Su corazón resonaba tanto que le era imposible escuchar sus pensamientos. Le gritaba que dejara de ser un imbécil y de una vez por todas se acercara a Lindsey para advertirle sobre las verdaderas intenciones de Caleb.
Imaginar que él podría tocarla, al menos un pelo, lo hacía perder los estribos por completo.
Imaginar que fuera capaz de sonreír con otro hombre y enamorarse de él le parecía una locura que no sería capaz de soportar.
Sí, pensaba que estaba desquiciado, que había perdido la cabeza y se estaba comportando como un maldito celoso. El problema es que no podía dejar de pensar en ella, en preguntarse cómo estaba, en sí lo había olvidado y pasado página o seguía llorando como el primer día que la echó de su vida. Y mejor no repetir una vez más cuánto extrañaba ver su presencia y las cosas que más adoraba de su figura, como sus ojos, su cabello o sus rosados labios.
Quería verla, su corazón se lo pedía, su cuerpo lo necesitaba. Ella era su medicina, la cura que le permitía olvidarse de su despreciable vida por unos minutos. Pero no hallaba la forma, no encontraba la excusa perfecta para ir a buscarla y verla. Sí, podía ser sincero y decir que no toleraba más los deseos de tenerla frente a sus ojos, pero él necesitaba algo, un poco más válido para poder explicar que hacía ahí con ella.
Y entonces, después de pasearse media hora por la sala pensando y reflexionando sobre sus acciones y locuras, algo le dijo —quizás como su instinto— que mirara hacia el patio de su casa. Algo blanco brillaba al lado de la piscina, él abrió los ojos más de la cuenta con sorpresa.
Sí, aunque parecía una realidad poco digna de creer, Lindsey había olvidado sus sandalias desde la última discusión. Habían pasado sol, lluvia, tormenta y viento y seguían ahí, algo destruidas pero intactas en su posición. Claro, ella se las había quitado cuando se sentó en el borde de la piscina, y recordó que nunca se las volvió a poner, ni siquiera cuando se dirigieron adentro de la casa para seguir con la discusión.
Sus ojos brillaron de un ligero entusiasmo. Tomó las sandalias —hirviendo por el calor— y las guardó en una bolsa. Sólo quedaba averiguar dónde Lindsey estaría para poder hablar con ella.
* * *
Estaba agotada. Primero, porque hacía demasiado calor. Y al acercarse los exámenes finales, la facultad desbordaba de gente en los pasillos.
Segundo, se había ofrecido a llevar todas las cajas de alimentos a la caja frigorífica. Pero no sólo se arrepentía por haberse ofrecido, si no porque quería hacerlo sola y se terminó ofreciendo Jayden y Charly a ayudarla. No quería que lo hicieran como sí sintieran lástima por ella, por lo que durante todo el trayecto para llevar las cajas y ordenarlas según el tipo de alimento, apenas les dirigió la palabra. No les mostraba enojo, aunque ya no podía ocultar mucho su gesto de molestia.
Charly sabía que algo iba mal con ella hacía tiempo. No sólo su novia se lo había advertido, lo había notado en su forma de hablar, en su actitud tan fría, distante y borde. Un sentimiento de que Christian había sido el responsable también se le cruzó por la cabeza. Y al igual que su novia, comenzó a sentir cierto desagrado hacia él. Estaba cansado de ver a su amiga sufrir de esa manera.
Entendió que Christian no valía la pena y que sí lo volvía a ver, era para aclararle ciertos puntos.
—Mierda —despotricó Lindsey al sentir que una de las cajas más pesadas se había resbalado de sus manos hasta caer al suelo y desarmarse por completo.
Tenía la cabeza en las nubes y el calor no la ayudaba. Podía sentir su espalda mojada por la ropa que llevaba encima.
Se agachó e intentó recogerlo todo cuando sintió una figura masculina frente suyo.
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Planes de Vida ✔
RomanceLindsey Peterson es una romántica empedernida que vive su vida sin preocupaciones dejando todo en manos del "destino". Christian Foster es todo lo contrario. Es frío, reacio al cariño y planifica toda su vida mediante una agenda para no perder el co...