Capítulo 22, "Beso"

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Lindsey lo llevaba cargado sobre su hombro y le dolía toda la columna. Christian tenía un cuerpo alto y corpulento, difícil de llevar para un delgado cuerpo como el de ella. Para su suerte, ya estaban a una manzana de llegar a la casa de él, pero ese trayecto parecía hacerse eterno. Y para su mala suerte, los nubarrones no paraban de tronar.

Christian susurraba cosas sin sentido y verlo en ese estado hizo que Lindsey comenzara a reírse cómo una loca.

—Tienes una sonrisa muy hermosa —masculló él con una mirada de ternura. Lindsey lo escuchó y además de ruborizarse, se dejó de reír—. Me da un poco de envidia no poder sonreír así también.

«Así que era eso» pensó ella, decepcionada.

—Sí dejaras de ser tan amargo, quizás lo lograrías —criticó ella, tomando con más fuerza el brazo de Christian.

Él gruñó por lo bajo.

—Me estás agarrando muy fuerte...

—Calla, ya estamos llegando. No quiero que te caigas.

—Puedo caminar solo, ¿sabes?

—Mentira. Te tambaleas hasta caer como hace un rato —arrebató ella y dio por terminada la discusión.

Después de otros eternos minutos, llegaron a la casa en silencio y Lindsey le pidió las llaves para abrir la puerta, pero él negó con la cabeza.

—Yo puedo.

Lindsey rodeó los ojos y lo dejó estar. Christian lo intentó, pero veía todo darse vueltas y sus manos temblaban como si padeciera la enfermedad de Parkinson, así que lo único que logró es que se la cayeran las llaves al suelo. Ella suspiró ruidosamente y se inclinó para recogerlas, pero Christian hizo lo mismo al unísono y sus manos hicieron contacto con las de Lindsey. 

Se miraron unos instantes mientras la misma corriente eléctrica que recorría por el cuerpo de la chica lo hacía en el de Christian. Sus deseos iban más allá de su razón, pero no lo pudo pensar demasiado porque ella recogió las llaves y se apresuró abrir la puerta. 

Sus manos también estaban temblorosas, pero su subconsciente le daba palmadas en el hombro para calmarse. 

Volvió a enroscar el brazo de Christian detrás de su cabeza y lo guió desde el recibidor hasta llegar a las escaleras, donde Lindsey abrió los ojos y soltó una bocanada de aire, agotada por el ejercicio.

—No es necesario... —balbuceó Christian y ésta le siseó.

—Calla, joder. No quiero que nos vean tus padres y empiece nuestra muerte —reprendió Lindsey con una pizca de miedo. Era la tercera vez que veía la casa de Christian y que aún le daba esa sensación de ambigüedad.

—Mis padres no...

—¡Baja la voz! —volvió a regañar ella en un susurro.

Inhaló todo el aire posible con sus pulmones, inflando levemente las mejillas y arrastró a Christian a través de los peldaños de la escalera. 

Éste no veía la hora de tocar un almohada y dormir por tres días sin verse a un espejo. Sabía muy dentro suyo que cuando recuperase el ánimo de siempre, se arrepentiría de haber hecho lo que hizo esa noche: beber hasta casi caer en coma, meterse en una pelea, hablar con una desconocida que no paraba de ligar con él y sus palabras tan ñoñas y descuidadas que confesó frente a Lindsey, sobre todo las últimas que le dijo en la calle.

Cuando llegaron al primer descansillo, Christian se soltó de Lindsey y chocó la pared con el hombro izquierdo intentando caminar por sí mismo. Causó tal estruendo, que Lindsey temió que la casa se derrumbara.

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