40. Ángel.

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Rubor. Pinta labios. Máscara de pestañas. Encrespador. Base en polvo.

— Así está mejor...— susurró Jane retocándose sus lindos labios de un apetecible tono carmesí. Miró su rostro. Dios mío, que cambio más notable. No tenía mucho, ni poco. Estaba en la medida perfecta. Jamás solía maquillarse, pero esto era una ocasión especial. Miró su cuerpo cubierto con solo una delgada tela de ropa interior, y poco a poco se fue ruborizando. Elliot lo había hecho perfectamente, y eso le avergonzaba. Pues conocía sus medidas más íntimas. Sonrió agitando su cabeza y se concentró en elegir uno de los dos vestidos que había colgado sobre el pasamano a la salida de la ducha. Uno color turquesa, largo en la parte trasera, y cortísimo en la delantera. Aproximadamente justo en la medida de su rodilla, suelto, y con un precioso descote en forma de pico en la parte del pecho. El otro era color blanco, de aproximadamente ocho dedos sobre la rodilla, con unas pequeñas mangas y en forma ovalada desde la cintura hacía abajo. El precioso corte en forma redonda dejaba a la vista sus marcadas clavículas, y resaltaba su linda cintura con un delgado cinturón negro. Sonrió. No había por donde perderse.

— Bien, creo que estoy lista. — repitió como por décima vez antes de tomar la perilla entre sus dedos. La giro, y entonces, rápidamente se devolvió frente al espejo. Se miró una vez más, arreglando sus ondas sobre los hombros, y tirando besos hacia su reflejo. Sus labios carmesí resaltaban muchísimo más sus ojos azules, y su pálida piel adornada con pecas. Bajó su vista, agradeciendo que el pequeño vestido se acomodara sin problemas a su cuerpo, y que no se viera su ropa íntima. Por suerte, era del mismo tono, y en el vestido no se traslucía absolutamente nada. Miró sus zapatos de tacón, color negro, y con una altura de unos 8 cm aproximadamente. Mientras que desde lo más profundo de su ser suplicaba no quebrarse el cuello. No era mucho para una chica que estaba acostumbrada a caminar en ellos, pero sí lo era para Jane. Estaba fascinada mirándolos, pues eran hermosos. Su piel era opaca, y resaltaba muchísimo el tono de sus pies. Pero eso no era lo que más le gustaba. Lo que más la tenía embobada, era la linda correa que se unía en su tobillo. Abrochándola con un pequeño sujetador color dorado. Sonrió. Todo su atuendo era completamente...fascinante. Giró la perilla lentamente entre sus dedos y salió del cuarto de baño. Esperando oír los más sinceros comentarios de parte de Elliot. Pero él no estaba ahí. Lo buscó con la mirada rápidamente antes de que una luz brillante la hiciera parpadear un par de veces. Sobre la cama, había un pequeño colgante tendido sobre una caja de una reconocida marca de joyas. Volvió a parpadear, ¿eso era para ella?, porque si lo era, realmente estaría soñando. Se acercó hasta la cama y lo sostuvo entre sus manos.

— Una mariposa...— murmuró dándole la vuelta. Sintió su cuerpo congelarse, y una cargada corriente de alegría recorrerle la nuca. Se estremeció, y leyó, y volvió a releer la frase escrita en una de las alas del precioso insecto.

— Eres como una mariposa, siempre libre, y jamás capturada. Tu vida se adorna con hermosas alas que te harán llegar hasta el infinito y atravesar la jaula que te encierra. Recuerda. Eres libre. Eres mariposa. — Jane tuvo que apretar su mandíbula y cerrar sus ojos para no romper en llanto ahí mismo y estropear su maquillaje. Eso era realmente hermoso. Recorrió las palabras talladas en su pequeña mariposa, y sonrió. Finalmente se sentía libre. Se sentía completa. Abrió sus ojos al ver que sus dedos rozaban algo con relieve. En una esquina inferior de la otra ala, con una letra curvilínea y lo demasiado pequeña como para que nadie más que ella lograra leer, decía; — Siempre tuyo, Elliot Doman. — Y eso fue todo. Jane rompió en lágrimas. No de tristeza, sino de alegría. Hoy por hoy, por fin se atrevía a decir que aquello no era simplemente una atracción. Que lo que ambos sentían era algo mucho más fuerte, tan fuerte, que Jane no estaba dispuesta a romperlo. Corrió al cuarto de baño a dos cosas. Primero, a retocar su maquillaje. Y segundo, a adornar su largo cuello con aquel colgante de plata. Una vez lista, suspiró, y salió del cuarto en busca de su chico. Porque así lo sentía ella. Como suyo. Una vez más la decepción se apodero de su corazón al darse cuenta de que él no estaba ahí.

— ¿Señorita Jane? — una voz tras la puerta la hizo girar bruscamente. ¿Quién la estaba buscando?, se apresuró en girar la perilla antes de que una ráfaga de rosas le cayeran encima. Sonrió. Confundida.

— Mi nombre es Daniel Monts, y el señor Elliot me ha enviado por usted. ¿Me permite? — extendió su brazo hasta rozar la mano de Jane. La chica tambaleo unos segundos antes de aferrarse al chico y caminar en silencio por el pasillo del hotel. Lo miro de reojo y sonrió. Era alto, guapo, y estaba vestido de garzón elegante. Con una ajustada chaqueta blanca, pantalones negros, y una linda humita adornándole el cuello. Bajaron las escaleras sin apuros, mientras que un par de miradas se posaron en la dulce chica de cabello negro y suaves ondas que adornaban su espalda. Se sintió incomoda. Pues no estaba arreglada para ellos. Sino para él. No quería otra mirada adorando su cuerpo. Adelantaron el paso cuando el muchacho sintió la delicada mano de Jane tensarse sobre su brazo. La escoltó hasta la salida en silencio antes de abrirle la puerta de un lujoso carro color gris oscuro. Jane se sentó en la parte del copiloto y se preguntó que estaba tramando Elliot. Segundos después, el muchacho se sentó a su lado, y rápidamente hizo partir el coche.

Media hora después, Jane estaba siendo bajada del auto con total delicadeza. Estaba frente al mar, mar puro y completamente azulado. Una tibia brisa le alborotaba el cabello, y le sacudía la parte baja de su vestido. Daniel llego a su lado y la dirigió nuevamente en silencio por un largo puente que pasaba sobre centímetros del mar y se conectaba hasta lo que parecía ser un lujoso, y muy elegante restaurant. Subieron un par de escalones hasta llegar un salón completamente vacío, y solo decorado con rosas, y adornos florares. Había dos ventanales que daban vista al mar. Y unas cortinas doradas que resaltaban el tono crema de las paredes. Jane sonrió. Fascinada. Caminó lentamente hasta la única mesa que estaba disponible al lado de uno de los ventanales, y sintió como su estómago se revolvía. Miró por el cristal y se dio cuenta de que no había nada más que mar en todas direcciones. Apretó sus puños. En esos momentos solo deseaba que el restaurant fuera lo suficientemente estable. La idea de caer al profundo mar no le agradaba para nada.

— ¿Me permite su copa? — la voz de Daniel la hizo apartar su temerosa mirada del cristal. Asintió con la cabeza y tragó saliva. Todo era hermoso. El sonido del mar golpeando las rocas. La música lenta y suave que sonaba en el salón. El aroma a menta que la deleitaba, y la maravillosa vista de la noche clara y tranquila. Daniel dejo su copa sobre la mesa y desapareció bajando los pequeños escalones.

— Eres la mariposa mas exquisita del planeta tierra. — Jane alzó su mirada inmediatamente al oír aquella voz. No intento disimular la extensa sonrisa que adornaba su rostro, y se obligó a si misma a mantener la compostura. En realidad, obligo a su corazón. Recorrió a Elliot con la mirada antes de que sus labios se separaran por varios centímetros. Si estaba muerta, quería saberlo. Si no, que alguien le explicara por qué había ángel parado frente a ella.

Jane dejó escapar un suspiro antes de juntar sus labios nuevamente. Traía un traje negro de cachemira en forma de V, acompañado con una preciosa camisa blanca perfectamente doblada en su cuello, y una corbata color lila, que extrañamente conjugaba a la perfección con todo su atuendo. La corbata lograba verse hasta un poco más de la mitad. Justo en donde el único botón, — que estaba poco más arriba de la altura de su ombligo—, lograba unirse resaltando levemente ambos lados de su cintura. Los pantalones estaban impecables, y no tenía ningún comentario sobre los brillantes zapatos de charol que lo hacían lucir mucho más elegante, y guapo que lo que siempre solía ser.

— ¿Es posible desnudar a alguien con la mirada?, porque si no es así, que alguien me otorgue ese poder, por favor. — soltó Jane sin la más mínima gota de vergüenza.

Libérame.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora