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Al final la canción consigue engancharme, otra cosa no, pero a la hora de elegir, Elías sabe hacerlo.

En menos de una semana comenzarán de nuevo las pruebas para el coro, debido a lo que pasó el año pasado y que además después Mario nos abandonara, necesitamos gente para completar el grupo.

A todos nos sorprendió la noticia a mediados de verano, pero Mario, ese chico que en su día me gustaba y con el que, a pesar de todo lo que sucedió conseguí llevarme bien, se iba del orfanato, y no él solo, Irene también, aunque de ella poco supe después de que Elías le expulsara.

Según nos dijo Lola, participarían este año con otro coro distinto, así que supongo que nos veremos las caras en el campeonato.

Ese día Edgar y yo pasamos las horas en la sala de ensayo, cuando conozco casi toda la canción, hasta me atrevo a cantarla con las instrucciones de Elías.

— Así sale mucho mejor — Mi amigo me mira con una sonrisa de oreja a oreja — Te echaba tanto de menos...

— Lo siento — Apoyo la frente en su pecho — Y gracias por estar ahí cada día.

— No tienes que darme las gracias por algo así, siento que tengo que estar contigo y lo estoy, sin más — Deja dos tiernos besos en mi cabeza — ¿Te das cuenta? Posiblemente seamos los dos alumnos con más amor que dar en el orfanato y... estamos solos.

— Y cada vez que se nos acerca alguien es para burlarse de nosotros — Lo miro a los ojos, aguantando la risa — Debemos ser un poco patéticos.

Él si suelta una carcajada, al menos nos tomamos con humor todo esto. Al final hasta me lagrimean los ojos al no poder parar de reír, hasta tengo que sujetarme el estómago que empieza a dolerme.

— No pero, ¿te imaginas que estamos destinados el uno al otro y nosotros pensando que solo somos amigos? — Bromea — Y encima, ayudándonos con otras parejas — Mueve la cabeza a ambos lados.

— Oye, ¡para! — Exclamo, pegándole un pequeño empujón y secándome algunas lágrimas — Cualquiera que nos vea va a pensar que estamos borrachos.

— Sí, claro, como hay tanto alcohol a nuestro alcance — Pasa el brazo por mis hombros y juntos, vamos a cenar.

Ha sido el mejor día que pudiera recordar en mucho tiempo, y todo gracias a mi gran compañero de vida, a Edgar.

***

Esa noche no sueño nada, tampoco las dos que la siguen. Simplemente duermo a ratos y cuando estoy despierta, solo pienso sin parar, sobre todo la última noche antes de comenzar las clases, que la paso en vela sabiendo que mañana mismo volveré a ver a Elías.

El día comienza nublado y me relajo escuchando las gotas golpeando el cristal, siempre va a encantarme ese sonido y no el que ahora retumba por todo el orfanato para despertarnos.

— ¡Lo odio! — Gruñe Diana bajo las sábanas — Odio madrugar, odio las clases, el orfanato y lo odio todo — Refunfuña sin parar.

— ¡Vaya! Pero si te has despertado de buen humor — Me burlo de ella — No te quejes tanto, llevas durmiendo unas doce horas.

— Siempre es poco tiempo si se habla de dormir — Se levanta con el pijama arrugado y los pelos revueltos.

— Anda, vamos a darnos una ducha y vestirnos — Cojo mi ropa del baño, pasando por al lado de la caja de Elías y mirándola de reojo.

No me ha preguntado nada todavía. Sí lo hizo en su momento, quedándose boquiabierta cuando le enseñé todo, incluso quería abrir cada sobre, pero no le dejé. Excepto aquel primero, he mantenido los demás según estaban. No he sentido por ahora la necesidad de descubrir ninguno más.

Cuando vuelvo a ver los pasillos repletos de gente vestida con el uniforme, a los profesores de aquí para allá y el comedor abarrotado de alumnos, me doy cuenta de que no estoy preparada.

He ido dejándolo pasar, día tras día me levantaba sabiendo que Elías no estaría aquí, pero hoy no es así, hoy volverá y no soy consciente de ello hasta ahora, cuando puede que en unos segundos le vea.

— No tengo hambre — Me detengo en seco antes de llegar al comedor, Diana me mira por encima del hombro — Os espero en clase.

— Juli, no puedes esconderte para siempre — Contesta, sabiendo perfectamente lo que estoy pensando.

— Para siempre no, al menos hoy... sí — Pongo la mayor cara de pena que soy capaz — Por favor, Diana.

— Tú verás — Asquea el gesto, marchándose enfadada.

No es que Diana no sea comprensiva, pero después de llevar con el mismo tema tanto tiempo, entiendo perfectamente su postura y que se haya hartado de según qué tipo de cosas.

Me dirijo a clase, donde sé que no le veré. Al menos quiero esperar unas horas más, aclararme las ideas hasta que tengamos que ir a la sala de ensayo, donde no me quedará más remedio que enfrentarme a él.

¿Qué pensará? Han pasado cuatro meses, ¿cómo habrán cambiado las cosas? ¿Para bien, para mal? ¿Cómo actuará? No sé cuál es nuestra situación ahora mismo, estoy confusa y la cabeza parece que va a estallarme de un momento a otro, me siento mareada mientras camino por el pasillo, doy tubos sin darme cuenta hasta que tengo que detenerme y apoyarme contra la pared.

— Juli, ¿estás bien? — Alguien me pone una mano en la espalda, sujetándome.

— Sí, ha sido solo... — Levanto la cabeza para ver a Edgar — Ya se me ha pasado. — Intento tranquilizarlo.

— Estás temblando — Murmura, abrazándome y moviendo sus manos con rapidez por mis brazos — Vamos abajo, seguro que Lola tiene algo para darte.

— No, de verdad. Solo necesito que me acompañes a mi habitación — Le pido, aunque ya me encuentro mucho mejor. Él asiente, agarrándome.

Me lleva abrazada, protegiéndome como si fuera frágil, como un cristal a punto de romperse. No me gusta sentirme de esa manera, como si no pudiera controlar lo que debo hacer o lo que no, sin saber qué paso dar y en cuál detenerme.

— Edgar, ¿puedo pedirte un último favor? — Se ha arriesgado a traerme aquí, no quiero que le vean en las habitaciones de las chicas, sin embargo él accede sin pensarlo en cuanto le pido que me traiga el reproductor de música.

Se aleja a pasos rápidos aunque es posible que ya llegue tarde a clase, pero en apenas dos minutos está de vuelta y trae consigo el reproductor, con una sonrisa que solo trasmite tristeza.

— Sé que hoy es un día difícil para ti, ¿quieres que me quede contigo? — Insiste.

Muevo la cabeza a ambos lados, le agradezco de nuevo que sea tan bueno conmigo y le obligo a ir a clase. No quiero arrastrarle más de lo que ya lo estoy haciendo.

Con la puerta cerrada, rebusco en la caja amarilla que me dejó Elías, tiene que haber una respuesta para todo lo que siento ahora mismo; por supuesto la encuentro:

Cuando sientas... inseguridad.

Ahí está, y sé que contiene lo mismo que el sobre anterior. Una canción perfectamente elegida para la ocasión.

Meto el disco sin siquiera saber qué canción es, solo confiando en que me ayude de alguna manera a reponerme, a enfrentarme a verle de nuevo.

La canción Stronger resuena por las cuatro paredes de mi habitación... y una vez captado el mensaje, respiro hondo, levanto la cabeza y salgo con paso firme. 

Sigue brillando, Julieta. (Segunda parte #ESDJ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora