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NARRA ELÍAS.

Julieta tarda muchísimo en salir, y eso, conociéndola como lo hago, solo quiere decir que quiere quedarse aquí dentro, tal y como antes lo hacía.

Admito que me gusta que ciertas cosas no cambien nunca, sobre todo el querer seguir compartiendo momentos juntos. Lo extraño es lo que a mí me sucede, me he quedado sin palabras y casi sin saliva cuando ha cantado por última vez. No sé qué demonios le ha aconsejado Diana, o si también han influido mis últimas palabras, pero se ha soltado como nunca.

Ella, la chica que trasmite pura ternura y dulzura, que te hace emocionarte sin querer hacerlo, que canta tan suave que solo quieres quedarte a escucharla para siempre, esa chica hoy, frente a mí, ha dado un gran paso, como si de repente fuera mujer.

— ¿Elías? — Sigue ahí, me llama con un hilo de voz — ¿Yo podría... bueno... pedirte algo?

Estaba despistado, vuelvo de nuevo aquí, a ella, que me habla mirándome a los ojos aunque enseguida aparta la mirada. Siento que queda mucho para que todo vuelva a ser como antes, si es que alguna vez podemos volver a aquello tan increíble que teníamos.

— Claro Julieta — Intento sonreírle para que pueda sentirse cómoda cuando estamos a solas — Puedes pedirme lo que quieras.

— Es algo que... — Sigue sin arrancar, aunque me pongo en su posición y yo no sé qué hubiera hecho si hubiera sido ella, si de repente en la persona que te apoyas desaparece de tu vida y meses después, vuelve como si nada.

— Vamos, ven — Hago un gesto con la cabeza, se acerca a paso lento — Cálmate, solo soy yo.

— Es difícil — Suspira — No sé cómo actuar ahora mismo contigo — Mira a sus pies, frunciendo el ceño, cuando levanta la cabeza sus ojos han perdido el brillo — No sé si eres mi profesor, mi amigo, o alguien a quien tengo que dejar atrás.

Vaya, ahora el que no tiene ni idea de qué decir soy yo, ella es así, natural. No suele contenerse ante nada y esto es solo un poco de lo que tenía guardado.

— ¿Te importo? — Se queda confusa unos segundos tras mi pregunta, después asiente — Entonces trátame como tal, como alguien que te importa. Tú me importas a mí, muchísimo.

— Está bien, lo intentaré — Se muerde el labio inferior — Quería pedirte que me enseñaras a tocar la guitarra. Se lo pedí a Edgar pero como sabrás, no es el momento.

Paso mi mano por todo mi pelo, despeinándome, aunque es algo que no me importa, suele ser difícil llevarlo decente porque se descoloca a su antojo. Quiere que le ayude a tocar la guitarra, y yo siempre estaría encantado de enseñarle lo que sea pero, ¿es buena idea pasar tiempo juntos de nuevo? Ambos estamos confundidos, se palpa en el ambiente que hay algo entre nosotros.

— Sin problema — Las palabras salen de mi boca sin haberlo pensado — ¿Cuándo querrías empezar?

— Cuando tú digas — Sus ojos, de nuevo ilusionados, oscuros pero con un brillo que solo tiene ella. — Tengo que irme, te veo mañana.

— Está bien, si te parece bien mañana podemos empezar con tus clases especiales — Intento bromear, aunque la situación por ahora no está para eso.

— ¿Mañana? — Abre mucho sus ojos — Eso sería genial.

— Buenas noches, Julieta — Ladeo la cabeza, cautivado por ella — Descansa.

— Igualmente. — Mira hacia otro lado, se ha dado cuenta de mi gesto — Buenas noches, Elías.

Me despido con la mano, viéndola caminar hacia la puerta. Aunque no lo sepa, ha crecido mucho, y no solo sobre el escenario, si no en la vida. A pesar de tener dieciocho años y ser casi una niña, es como si hubiera madurado de golpe mientras yo estaba lejos. Está aprendiendo de todo lo que le sucede.

Esa noche siento que necesito aire, salir de aquí y despejarme, pero el orfanato no es que esté cerca de ningún lado, no es como un piso de ciudad donde al salir puedes ir a cualquier sitio. Aquí solo tenemos bosque unos cuántos kilómetros alrededor.

Aun así, sigo mi idea y salgo por la puerta trasera, al menos para pasear en el exterior. Rodeo el orfanato, después las pistas de distintos deportes y las mesas ahí colocadas para las comidas cuando hace buen tiempo. Al final, cansado de ver lo mismo, me adentro todo lo que puedo en el bosque, y digo todo lo que puedo porque a unos cuantos metros descubro la alambrera que limita el espacio. Camino junto a ella, pasando la palma de mi mano por los hierros fríos, hasta que no toco nada.

Me fijo bien para descubrir que hay un hueco, la alambrera está rota, quién sabe si por algún alumno o por el paso del tiempo, asomo la cabeza, pensando en salir o no, al final lo hago, desde pequeño he sido muy curioso en ciertas cosas.

Entre tanta maleza donde apenas puedo ver nada, compruebo que hay un estrecho camino de tierra, así que lo sigo durante unos metros, no hay nada, solo bosque y más bosque, o eso es lo que creo cuando estoy a punto de darme la vuelta para regresar al orfanato.

— ¡Venga ya! — Susurro para mí mismo, hay demasiado silencio y escuchar mi voz me alivia.

Ahí, a unos cuantos pasos de donde me encuentro y cobijado entre varios árboles enormes, hay un cobertizo. Me acerco a él sin dudarlo, ¿cuánto tiempo lleva eso en este lugar? Seguramente nadie sepa que existe, o sí. Llego hasta la puerta, está cerrada pero sin llave, ni candado. Solo tengo que empujarla para que con un fuerte chirrido se abra de par en par.

No se ve nada dentro, es muy tarde. Pero sí huele a humedad, también a cerrado, eso solo puede significar que tenía razón y nadie ha pisado este cobertizo en mucho tiempo.

Permanezco en su interior con la intención de que mis ojos se acostumbren a la oscuridad y vea qué se esconde aquí. Nada, no hay nada. Bueno, no es que esperara mucho, pero está vacío y hay al menos un dedo de polvo en el suelo y las paredes.

Es todo de madera, cada parte, hasta una pequeña ventana en uno de los lados. Cierro los ojos y me la imagino de otra manera, debió ser distinta mucho tiempo antes. Quizá solo guardaba herramientas, quizá...

Sonrío, se me acaba de ocurrir la mayor locura de mi vida, y a pesar de ser consciente de ello, quiero llevar a cabo esa idea, nadie tiene porqué enterarse.

Salgo del cobertizo, cerrando la puerta de nuevo y admirándola durante unos minutos, diciéndole que se quede ahí donde ha permanecido tanto tiempo, que me espere... porque merecerá la pena. 

Sigue brillando, Julieta. (Segunda parte #ESDJ)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora