El conocido detective Sam Carter llevaba semanas sin dormir. Solo se dedicaba día tras día a buscar pistas, señales, algo que le indicara en donde se encontraba su pequeña hija Jane. Desde que Elliot Doman se la había arrebatado de sus brazos, no hacía nada más que lamentarse y rezar para encontrarla sana y salva. Había jurado por la presencia de Anna, — su esposa fallecida — y por la de Jane, que no descansaría hasta hacerle pagar a ese muchacho todo el daño que estaba haciendo. En ese mismo instante estaba sentado frente a la computadora de su despacho. Buscando información acerca de la red de secuestro de la cual él era líder. Estaba decidido a ir contra viento y marea para recuperar lo único que le quedaba en la vida; Su hija.
— Haremos esto masivo. Llamaré tanto a programas nacionales, como internacionales. Exigiré que pongan la imagen de Jane en cada uno de los informativos, con la historia pertinente y la información suficiente en caso de que alguien la haya visto.
— Ya no puedo con esto. — susurró Liam mientras se ponía de pie. Estaba completamente exhausto y con una apariencia terrible. Su corazón le decía que su chica estaba viva, pero su mente le jugaba una mala pasada.
— Liam, la encontraremos. — Sam se levantó de su silla y caminó hasta el chico. Lo estrecho entre sus brazos y le dio un fuerte apretón. Él sentía que su corazón cada día dejaba de palpitar un poco más al no encontrar ninguna pista que diera con la posición exacta de su novia.
— La extraño tanto. — murmuró mientras limpiaba sus lágrimas bajo sus grandes bolsas de ojos y sus ojeras.
— Yo la extraño aún más, por eso tenemos que estar unidos en todo esto. Encontraré a mi hija y le devolveré su vida normal, así sea lo último que haga. — frotó su hombro con la palma de su mano y volvió a su computadora.
— Asesinaré a todo aquel que se haya atrevido a ponerle una mano encima. — Liam apretó su mandíbula y sacó su teléfono. — Comenzaré con las llamadas.
Lo que Jane menos se imaginaba era irse inconsciente todo el camino hasta Francia. Elliot se había encargado de que ella reaccionara todo el trayecto hasta el hotel mientras Marc conducía un auto rentado. La bala que había sonado antes de que sus ojos se cerraran, solo había rozado el espejo del coche haciéndolo añicos. Una vez que llegaron al hotel, Jane bajó del auto inspeccionando cada detalle del nuevo país en el que se encontraba. El aire era distinto, puro, sentía paz. Con un cielo completamente azul y unas nubes hermosas. La gente parecía estar tranquila, y calmada. Las calles eran estrechas, con un largo pasillo en el medio, y el hotel parecía más bien una mansión. Era de muchos pisos y cada uno estaba acompañado de un pequeño balcón, del cual Jane imaginó que daba a una vista preciosa.
— ¿Esto es real?... — se encontró a si misma preguntándose. No podía despegar su vista del maravilloso cielo, y de las nubes tan blancas que adornaban sus ojos.
— Completamente. — Elliot susurró en su oído mientras pasaba a su lado con una mochila negra, y su bolsa de ropa. Miró a su izquierda, observando por el estrecho pasillo. Se dio cuenta de que el camino iba en diagonal y de que ella estaba parada justo en la cima, mientras que al final de la calle se podía ver el mar. Azul. Profundo. Tranquilo. Las casas con sus techos anaranjados daban una vista realmente hermosa, y la isla al final del recorrido la incitaba a correr para sumergirse en ella.
— Vamos, no te quedes parada ahí. — Marc tomo de su brazo y la obligo a entrar. Se sorprendió al ver que se encontraba en un hotel de turistas. Muchos idiomas llegaron a sus oídos mientras desconocidas personas le sonreían amablemente. Elliot ya tenía en mano las llaves de sus habitaciones. Los guio con la mirada por el pasillo hasta subir las escaleras. Al llegar al tercer piso, le entrego una llave a Marc. Este sonrió y se escondió tras la puerta de su habitación. Jane lo siguió en silencio mientras no quitaba la imagen de las calles en su mente. Subieron un par de escalones color marrón y sacó otra llave.
— Esta…es la nuestra. — las imágenes desaparecieron de golpe.
— ¿Compartimos habitación? — preguntó juntando sus cejas. De pronto se sentía nerviosa pro estar a solas con él.
— Creí que así te sentirías más...segura. — remarcó la última palabra.
— Claro que sí...nadie se siente inseguro a tu lado.— comentó bajando su vista avergonzada, ¿Cómo no iba a sentirse segura con el si se había ido a otro país para que no la matasen?
— Solo me interesa que tú te sientas a salvo.
— Te lo aseguro que es así. — sonrío
Elliot sacó las llaves de su bolsillo y la introdujo en la cerradura. La giro un par de veces y entro en la habitación. Jane tuvo que apretar su mandíbula para no dejarla caer. El cuarto estaba con la paredes de ambos costados en un color blanco, y un poco más abajo de la mitad, con un tono azul. Mientras tanto que la pared en donde se encontraba el respaldo de la cama, y el frente en donde estaba colgada la televisión, eran completamente azules con encajes ovalados de un tono más claro. En la parte derecha de la pared estaba el balcón. Al cual se podía acceder corriendo las cortinas blancas. El respaldo de la cama era solo uno, pero separaba los dos colchones con varios centímetros. Los cobertores eran blancos, mientras que una pequeña manta azul se encontraba sobre los pies. Dos lámparas celestes estaban pegadas en el respaldo de las camas. Y un teléfono inalámbrico se encontraba sobre un diminuto velador justo al lado de la cama izquierda. Podría llamar a su padre, podría decirle que estaba viva.
— Es bonito, ¿no? — Elliot dejo las cosas sobre el piso y camino hasta las camas. — ¿Cuál quieres? — preguntó.
— Yo...uhm, bueno, quiero esa. —señaló con su dedo índice la izquierda. En donde estaba el teléfono.
— Perfecto. — respondió mientras se tiraba de frente hacia la otra, la cual estaba justo al lado del balcón con las cortinas cerradas.
Jane no sabía qué hacer, o decir. Todo parecía realmente un sueño, hace algunas horas estaba en una habitación, a oscuras, con luz artificial, sin ventanas, y con ningún tipo de artefacto electrónico. Y ahora estaba allí, en una amplia habitación, con piso flotante, con paredes de colores fuertes, con luz natural, y con cama. En frente de sus ojos había una cama. Sonrió. Arrastró sus pies sobre el cálido piso y se dejó caer sobre ella. Mirando el blanco techo de la habitación sonrió.
— Es una cama muy blanda, esto es increíble.— murmuró mientras cerraba sus ojos.
— Esto es Francia. — respondió Elliot girando su rostro para verla. Jane también se giro, estaban tendidos boca abajo mientras sonreían.
— Gracias...— dijo Jane.
— ¿Por qué? — Elliot juntó sus cejas. Confundido.
— Por esto. — se encogió de hombros. — Por sacarme de allí. Por no dejarme morir...por escogerme a mi.
— No agradezcas, te quiero y necesito viva...ahora necesito ser más cauteloso si no queremos ser descubiertos. — respondió sentándose al borde de la cama.
— ¿A qué te refieres con eso? — una punzada en su corazón le indicaba que nada bueno.
— Antes de hacer cualquier cosa, necesito Jane…saber quién mató a mi hermano. — la piel de Jane se congeló.
— Claro. — asintió. — Yo te prometo que el no fue, puedes confiar en mí. — respondió intentando sonar convencida de aquello. ¿Pero lo estaba?
— Yo no puedo comprobar eso, Jane. — y por primera vez, su voz no era seca, mecánica o fría. Era sincero, no sentía odio. Solo confusión y muchas ansias. Su voz era suave, tranquila. Continuaron hablando por largos minutos sobre cosas sin importancia. Poco a poco Elliot dejó de hablar para comenzar a balbucear, cerró sus ojos lentamente mientras Jane observaba su cuerpo subir y baja al compás de su respiración.
— Eres hermoso...— susurró juntando sus pestañas..