Capítulo 82, "Volver"

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Mientras el muchacho subía la valija al maletero del coche, la Sra. Peterson se acercó a su hija y le dio un fuerte abrazo, de esos que dan gusto quedarte ahí unos buenos minutos.

—Gracias por todo, mamá —le agradeció Lindsey, tratando de no ponerse demasiado sentimental y llorar.

—No hay de qué, mi niña —le respondió su madre, dejándola de estrechar entre sus brazos para mirarla a los ojos con una sonrisa—. A partir de ahora, cuídense mucho. —Después esas palabras, se le dibujó un gesto travieso en el rostro acompañado de un guiño.

—Estaremos bien, mamá —contestó la joven con toda la inocencia del mundo.

Su madre la miró decepcionada y pensó desde cuándo su hija era tan ingenua para entender indirectas.

Christian se acercó a ellas y saludó a la señora por última vez. En un momento Lindsey se alejó para entrar al auto, quedando solo él y la Sra. Peterson.

—Me alegra haberte conocido, Christian. Estoy segura de que mi hija será muy feliz contigo.

—Gracias a usted por confiar en mí y no juzgarme—susurró él con timidez.

—Hijo. —Él la volvió a mirar sorprendido. Se le hacía tan rara esa palabra—. No importa qué tan mal vayan las cosas, siempre sé tú mismo.

—Sí, lo sé.

—Suerte —le deseó la Sra. Peterson con una sonrisa amable.

Él volvió a agradecerle y se subió al vehículo. Arrancó el motor y mientras se alejaban, Lindsey saludaba a su madre con la mano a través de la ventanilla.

* * *

Viajaron por media hora a través de la carretera, sintiendo el ardiente calor del sol introducirse a través de las ventanillas del vehículo.

Lindsey sentía un notable sudor en su nuca por culpa de su cabello suelto, mientras que Christian tenía algunas gotas de transpiración en la frente por su flequillo que comenzaba también a ser una molestia en sus ojos.

—Dios, qué calor hace —dijo Lindsey en un suspiro, abanicándose con una mano.

—Sí, creí que mi padre ya había arreglado el aire acondicionado, pero veo que fue muy rata para hacerlo —bufó él con la mirada fija y furiosa sobre la carretera.

—No le digas así...

—Es que es verdad —espetó más molesto—. El dinero siempre lo gasta en estupideces y no en cosas que realmente se necesitan. Así pasó con...

—Con el piano —le interrumpió ella.

Christian la miró sorprendido. Al principio se preguntó cómo ella lo sabía, pero después meditó que probablemente Alyssa se lo haya contado.

—Sí —aceptó con timidez—. Y también otras cosas...

—El tablero de ajedrez, las clases de piano, la...

—Ya, ya —le cortó él con una sonrisa sincera—. Ya ves. Él siempre fue así.

—Quizás cambie si le abres los ojos.

Christian comenzó a reírse, ganándose una mirada de reprobación de Lindsey.

—Joder Lindsey, crees en lo imposible.

—Y tu falta de fe resulta molesta a veces —le retrucó ella, cruzándose de brazos.

—Li, no te enojes. —Ella suspiró y miró hacia la ventanilla—. Conozco a mí padre, más que tú, Alyssa y mi madre juntas. Sé que no cambiara, lo intenté en la adolescencia.

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