CAPÍTULO 21

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La aspereza con la que aquel día había tratado a sus compañeros, la arrogancia con la que había despreciado a su secretaria y la rebelión con la que había lidiado desdeñosamente durante su trabajo en la oficina, eran, con franqueza, mediaciones co...

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La aspereza con la que aquel día había tratado a sus compañeros, la arrogancia con la que había despreciado a su secretaria y la rebelión con la que había lidiado desdeñosamente durante su trabajo en la oficina, eran, con franqueza, mediaciones con extravagancia del resentimiento que abrumaba sus pensamientos.

No la había apartado de su cabeza.

Sus besos ardientes recorrían en interminables oleadas su piel arisca y determinaban la excitación del momento. Había deseado hacerla suya desde aquel primer instante en que la vio sonreír. Había imaginado cómo se sentiría abrumarla de éxtasis bajo su cuerpo desnudo y verla arder en fuego al llegar a su clímax. Había disfrutado de su encuentro. El vello se le erizaba al recordarla danzar sobre él en inagotables jadeos que lo volvían loco.

¿Por qué no estaba satisfecho?

La había tenido a su merced —completamente dominada— bajo la opulencia de su miembro ansioso y la había devorado cuantas veces fue capaz sobre su lecho; proclamándola suya a costa de su dueño.

¿Por qué no se sentía orgulloso?

Le pertenecía a alguien más.

Había sido el amante de muchas mujeres anteriores a Jules, pero ninguna la había sentido tan cercana, tan armoniosa con él. Ninguna le había provocado esa ternura y sentimentalismo como ella lo había hecho. La buscó entre sus brazos al despertar, fáustico por deseos cumplidos y la marginalidad que causó en su vida lo deterioró abismalmente.

Nunca hubiese esperado que lo despreciara de aquella forma —aunque muchas veces antes se auto motivó con ello—, la desdicha de su pecho ardía con desánimo. No se sentía fuerte.

Una extraña sensación de pertenencia lo invocaba en pensamientos al pensar en ella.

¿Debía continuar a su lado?

Necesitaba verla, recordar la sensación que dejaba en sus labios al besarla con intensidad, volver a estremecerse con la forma en que lo miraba, mientras él consumaba el acto. Pero de alguna forma se contradecía en emociones. Deseaba verla por una necesidad que no tenía esclarecida, pero quería apartarla al hallarse en desventaja con ella.

Regresó su atención a la carpeta que había recibido esa mañana de los inversionistas y recordó a Nancy sonreírle con amabilidad. Un gesto que lo hubiera incitado a permanecer a su lado, pero que aquel día decidió ignorar.

Estaba molesto.

La noche caía rápidamente sobre la ventana de su escritorio particular y la poca luz que había ocupado para leer acabó por causarle dolor de cabeza.

Se precipitó hacia el mini bar cuando el estallido de la tormenta le crispó de improviso y se tomó de un trago un vaso de brandy. Su garganta ardía. Apagó la luz de su despacho para dirigirse a la cocina cuando oyó el móvil sonar en la sala.

El Sonido Del Caos ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora