7

128 8 7
                                    

   El día había llegado.
   Después de hacer mis ejercicios de ballet a las seis de la mañana, observé el auto del cartero. No nos dejó carta. Ya habían pasado días y días, y yo, como una niña tonta, creí que mamá contestaría a nuestro grito de ayuda.
   — ¿No dejó cartas? — preguntó Amelie, su mirada se veía triste, como si yo le causara lástima al ver cómo estaba fija en la ventana esperando al cartero.
   — Ni siquiera para decirnos que se alegra de que estemos bien — contesté, llena de lágrimas.
   — Te haré un desayuno ligero, no sé qué desayunen las bailarinas, pero me supongo que no tiene que ser nada pesado.
   — Gracias...
   — Cathy, hoy es tu día, no dejes que esa mujer lo arruine. Tampoco permitas que eso te afecte a la hora de bailar — su mirada con un brillo burlezco —: Espera a que le cuente a mi círculo social que eres bailarina, y que creo en ti para que triunfes. ¡Seré la envidia! Y ni hablemos de cuando Carrie les toque una pieza en piano, ¡Oh, Cathy, Carrie progresa tan rápido! Así que, querida, no dejes que tu madre te arrebate esto, piensa en mi felicidad por tenerles aquí.
   Cuando me senté para desayunar, me dio un jugo de naranja recién exprimido y una ensalada sencilla con pan. Los nervios no me permitían comer mucho, pero Amelie insistía en que lo terminara, pues según ella así tendría más fuerzas.

   Me pidieron que estuviera allí para las nueve, y llegamos a las ocho con cincuenta.
   — Sí que es puntual — leí en los labios de Madame Jolie cuando estábamos abriendo la puerta de la recepción.
   Había tal vez, diez bailarinas y sólo cuatro bailarines, deducí que audicionarían también, pues me hicieron una cara de pocos amigos, sobre todo las bailarinas.
   — Que placer verte de nuevo Amelie, ¿podría presentarme a su bailarina?
   — Madame, ella es Catherine Leigh Bellmer, bueno, aún no le registro como Bellmer, así que por el momento es Dollanganger.
   — ¿Dolla-qué? — preguntó Madame Jolie —. Chica, yo soy Jolie Chaussée, como verás, si te llego a aceptar, te enseñaré por qué no hay Dolla-esos en el ballet.
   Me disgustó esa observación. Era irónico, ella no podía pronunciar Dollanganger, pero yo no podía pronunciar Chaussée, con esa "g" que hacen los franceses al hablar. Pero callé, pues ella sabía lo que hacía.
   — Me imagino que usted tocará en su audición — notó Madame, pues Amelie traía las partituras en su mano.
   — Si no tiene problema con ello...
   — ¡Claro que no!
   Madame Jolie lucía como si tuviera cuarenta y pocos años, pero las bailarinas saben conservarse, así que tal vez ya tenía cincuenta.
   Tenía una hermosa silueta, delgada, lo único feo en ella eran sus tobillos, pues se veían demacrados, con las venas saltadas, ¿los míos estarían así algún día?
   Sus ojos eran de un color miel como los de William, aunque tal vez más claros. Su piel era de un blanco quemado, no era blanca completamente, y sus brazos tenían manchas por la edad. Su cabello era de un negro severo aunque con algunas canas. Traía su cabello rizado en delgados bucles, recogido en una cola de cabello alta. ¡Debió ser tan hermosa!

   Estaba calentando y repasando la coreografía. Me sudaban las palmas de las manos. Mi cabello estaba recogido en un moño alto, y lucía unas mayas color rosa al igual que mis zapatillas de ballet, mientras arriba traía un leotardo. No quería hacer demasiados ensayos para no audicionar jadeando, así que más que nada, hacía ejercicios de relajación y equilibrio mientras examinaba a mis rivales.
   Elegirían a diez chicas de las veinticinco. No importaba si audicionaban cincuenta, siempre elegían a diez bailarinas. Amelie ya me había explicado todo lo que ella sabía, entonces, decidimos hacer todo como supusimos que le gustaría a Madame Jolie.
   Estaba en la barra, haciendo calentamiento, mientras llamaban a la primera. Al parecer a los chicos los llamaron a otra parte.
   La que fue llamada era como cualquier otra chica rubia, la verdad es que lucía bastante normal y sus piernas un poco cortas.
   Estábamos todas apretadas en el lado izquierdo del escenario. De la nada, quería llorar de miedo. Porque la primer chica, de nombre Amber, lo hizo asombroso, y la que siguió lo hizo aún mejor.
   «No tendré oportunidad con ellas» pensé. Ya iban cinco, y todas lo hacían muy bien.
   Hasta que la sexta, que por lo que escuché, su nombre es Janette, se tropezó al hacer al cisne negro.
   — El año pasado, Janette había ganado un solo en la academia rival y también tropezó: ¡Por qué creyó que sería capaz de interpretar al cisne negro enfrente de alguien como Madame Jolie!
   Al parecer algunas chicas ya se conocían, porque se deseaban suerte o se ponían al día. Sólo yo era una desconocida.
   — ¿En dónde estudiaste danza? — me preguntó una chica que no me parecía muy simpática.
   — En Gladstone, Pensilvania.
   — Nunca he oído hablar de ese lugar...
   — ¿Y tú? — pregunté, cada gesto que hacía, hacía que la odiara más.
   — En San Francisco, California.
   Lo dijo de un modo tan altivo, que sentí ganas de hacerla quedar en ridículo.
   — ¿Qué intepretarás? — le pregunté —. ¿Cuál número eres en audicionar?
   Pregunté lo último, para ver si podía hacerla sentir insegura.
   — Interpretaré la variación de Clara: Dance of the sugar plum fairy. Y soy la número catorce en audicionar.
   ¡Sí!
   — Eso es algo sencillo, creí que elegirías algo complejo ya que estudiaste en California.
   — A veces, muñequita de porcelana, lo sencillo y clásico es mejor — replicó llena de seguridad.
   — ¡Mira a Madame Jolie! ¿Acaso algo de ella te dice que prefiere lo sencillo? Ja, lo seguro es fácil.
   Quería arrebatarle su seguridad, y por un momento en sus ojos vi la incertidumbre de la duda, incluso asomó la cabeza a los asientos para buscar a Madame Jolie. ¡Lo había logrado!
   — ¿Qué interpretarás tú? — preguntó llena de odio.
   — No hace falta que te lo diga, lo reconocerás con sólo oír la música del piano.
   Al verse desconcertada, sus dudas aumentaban. Y eso demostraba una vez más, mi poder manipulador, pero... ¿Por qué mamá no sucumbió ante mi poder?
   Cuando faltaba una bailarina para seguir yo, me quité el pequeño chaleco que había usado para ganar calor y también los calentones de los pies. Me puse una pequeña falda transparente color rosa, pues lo ocuparía para interpretar a Giselle.
   — ¡Catherine Bellmer!
   Tras lo cual, hice una entrada elegante mientras localizaba a Chris y a Carrie en los asientos. Cuando lo hube hecho, miré que Madame Jolie tenía una libreta en sus manos en donde apuntaba anotaciones sobre, supongo yo, nuestra técnica y gracia.
   — ¡Música, por favor! — Ordenó a Amelie.
   Amelie inició con un tono alegre y bailarín. Y sonreí maliciosamente para las de trasbastidores, en especial para la chica presumida, me imaginaba su rostro lleno de vergüenza al darse cuenta que interpretaré una de las variaciones más díficiles, ya que tendría que permanecer en un pie por un largo tiempo.
   Después, hice mi rostro de campesina virginal y pura que desea salir a encontrar al amor y a bailar. Al final, no me importó esa chica, que sin duda moriría de envidia cada vez más porque yo me encontraba bailando en el Bolshoi o el Marinsky, o en un ático. Pero no, mi sueño sería bailar en el Bolshoi, sin duda, porque en el Marinsky eran más innovadores y Bolshoi aún conservaba ese toque clásico de todos los ballets.
   Me dolían a horrores la punta de los pies cuando tenía que hacer un grand jeté y caer de puntas en el suelo del escenario.
   Al terminar, finalicé con un gesto tan lleno de gracia a la par de la música, que recibí aplausos por parte de los espectadores y una mirada positiva de Madame Jolie. Además de Amber, una chica llamada Anne y otra, fui de las pocas en ser aplaudidas, pero lo merecía, pues Giselle es tan díficil y doloroso, pero hermoso.
   Al regresar al bastidor, miré a esa chica, que ahora era un manojo de nervios. Y para su pobre suerte: ¡La chica que siguió después de mí interpretó a Julieta de una manera muy conmovedora!
   Y al terminar ella, se escuchó otra ovación y después un grito que decía:
   — ¡Grettel Miller!
   La pobre tembló al oír su nombre y se puso tímidamente en una esquina del escenario.
   Se comenzó a escuchar la delicada canción del Cascanueces. Debo admitir que su técnica era buena, pero había algo que la hacía ver rígida, como robot. Su inicio había sido lleno de confianza, no le daba miedo mirar a Madame Jolie.
   Entonces asomé un poco la cabeza y Madame la miraba como si estuviera disfrutando su baile, pero entonces Grettel quizo dar una piroutte y... ¡Dios! Tardó un cuarto más de tiempo y se salió del compás. Debía dar tres pirouttes cuando el piano estaba en crescendo, pero perdió el tiempo y se descordinó en ese sentido. Unas chicas detrás mío suspiraron de susto ¡Era peor que caerte! ¿No le habían enseñado a no ir atrasada o adelantada?
   Pronto, su desconcierto invadió su rostro que se puso rojo como un tomate en sazón, y bruscamente, cambió de paso de baile para estar al compás de nuevo. Yo me repetía que Madam Jolie no pasaría desapercibida esto, pues los tiempos son algo básico. Y me sentí mal por ella.
   Me senté en un baúl para esperar que las demás terminaran. Pero Grettel seguía inconsolable. Y me miraba con más odio aún.
   — ¡No les miento! Al preparar mi pie para la realizar la triple piroutte éste resbaló un poco y entonces perdí el compás. ¡Madame me odiará!
   Honestamente, la desdichada casi lloraba mientras explicaba que tuvo recortar lo más interesante de su variación para recuperarse. Pero había algo que denotaba que ella era especial, no sabía decir qué era, pero había algo que me hacía despertar lo peor de mí.

   — Daré los nombres de las diez ganadoras en el orden que me gustaron más — anunció Madam Jolie mientras todas las veinticinco estábamos en el centro del escenario y ella enfrente de nosotros —. Y darán un paso enfrente para que Fredek les entregue un folleto actualizado con nuestros horarios y exigencias.
   Nunca había visto a Fredek, pero ella no tenía anillo de casada así que no podían ser esposos.
   — Número diez: Grettel Miller...
   ¡Sentí un pánico! Pero observé a Amelie y a Chris, y me regresaron mi confianza.
   — Número nueve: Anne Stuart...
   Anne, casi llorando, parecía que ganó Miss Universo, estaba muy emocionada, aunque hubiera sido la novena.
   — Número ocho, Amber Lee.
   Tímida, dió un paso enfrente y aceptó el folleto que le ofreció Fredek.
   — Número siete: Angelique Stuart, ¿son hermanas?
   Nada de mí.
   — Número seis: Beth Jenkins, aunque Jenkins no es para un nombre artísitico.
   — Número cinco: Meghan Cibrian...
   ¡Quedaban cuatro por nombrar!
   — Número cuatro: Grace Wallace...
   ¡Sentí ganas de llorar! Era como si alguien hubiera estado oprimiendo mi pecho para que no pudiera respirar. Cada vez, Grettel me veía más segura de sí misma.
   — Tercer lugar: Simona Waters. Interpretaste muy bien a Dulcinea, felicidades.
   Asomé mi primera lágrima, mientras le decía con los labios a Amelie: “no me eligieron”. Entonces, Madame Jolie dijo:
   — Segundo lugar: Catherine Bellmer. ¡Estuviste llena de juventud! Pero tu técnica no fue la mejor y por eso estás en segundo lugar.
   Eso lo sabía, pues en el ático nadie me decía si estaba bien o no. ¡Vaya! Me sentí como un pavo real al ser segundo lugar mientras que Grettel era el décimo.
   Y el primero, lo ganó una chica dulce, llamada Jessica.
   — A las de los primeros tres lugares, presentesen mañana media hora más temprano para aclarar detalles.
   Todo parecía un sueño...

Las Muñecas De DresdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora