CAPÍTULO 28

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Las avenidas continuaban atestadas de agua, consecuente de una tormenta persistente que azoraba la ciudad

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Las avenidas continuaban atestadas de agua, consecuente de una tormenta persistente que azoraba la ciudad. La premura del viento arrastraba embelesado cualquier cosa inferior a su furia traicionera. Un atiborrado cielo negruzco conciliaba un sentimiento esperanzador de tranquilidad y deidad que Jules deseaba tener.

Abrumadora era la soledad en la que se hallaba nerviosa, ofuscada, pero también reflexiva.

Un leve mareo la trascendía hacia la memoria de sus recuerdos y la equidad de sus relaciones para con ella. Un incendio forestal se abría paso en su pecho que latía incesante por la solución ansiada a sus problemas.

Bebió de la copa de vino y exhaló su respiración como si de humo ofensivo se tratara; concentrándose en su propia respiración indiferente a las emociones que conciliaba enmarcar por aquellos instantes.

Una única esperanza osó apoderarse de sus sueños, una única ilusión la abordó de niña para separarse de los errores ajenos que amenazaban con acabar con su vida. Aquella que la mantuvo viva, creyente firme de las segundas oportunidades y de que quienes forjan su camino resultan recompensados. Hacía varias semanas atrás lo creía, habría confiado a ojos ciegos en Justin sin importarle lo que deseara, con el motivo de verse desdibujada la línea parental que la atormentaba.

Ahí estaba nuevamente entre sus silencios, en la calidez de su afán por recordar una figura que la hería a ciegas sin remedio; una que, maltrecha, la obligaba a dudar de sus pautas y virtudes; una que consecuentemente la había llevado a desligarse ponzoñosamente de todo lo que consideraba normal en su vida.

¿Estaría su madre alguna vez orgullosa de ella? ¿Notaría la diferencia que la había embadurnado años después de su adolescencia?

Respiró forzosamente cuando la invadió la sensación de perderla.

Aunque no quisiese pensar demasiado en la extorsión y lo que sucedía con ella, se admitía a duras penas el dolor que se fraguaba en su alma la desdicha de que la lastimaran. Recordó su infancia, recordó las drogas, las noches solitarias enferma entre penumbras y hedores pegajosos de la alfombra que la aturdían; recordó la angustia, el miedo, la soledad abrumándola en el dormitorio, refugiada de quienes visitaban a su madre durante las noches. Recordó el pánico a salir de casa sola para ir a la escuela y el temor a regresar y que no estuviera sola. Recordó a los amigos de su madre, a la profesión que ejercía en las noches, a los gritos, a las burlas a los golpes y quemaduras.

Cerró los ojos con fuerza abrazándose a sí misma para protegerse de su tormento. La quería de regreso a sus actividades normales, a una distancia moderada de su vida, pero a salvo.

Bebió una vez más del vino y relajó el rostro al momento en que el móvil sonaba en el vestíbulo.

—Señor Fuhrman —se apresuró a contestar—, estaba esperando que llamara —alcanzó la lista de invitados que había estado estudiando ese día y mordisqueó el birome con gesto reflexivo—. Ya revisé la lista y actualicé a quienes ha conocido Justin este último año que puede desear ver en su fiesta. Le he pedido a Laura que se ocupe de las tarjetas; ella tiene un amigo que es diseñador gráfico que puede ayudarnos un poco.

El Sonido Del Caos ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora