Capítulo 2, "Un pequeño incidente"

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Acomodada en la silla de madera, apoyando su cabeza sobre su mano izquierda, a seis mesas de lejos, seguía observando a aquél chico misterioso. Aquél que le transmitía sentimientos que no lograba descifrar. 

¿Era amor? ¿Era curiosidad? ¿Obsesión? Lindsey no lo sabía con exactitud. Pero preocupaba a sus amigos. Dos años en esa misma condición. No se sabía si lo extremo era que lo observara obsesivamente o su timidez por nunca hablarle durante tanto tiempo.

Le dio un sorbo a su café amargo —casi siempre lo tomaba dulce, pero cada cierto tiempo cuando estaba deprimida, no prefería nada de azúcar— y suspiró fastidiada por ver que un día más él no dirigía su mirada a ella. ¡O a alguien! Siempre permanecía como un robot ahí, sentado, escribiendo cómo un maldito desaforado, cabiz bajo o rascándose el —ya en ese momento— corto y rizado cabello. 

«Ese corte lo hace ver demasiado sexi» pensó la joven, que por instinto se mordió el labio inferior y entrecerró los ojos. Lo miraba deseosa, como un lobo esperando a por su presa. Parecía una verdadera loca.

—¿Otra vez acosándolo con la mirada? —interrumpió April por detrás de ella, en compañía de Charly, su otro amigo.

Lindsey abrió los párpados, asustada y acomplejada; y le dio un profundo sorbo más al café. Pero no le quedaba mucho liquido por beber, así que tuvo que fingir un poco que tenía el vaso lleno.

—April, me asustaste —se inquietó ella, obligándose a desviar la mirada hacia sus compañeros, que se sentaban frente a ella y apoyaban las mochilas en el suelo.

—Yo creo que sientes culpa por no devolverle los veinte dólares —bromeó April entre risas; y Charly la miró endulzado.

Él adoraba ver sonreír a su amiga —aunque en realidad era su interés romántico—. Rara vez ella lo hacía, más si se acercaban la época de exámenes —o en esa ocasión, la Tesis de la carrera que organizaban entre los tres—.

—¡No es eso! —ladró Lindsey, pero a los dos segundos se arrepintió al pensar que él podría escucharla. Así que bajó la voz—: Aunque... si me siento mal pensándolo.

—En serio, ¿qué ganancia le ves a esto de observarlo todos los mediodías de los trescientos sesenta y cinco días del año? Eres muy masoquista —objetó su amiga, mientras tomaba la mochila y sacaba una caja de leche con chocolatada.

—No seas cruel, April —discrepó Charly, imitando la pose de Lindsey—. Ella está enamorada, aunque no sé cómo.

—¿Cómo qué no lo sabes, Charly? Sabes que siempre fui una romántica empedernida.

—Una idiota empedernida —arrebató April.

—Lo sé, soy muy idiota. Sé que estoy mal de la cabeza. Pero sólo puedo hacer eso: mirarlo.

—¿Sabes? Haces dos años me tienes cansada con todo esto. Sólo te veo sufrir a ti amiga. Él me da mala espina. ¿Y sí es gay?

—Agradecería que no me torturaran.

—Hagamos esto. —La amiga de Lindsey dejó la caja sobre la mesa, se arrellenó sobre la silla, cruzó las piernas y apoyó su mano derecha sobre la rodilla de la pierna levantada—. O vas y te le declaras, pidiéndole inclusive una cita...

— ¡¿Hablar con él?! ¡Estás loca! —interrumpió ella, en pánico.

—Déjame terminar —protestó April—. O vas y te le declaras —Estiró la mano para que Lindsey pueda verla. Subió el dedo índice en señal de un «uno» y luego el anular para indicar una segunda cosa más—, o te olvidas de él para siempre.

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