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   ¡Bailar para la Reina! Esto es de locos, pensé mientras bajábamos del avión en Londres.
   — ¿Quiénes estarán en el falco de honor además de la Reina?
   — Ha invitado a sus más allegados solamente, los que la acompañan a los demás eventos, entre ellos Lord y Lady Abbot.
   — ¿Cree que a la Reina le vaya a gustar nuestra danza? No he podido dormir a causa de eso.
   — Me encantaría tranquilizarte Catherine, pero la incertidumbre también me invade; tienes la ventaja de ser mi alumna, sin embargo, yo no puedo resolver tu vida.
   — Me imagino que no irá a criticarnos — dije con la positividad de Chris —. No nos puede juzgar a partir de algo infantil como el cascanueces que es para entretener niños.
   — Pues... Lo veremos.

   Cambiamos de vestuario en Londres, confeccionados solamente para la presentación de la Reina. El corps del Royal Opera House me miraba como si me admiraran y desearan estar en mi lugar, incluso oí a unas que susurraron:
   — Bailará para la Reina mientras que nosotras seremos unos copos inservibles de nieve.
   — No cualquier copo, recuerda que la Reina lo presenciará.
   — ¡Pero esa extranjera nos está robando nuestro papel! ¿Desde cuando los tontos americanos son tan buenos?
   — Desde que bailé en el Bolshoi y el Marinsky — repliqué nerviosa y todos me miraban con tensión.
   — Señorita Bellmer, acuda a ponerse su vestuario.
   Como el vestuario de Clara es muy sencillo en el inicio, solamente un vestido blanco, Madame Karenina revolucionó el estilo y no mandó a confeccionar un simple vestido blanco de pijama, sino que lo mandó a hacer de seda brillante, pues usualmente es de algodón. El vestido se adaptaba de una manera glamurosa a mi figura, pero para hacerlo ver como batín y menos formal, se le añadió unos listón abajo se mis pechos, el listón era de la misma tela que el vestido. Y con mis leotardos rosas, no había mujer más bella que yo en esa noche.
   En el primer momento que me observaron, no dejaban de aplaudirme y admirarme, quise mirar a la Reina pero no fui capaz debido a temer romper algún protocolo. Niccolo lucía como el mejor cascanueces visto nunca con su traje rojo y negro con botones de color dorado.
   Al utilizar el segundo vestuario que era el que debía robar las miradas: Madame Karenina se esforzó y me dijo:
   — No planeaba decírtelo pero éste vestido se parece mucho con el que yo bailé por primera vez para la Reina.
   — Nunca se lo he dicho, pero es un honor que usted sea mi profesora. Ni con Madame Jolie o Madame Leyre habría llegado tan lejos.
   — Ponte el vestido — dijo con gran entusiasmo —. Y no me compares con ellas, si bien tuvieron sus minutos de fama, yo tuve años, por lo tanto, es una ofensa para mi carrera. Pero aprecio tus palabras.
   Salí con un vestido rosa pastel y con destellos rosas, y me recogieron el cabello de una manera elegante dejando rizos sueltos. Al mirarme en el espejo, lucía como una princesa con el vestido de tutú abajo de mi rodilla y mis mangas tres cuartos delicadamente abrazando mis brazos. Miré la falda de tul, con más destellos que lo demás: ¡Sin duda portaba una obra de arte! Al hacer una foutte el tul se movía de un modo mágico y las maquillistas añadieron levemente brillos a mi mirada.
   Niccolo portaba un traje blanco crema con bordes más aperlados que combinaban con su piel. Su rostro lucía meláncolico y eso le daba un toque especial.
   — ¿En qué piensas?
   — Me preocupa mi solo después del grand pas de deux, es el más díficil, no voy a parar ni un segundo porque después deberé cargarte.
   — Pero si lo hemos hecho miles de veces...
   — ¡Pero no frente a la Reina! Todo va tan perfecto, que no me puedo creer que siga así por mucho tiempo.
   — Te entiendo, espero que mis entradas y salidas ya no sean desastrosas — dije y comenzamos a reírnos.
   — ¿Aún lo recuerdas? Cuando te reprendí, Catherine, ya ni siquiera la crítica italiana nos detiene.
   Con sonrisas y con apariencia de coqueteo, una chica nos miró con el corazón dolido, vestida de copo de nieve. Era Rose, una bailarina cualquiera del corps.
   — ¿Acaso Rose y tú...? — pregunté sonriente.
   — Alguien por fin me quiere Catherine, no me importa que sea del corps pues también es soprano y se dedica más a cantar.
   — ¿Le has pedido ser su novia?
   — Planeo hacerlo si sigo viendo que aunque me vaya a Estados Unidos me será fiel, yo no soy como tú, que te casaste joven y encima sin saber mucho de lo que hace en tu ausencia.
   — Nunca nos dejamos de escribir — respondí mientras entraba al escenario.

   El mal presentimiento de Niccolo fue en vano, pues todo fue perfecto en todos los sentidos y el público se puso de pie al finalizar. Fuimos presentados brevemente a la Reina, quien, por protocolo, no debía mostrarme emocionada enfrente de ella, no mirarla por mucho tiempo y no tocarla. Después fuimos presentados a su círculo social y nos felicitaron.
   — ¡De lo mejor que he visto en años! Tan renovado pero tan clásico.
   — ¡Lord Abbot no hizo mal en persuadirme para asistir! — dijo la Reina lo cual me asombro.
   Al final, alistamos todo para partir a París.

Las Muñecas De DresdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora