11

97 9 2
                                    

   — Cathy, no lo puedo creer... — dijo Chris en la cena, se veía indignado —. De sobra sabes que la violencia no es la solución.
   — Cuando fui por ella a la escuela, Chris — dijo Amelie —. ¡Su cabello estaba alborotado y su mejilla roja! Además de que traía mal puesto el suéter...
   — Cathy, ¡Tú no eres luchadora, eres bailarina! — me reclamó Carrie.
   — Eso no es nada. Catherine, sabes que lo que hiciste está mal. ¡Hubieras visto Chris! Lesslie también estaba despeinada y como Cathy la arañó, tenía un poco de sangre en donde le clavó las uñas.
   Chris me veía como si hubiera cometido un asesinato.
   — Chris, ¿no lo entiendes? Ella me convirtió en esto...
   — Cathy, enfrente de ellas no, prometimos no tocar ese tema, por favor...
   — ¡Me llamas salvaje pero si soy igual a ella! ¡Ella me convirtió en esto! Yo no sabía qué tan crueles pueden ser las adolescentes, ¿sabes por qué? Exacto, nunca conviví con ninguna.
   Chris dejó de comer y me obligó a callarme con la mirada, pues Carrie abrió sus ojos como queriendo llorar. Guardé silencio y Amelie dijo:
   — Cathy, ¿puedes prometernos que no volverás a agredir a nadie?
   Le prometí, con la excepción de mamá. Mi meta sería agredirla pero de una manera más estratégica y psicológica.

Las Muñecas De DresdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora