías que odiaramos a esa tipa, ¿y ahora la estas defendiendo?. — era él otra vez, su agresor.
— ¿Quieres saber por qué cambie de opinión?, porque estuviste a punto de matarla a golpes imbécil, por que ese no era tu trabajo, ni el de ninguno de estos idiotas. Porque desde el primer día en que les informe sobre ella, les deje las reglas claras y todos ustedes se las metieron en el culo. Escúchenme muy bien, si me llego a enterar de que alguno tan siquiera respiro en aquel cuarto, lo mataré. Así haya sido uno, dos, tres, cuatro, ¡o todos!. El tema ya se acabó y las reglas están dichas.
— ¿Y qué hay de aquel que las quiera romper?
— El que se atreva a desobedecerme le aconsejo que vaya cavando su propia tumba, porque no tendré compasión con él mientras le rompa la cara con la punta de la mesa.— Y entonces hubo silencio absoluto, las escaleras comenzaron a sonar mientras todos parecían dispersarse en diferentes habitaciones. Jane sintió movimientos tras su puerta y rápidamente se fue a su rincón. El muchacho del pasamontañas entro en el cuarto y se paró frente a ella. Lentamente se despojó de su máscara y Jane se sorprendió al ver un aire familiar en su rostro. Además de darse cuenta de lo malditamente atractivo que era. Tenía unos ojos miel y unas cejas gruesas, su piel trigueña combinaba perfecto con el color de su cabello, y sus labios, sus labios parecían haber sido dibujados con pincel.
— Quítate la ropa. — le ordenó.
