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   Todavía no salíamos de la clínica cuando Carrie comenzó a llorar para que no nos fuéramos. No sería tan fácil.
   — Necesitamos ir a conseguir dinero para que sanes — dije tristemente.
   — ¡Llévenme con ustedes! ¡No sean así!
   ¿Habíamos hecho mal en volvernos inseparables?
    Chris me condujo hacia el baño, en donde Carrie no escucharía nada y susurró:
   — Voy a ir solamente yo a la central para que me den el dinero, tú te quedarás aquí.
   — Entendido, pero, Chris, no sabemos qué tan lejos está Lamberton, necesitamos más dinero.
   — Carrie está débil, cansada y acostumbrada a tener siesta a las 4:00 p.m. a esa hora podemos ir corriendo a pedir dinero o yo qué sé.
   — Entiendo, no le contaremos nada. Chris, creo que es necesario contarles lo del arsénico, tal vez así la trasladen más rápido.
   Se veía extraño cuando le dije eso. Estaba intentando fingir desinterés porque por más daño que nos hizo o hiciera: ¡Nunca dejaría de amar a mamá!
   — Doctor, no le contamos algo más — dije decididamente.
   — Cuenta.
   — Nuestra tía nos empezó a dar donuts envenenadas por mero placer y la razón por la que estemos siempre enfermos es el arsénico que ella nos daba. Por eso decidimos escaparnos.
   — Que bueno que lo dices, para pedir más tipo de pruebas en su sangre.
   Al haber dicho esa verdad, me sentí aliviada, aunque sea muy tergiversada para proteger a la Madonna de Chris.

   A casi una hora (lo vi en el reloj de la clínica) llegó Chris con el dinero que nos sobraba.
   Al poco tiempo, se hizo la hora de la siesta de Carrie y ella tardaba tal vez dos horas dormida. Chris y yo queríamos darle una pastilla para que durmiera pero el doctor dijo que su estómago se encontraba sensible y esas pastillas no vendrían bien. Pero confiábamos en que Carrie no despertaría.
   Chris y yo, fuimos corriendo a tocar puertas, ofreciéndonos para limpiar el patio o lo que deseasen para juntar dinero y poder trasladar a nuestra hermana a un hospital mejor en Lamberton.
   Limpiamos el patio de tres personas y recolectamos veinte dólares. Me sentí frustrada.
   Estábamos limpiando el frente de la cuarta casa, cuando oímos una conversación de unos vecinos.
   — Allison, ten cuidado con la pareja de gitanos que acaban de llegar al pueblo.
   — ¿Gitanos? — respondió otra voz femenina que no podíamos ver.
   — Han llegado hoy hace unas horas, nadie sabe de dónde vienen pero están vestidos como para un circo de húngaros — dicho esto, esa mujer se comenzó a reír a carcajadas —. No vayan a hurtarte algo, andan desesperados por conseguir dinero.
   Miré a Chris cuando ella dijo eso. Mis ojos azules pálidos como los de él, se hindundaron de lágrimas.
   — Chris... Chris... ¿Realmente tenemos aspecto de cirqueros húngaros? — Mis lágrimas comenzaron a brotar y él me abrazó. Solté la escoba que sostenía, pues estaba barriendo los escalones de una puerta.
   — Están taradas — respondió Chris —. No dejes que te distraigan.
   Volví a tomar la escoba y terminé de barrer los escalones mientras Chris quitaba ojarazca del patio. Y la amable anciana que nos dio agua mientras limpiábamos, nos pagó quince dólares. Pero se veía que le costaba dejarnos como si nada pero teníamos que seguir consiguiendo dinero.
   — ¿Podrían lavar mis trastes? En la mañana me visitó mi hija con mis nietos y desayunaron aquí. Necesito hacer otras cosas, ¿les importaría?
   — Claro que lo haremos — respondió Chris por mí.
   — Excelente.
   Nos dejó entrar, a nosotros «gitanos y húngaros», tal vez no sabía lo de las habladurías.
   Cuando puse jabón en la esponja, volteé a ver a la anciana que estaba en la mesa enfrente de nosotros y abrió una libreta y trazaba partituras. Cuando miró que la observaba, desvié la mirada y continué lavando trastes mientras Chris secaba.
   — Cuéntenme, ¿cómo se llaman?
   — Yo soy Catherine y él es mi hermano Christopher. Y nuestra hermana enferma se llama Carrie — «y nuestro hermano muerto se llamó Cory» tuve ganas de decir.
   — Mucho gusto, jóvenes, mi nombre es Amelie. He visto su curiosidad, soy maestra de piano y hasta en dos años me jubila el gobierno. Díganme, ¿qué hacen mendigando tres niños en un lugar como este? Se cree que son gitanos o algo así.
   Le contamos nuestra historia inventada sobre nuestra imaginaria tía alcohólica y ella se horrorizó cuando le explicamos que éramos pálidos porque como castigo nos encerraba en el ático por días.
   — ¡Cómo es posible que esa despiadada mujer trate así a estos hermosos niños! — exclamó —. ¡Si ustedes lucen como ángeles! En serio chicos, esa mujer está enferma de la cabeza.
   Chris miró su reloj de pulcera que pronto tendríamos que vender o empeñar.
   — Debemos ir con Carrie — se excusó Chris —. En serio gracias por darnos trabajo.
   Cuando Chris dijo eso, la señora Amelie nos entregó veinte dólares más, pero su rostro mostraba remordimiento al tener que dejarnos.

   Quince minutos después de estar allí, Carrie despertó, pero no lo parecía. A escondidas, le dimos el dinero al doctor y nos dijo que una fundación nos ayudaría con el dinero.
   Lo malo fue en la noche, pues ese pequeño hospital ya no te dejaba estar allí hasta después de las once. Carrie estaba más dormida que un oso en invernación, pero Chris y yo no sabíamos en dónde dormir.
   — Ya no aceptamos visitas — dijo otra enfermera, las palabras que tanto temíamos Chris y yo.
   Aparte de Carrie, había otras dos personas para ser trasladadas y eran bastante mayores que ella. Entonces, comenzaron mis pensamientos amargos, que sin duda, por culpa de mamá ahora Carrie estaba muy enferma. ¡Mira lo que nos hiciste hacer! ¡Tuvimos que abandonarte porque nos enfermaba tu indiferencia diaria! Pero qué bien se le daba el jugar a que no tenía ningún hijo y que era la hermosa hija Foxworth que sólo fue capaz de desobedecer a sus padres cuando se casó con su medio tío, ¡Pero yo podía jugar mejor a ese juego! Y la terminaría venciendo y dejando en evidencia frente a todos, sí, ¡Todo en mí pedía venganza! Era como un ejército que me decía en mi mente ¡Venganza, venganza, venganza!
   — Cathy, deja de llorar, lo importante es que Carrie dormirá aquí al cuidado de las enfermeras.
   — ¿Y nosotros? Chris, estoy muy aterrada de estar aquí.
   — Podemos irnos al parque.

   Había columpios, sube y bajas y una resbaladilla que tenía su propia casita de colores sin techo, en donde nos tumbamos a mirar las estrellas.
   — Chris, ¿qué haremos? No podemos vivir en un parque.
   — Por si no lo sabes, los vagos también viven en los parques.
   — ¡Chris! No nos acompares con unos vagos...
   — Sólo decía...
   — ¿Qué crees que habrá hecho la abuela al no vernos en la habitación?
   — Contarle a mamá.
   — ¿Y ella qué habrá hecho?
   — No lo sé Cathy, no leo pensamientos.
   — Puedo apostar que en este momento se encuentra en su nueva casa al lado de su amado Bart. Estará durmiendo en sus sábanas y almohadas de seda porque la seda previene la arrugas y marcas de expresión. Y nosotros no le pasamos por la cabeza.
   — ¿En serio, Cathy? ¿Aún sigues intentando hacer que la odie como tú? ¿No te cansas?
   — ¡No! ¡Chris, abre los ojos! — le sacudí los hombros para dar más dramatismo —. ¡Nos estaba asesinando! ¡Envenenó a Cory! Y tú sigues defendiéndola porque es muy estúpida para defenderse sola.
   — ¡Cathy haz el favor de dormirte ya! Estoy muy cansado y lo que más deseo es conciliar el sueño.
   Yo sabía que no lo conciliaría porque acababa de insultar a su madre, nuestra madre. Y, ciertamente, dormir en un parque no era muy conciliador para el sueño porque al menor ruido me sobresaltaba. Temía que fuera un vago.
   Abracé a Chris mientras miraba las estrellas y me dormí, por fin.
  

Las Muñecas De DresdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora