CAPÍTULO 19

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Lágrimas recorrían impetuosas por su pálido rostro mientras que sus pies aceleraban el paso por la extensa acera de perfilados jardines de importantes mansiones

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Lágrimas recorrían impetuosas por su pálido rostro mientras que sus pies aceleraban el paso por la extensa acera de perfilados jardines de importantes mansiones. Todo a su alrededor se fundía en una cumulonimbos ventosa y lluviosa, capaz de devorar las falsas esperanzas que deseaba crearse. La noche pesaba en sus miedos y los avivaba como llamas constantes y amenazadoras.

El rostro pálido recostado sobre el azulejo de la cocina de Edmund Fuhrman se revolvía como secuencia traumática a cada trecho recorrido. No había sido capaz de ayudarlo, no había sido consciente de la condición en la que se hallaba y lo había dejado tentando su suerte entre las penumbras de aquella habitación.

Su respiración aún le provocaba los jadeos incontenibles a su marcha y la presión del ambiente umbroso y despiadado la hacía temblar. Su departamento se hallaba a kilómetros de distancia, los taxis, por aquellas horas, no creía que fueran fáciles de encontrar y su única idealización de salvación sólo resultaba volcarse a ese hombree inestable y de intuiciones dudosas que la hostigaba hacia su cama.

—¿Jules? —su voz sonó ronca y masculina.

Había deseado no llamarlo a él, no deseaba volver a encontrar aquellos ojos sin escrúpulos sobre ella; su voz provocaba temblores en sus sistemas que la confundían con voracidad. Pero temía a la noche, temía a las calles intransitadas y temía a la idea de enfrentarse sola a sus problemas.

—Kyle necesito que me ayudes —se precipitó sobre el auricular como a un salvavidas y sintió sus cuerdas temblar.

Su nombre latió en sus pensamientos en todo momento hasta que aquel coche oscuro se plantó frente a ella y sus brazos la acogieron con serenidad en medio de la noche. Su cuerpo se estremecía violentamente por el frío del invierno desdichándola en manos de esa personalidad ligeramente confiable que había pasado a ser rápidamente en su vida. Pero el grueso saco de paño del hombre y el calor que emanaba su cuerpo eran suficientes para calmar sus temblores y ansiedades.

La condujo sin apartarse de su cuerpo hacia la calidez del coche y condujo en silencio sin preguntar el destino. Ella se afirmó contra el vidrio, absorbiendo las lágrimas que, deseosas, se agolpaban en sus ojos. Él la observaba en silencio, con una extraña sensación que se revolvía en sus pensamientos y hormigueaba sus extremidades por abrazarla.

Jamás la había visto de aquella forma, jamás antes había conciliado verla afectada realmente por algo. Sabía que debía preguntarle qué había ocurrido realmente en la casa del abogado, pero no deseaba presionarla. El silencio que le proporcionaba debía ser suficiente para ayudarla hasta que estuviese lista para confiar en él.

Se sentía extraño con ella esa noche, apaciguando todos aquellos pensamientos antecesores a la lujuria y sexualidad que manaban del cuerpo de su adversaria.

La tenía sentada sobre su cama frente a él, inmóvil con sus ojos mirando fijamente el suelo. Los temblores luego de la ducha caliente no habían conciliado apaciguarse; aunque creía con firmeza que se trataba de algo más que lluvia y frío lo que se los provocaba.

El Sonido Del Caos ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora