CAPÍTULO 27

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La particularidad e insensatez con la que esa mujer se escabullía de sus brazos con enrevesada actitud, era la razón por la que se mantenía somnoliento entre pensamientos la mayor parte del tiempo del trabajo

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La particularidad e insensatez con la que esa mujer se escabullía de sus brazos con enrevesada actitud, era la razón por la que se mantenía somnoliento entre pensamientos la mayor parte del tiempo del trabajo. Sus ojos brillaban caóticos en su memoria y si hallaba más detalles de sus encuentros debía permitirse unos minutos para recuperar el aliento antes de continuar.

Esa mujer causaba estragos en él, su cuerpo se redimía al de ella como en un paraíso afrodisíaco de placer. Lo ofuscaba no conciliar un límite, y se reprochaba a sí mismo su capricho de no saciarse lo suficiente de su piel.

En un principio no había escuchado a la voz interior cargada de advertencia; ni a Matt con sus reproches de estabilidad, había sentido el impulso de enardecer su deseo con ella, de saciar sus fantasías eróticas que tanto lo desvelaban en la noche. Pero Jules continuaba apartándolo de su vida. Incluso cuando la consumación la había dominado, cuando la había poseído en su lecho con tan ferviente pasión, la mujer persistía en escapársele de las manos.

No la comprendía, y comenzaba a cuestionarse hasta dónde sería capaz de arrastrarse para acaparar la atención de su amante.

Bebió del café que Lisa le había llevado hacía escasos minutos, e hizo una mueca al encontrarlo frío.

¿Hacía cuánto estaba sumido en sus pensamientos?

Revisó el reloj y aún era temprano para la salida.

Se incorporó hacia la ventana y examinó con plenitud la jungla de vehículos y contaminación ambiental que tenía por vista. Los imponentes edificios de construcciones majestuosas, el gentío acumulándose en filas de tres por las aceras, los charcos de agua estancada en las mismas que no se molestaban en esquivar al caminar.

Respiró hondamente intentando desviar sus pensamientos hacia algún sitio calmo donde descansar del trabajo y nuevamente lo halló en aquellos océanos inquietos y escurridizos.

—¿Señor Kovak? La señorita Sullyvan está aquí.

Asintió a su secretaria sin mirarla; la había evitado los últimos días y se sentía atormentado por no corresponder a un deseo que lo había invadido cientos de veces al ver circular ese par de piernas por su oficina.

—Hola cielo —su voz ronroneó en sus oídos al mismo tiempo que sus brazos se colgaba de su cuello con intención de ofuscarlo.

La atrapó apartándola de su espacio con semblante severo.

—Siéntate —le indicó. Su rostro se frunció.

—Ah, vuelves a ser el mismo agresivo intolerable de siempre, tu compostura es lamentable.

—La pierdo cuando apareces.

—También yo —dijo ella, alzando las comisuras de sus labios.

—Habla —insistió, sentándose frente a ella con el escritorio interponiéndose.

—Escucha, Kyle, no me creo esto de los papeles y demás documentaciones que dices como excusas para reprocharme que tengo a alguien más y eso te molesta. ¿Qué sucede contigo? ¿Estás celoso de que alguien más pueda ocupar tu lugar? Yo no te intercepto en el trabajo cada vez que te tiras a tu secretaria —recriminó la mujer cruzándose de brazos—. Lo has hecho aquí, ¿verdad? Te encanta el sexo de oficina —agregó tamborileando sus uñas sobre la madera del escritorio.

El Sonido Del Caos ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora