Capítulo 32, "Fiebre por ti"

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En su sano juicio se habría sacado la ropa mojada, metiéndola en un cesto para lavarla, entrar en una ducha caliente y dormir plácidamente en la cama hasta el día siguiente. Pero no, Christian no tenía ganas de eso e hizo todo lo contrario. 

Se metió al baño, se lavó los dientes y sin quitarse el frío de su cuerpo o secarse de las gotas de lluvia que resbalaban por su piel, se metió el pijama y se acostó en la cama sin taparse con las sábanas, con la mirada clavada en el techo mientras su cabello humedecía la almohada. La tristeza y la soledad eran de sus sentimientos más característicos, pero eso iba más allá de simples sentimentalismos que conformaban su vida diaria. 

Sentía una depresión enorme, una agonía que le estrujaba el pecho y que le daban ganas de quedarse sobre el colchón el resto de su vida. No lloró, pero por primera vez lamentó haber hecho algo, haber decidido algo. Recordaba el melancólico y frustrado rostro de Lindsey, soportando las ganas de llorar, gritándole que no quería nada de él, luego sus pies moviéndose con velocidad bajo la bruma de la tormenta hasta desaparecer frente a sus ojos. Ya había lastimado a las mujeres de esa manera e inclusive peores, pero le sorprendía lo traicionera que era su mente recordándoselo como lo peor que había hecho en su vida. 

Y era porque la quería a diferencia de las demás, pero no lo tenía claro y estaba segurísimo de convencerse a sí mismo de que no sentía nada más que atracción física.

Dio vueltas en la cama durante horas, intentando conciliar el sueño. Pero claro, no podía porque eran recién las nueve de la noche y él no se acostaba a dormir hasta las once, cuando terminaba su insufrible rutina de estudiar Contabilidad Gerencial, materia que adoraba su padre y le interesaba más que nada que su hijo aprendiera para que pudiera administrar la pequeña empresa familiar en el futuro. 

Christian no tenía ganas de eso, pero no le quedaban muchas opciones. Rebelarse contra su padre y decirle que tenía ganas de estudiar otra cosa que no fuese Finanzas, podría traerle una serie de problemas que la incluirían a ella. 

Comenzó a sentir un pequeño ardor en la garganta, una punzada que amenazaba una gripe, pero no le dio importancia. Su humor de perros le hizo no preocuparse por su salud, y cuando llegó la mañana, no sólo tenía unas sombras negras debajo de los ojos por haber dormido poco, si no que la voz parecía haberse quedado atorada en su garganta. Y en sus intentos, su voz sonaba entrecortada, como si también hubiera perdido la nariz en el camino. La humedad del clima no ayudaba, por lo que el cabello del joven seguía mojado del día anterior.

Pasaron los días y la gripe parecía empeorar cada vez más, sobre todo porque Christian no se esforzaba en mejorar su salud, si no en quitarse de la cabeza el rostro de Lindsey y toda sensación que le causaban sus recuerdos cuando la veía mediante el estudio de Álgebra Matricial. 

Pero parecía recapitular aun más su figura porque ella había sido la que le enseñó y la que probablemente le haría aprobar la materia que lo había estado torturando durante dos largos semestres. Pensó en lo injusto que fue, cuánto jugó con sus sentimientos y luego los desechó a la basura. Lindsey no era como las mujeres del pasado, ella no buscaba nada a cambio, solo quería ayudarlo, ser su amiga. Pero no podía permitirse ese lujo, para él, ella era demasiado buena y no la merecía. Y sabía que sí lo volvían a intentar, otra vez iba a lastimarla. 

La cabeza le dio vueltas cuando pensó eso último y sospechó que era por el sol que incidía sobre su cabeza a las doce y media del mediodía. Guardó sus cosas, se levantó de la mesa pública que había en el campus —cerca de su facultad— y caminó unos metros decidido a enfrentar el examen. 

El martes había llegado y los nervios se incrementaban a medida que se acercaba a la puerta. Pero de pronto sus piernas se sintieron entumecidas, débiles, que no le permitieron moverse del lugar en el que estaba parado. El calor lo estaba asesinando lentamente y tenía las mejillas rojas de la fiebre, como si estuviera en estado de ebullición absoluta. 

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