Capítulo 1, "La cafetería"

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Cada día que Lindsey despertaba en su residencia universitaria, con los ánimos por el suelo, unas bolsas negras debajo de los ojos y rodeada de libros de Microbiología en su cama, se recordaba en su mente una y otra vez mantener una imagen positiva de sí misma, sonriente y llena de fe.

Era su último día de cursada y debía aprobar sí o sí el examen de la materia que contenían los libros. Era una de las básicas y de las que más le costaba entender. 

«Deja que todo actúe conforme el destino. No planees demasiado las cosas y ni hagas augurios precipitados» se repetía mentalmente una y otra vez, mientras intentaba desenredarse su ondulante cabellera castaño claro. Para muchos, era un tonto consejo de su madre, que le había dado luego de haberle leído un cuento en una noche de soledad. Pero para Lindsey, eran palabras demasiado importantes. 

Hacía demasiado calor, pero ni pensó en ello cuando se puso una blusa con un escote en forma de círculo por encima del pecho y una falda con volantes color negro, igual que sus tacos. Parecía que se presentaba a un día de entierro. Aunque podría haber sido considerado así sí el examen no era lo que la protagonista se esperaba.

Se aplicó varias capas de base para el rostro —y así tapar las exageradas ojeras—, un sutil delineado alrededor de los ojos y una pintura de labios color coral. Ella seguía notando que la marca de su cansancio seguía ahí, pero no quería parecer un payaso, así que se limitó a refunfuñar por lo bajo. Luego, volvió a intentar peinar su cabello y de la frustración al verlo tan enredado y erizado por la humedad, se lo ató en una coleta alta. 

Metió apurada todos los apuntes para repasarlos de camino a la Universidad y suspiró sonriente cuándo vio qué tenía todo listo más rápido de lo que ella se esperaba. Salió a paso apresurado y logró detener el primer bus de la mañana. Iba desbordando de gente, pero a Lindsey no le importó, porque presentía que sería un gran día.

* * *

«Y fue un gran día» se regodeaba ella para sus adentros, cuándo el profesor la felicitó por su enorme esfuerzo y le dio la materia por aprobada. 

Estaba desmesuradamente feliz. 

Tenía que festejarlo con alguien, pero en ese momento April y Charly —amigos con los que compartía la residencia—, estarían haciendo exámenes recuperatorios hasta tarde, así que Lindsey sintiendo hambre, caminó a través de los largos pasillos de la Universidad de Iowa hasta llegar al comedor del lugar. Pero estaba tan abarrotado de estudiantes, que con sólo un vistazo, la joven ni se animó a entrar.

Más tarde, paseando por el campus, encontró una cafetería apetitosa y a precios justos, así que entró. Era un ambiente calmado, refrescante a pesar de los hornos en funcionamiento, con un aroma a café y a medialunas que hacían rugir el estómago de Lindsey. 

Le dio un antojo y se eligió un par de galletas gigantes con sabor a chocolate y un café expresso como tanto le gustaba.

—Son veinte dólares —aclaró la cajera con una cara que se la llevaba el diablo. 

Lindsey asintió y buscó en su mochila el dinero. Pero sus manos comenzaron a temblar y un fuerte sudor invadió su frente, amenazando con correrle el maquillaje de lugar.

La billetera no estaba.

Ella comenzó a despotricar por lo bajo, mientras revisaba una y otra vez cada bolsillo de su mochila, como si por arte de magia llegara a aparecer. 

Cruzó esa fina línea entre el nerviosismo y la ridiculez cuando se creyó que su falda con volantes tenía bolsillos, dónde podría haber metido allí la billetera. Pero nada.

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