Capítulo 72, "Tal para cual"

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El viento cálido chocaba contra su rostro y el aroma a tierra mojada se impregnaba en sus fosas nasales. Extrañaba Dyersville de manera exagerada, aunque le siguiera pareciendo a veces un lugar aburrido. Los relieves ondulados, los campos verdes, las pequeñas lagunas, las típicas casa de campo de madera blanca, el sencillo centro, la basilica St. Francis Xavier  y lo que más le encantaba: el campo de béisbol The Field of Dreams, donde solía jugar con su hermano antes de que se enfrentaran con la cruda muerte de su padre.

Últimamente lo estaba recordando mucho y con bastante tristeza. Tantos años barriendo y ocultando su dolor que ahora era incapaz de hacerlo. Necesitaba llegar a su casa y largarse a llorar por todo, hasta por vivir.

—Puedes dejarme aquí, está bien —le dijo Lindsey a Caleb mientras tenía apoyada la cabeza sobre la puerta del auto y observaba con melancolía el resto del campo.

—¿Aquí en el medio de la nada? Ni de broma —se negó él—. Te llevaré hasta la puerta de tu casa, Lis.

No tenía ganas de discutir, hacía demasiado calor y no había traído gorra. Así que le dijo que siguiera el camino de tierra hasta encontrar un chalet revestido de ladrillo y un espacioso jardín delantero. Caleb le pidió más detalles, pero ella le dijo que se daría cuenta ya que era de las poquísimas casas construidas así en la ciudad.

Pasaron unos cinco minutos cuando la encontraron. Estaba mucho más decorada con flores que la última vez que ella había ido e irradiaba una luz difícil de describir. Cuando la casa estaba así, Lindsey sabía que era porque su madre estaba pasando una buena época y lamentó tener que llevarle sus problemas.

Caleb estacionó frente a la puerta mientras seguía observando la casa. Admitía que era muy bonita, pero que no sería una edificación dónde podría vivir el resto de su vida. Le gustaban los lujos, no la sencillez y las plantas.

—Tu casa es muy bonita —elogió en contra de sus pensamientos.

—Gracias. —Lindsey bajó del descapotable e intentó sujetar su maleta cuando Caleb abrió el maletero, pero éste se lo impidió para tomar la valija por su cuenta—. Está bien, puedo llevarla yo...

—No seas modesta —dijo él con una sonrisa.

Lindsey le correspondió el gesto, pero con algo de incomodidad. Respiró profundo y se dio la media vuelta para acercarse a la puerta. Era su propia casa y la madre quién siempre veía cuando terminaba un semestre, pero esa vez estaba temblando de nervios, expectante a saber qué opinaba ella con respecto a la decisión tan apresurada que tomó.

Tocó el timbre; y mientras esperaba que ella atendiera, se giró hacia Caleb, quién le provocó un pequeño respingo al estar tan cerca a sus espaldas.

—Sí ves a mi madre un poco exótica, es porque es del movimiento hippie —le aclaró Lindsey, preocupada por lo que él llegara a pensar.

Éste rió un poco nervioso.

—No tengo problema con ello.

Se concentraron al frente cuando escucharon el suave chirrido de la puerta abrirse e inmediatamente Lindsey sonrió.

La Sra. Peterson era una mujer cercana a los cincuenta y cinco años, con el cabello corto y ondulado casi blanco por las canas, marcas de edad dibujando su rostro y unas gafas para leer de marco fino y metálico protegiendo sus ojos. Llevaba una camisa a cuadros color roja bastante desgastada, unos jeans con corte elefante color azul grisáceo y unas zapatillas muy usadas que originalmente eran blancas pero ahora eran una mezcla entre marrón oscuro y beige. Tenía unos guantes de cuero color amarillo y la joven supuso al instante que su madre estaría trabajando en el jardín del fondo o en sus nuevos diseños florales para bodas o eventos.

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