34

74 7 3
                                    

   Después del Bolshoi, bailamos en el Marinsky y tuve la suerte de que mamá entendió mi desagrado al verla y no se presenció en el Marinsky.
   Un día antes de marcharnos de Rusia, Vlad llegó a nuestro hotel para entregarme mi cuadro.
   — Habría quedado mejor si hubiera tenido más tiempo — dijo, se despidió y se marchó —. Si vuelves a Rusia no dudes en venir.
   Y se subió al auto.

   Madame Karenina decía tenerme una sorpresa.
   — Enserio lamento que no hayamos tenido tiempo de ir al museo de la casa de Tchaikovsky — dijo con verdadero pesar —. No te pierdes de gran cosa, a decir verdad, es como cualquier casa de campo, excepto, claro, que pertenecía a Tchaikovsky.
   — No importa, tal vez algún día vaya... — respondí cansada, ya estábamos más cerca de llegar a Austria en avión.
   — ¿No te das idea de la sorpesa? Austria se reconoció por ser el hogar de dos grandes compositores...
   — Honestamente, no.
   — Tú siempre has dicho que las óperas de Mozart te hacen llorar, sobre todo la aria del infierno.
   — ¿Iremos a la ópera? Pero si en Milán, Italia fuimos.
   — ¡No tontuela! Asistiremos al museo de Mozart.
   ¡Me dejé de sentir cansada y le di paso a la ilusión!
  
   Después de la agotadora presentación en Vienna, Austria, fuimos al museo del gran compositor autriaco, si no hubiera estado prohibido fotografiar, mi cámara se hubiera descompuesto de tanto tomar fotos.
   Había antiguos recortes de periodico en donde se mencionaba al gran Wolfgang Amadeus Mozart y a su hermana prodigio.
   También había pinturas de él, perfectamente conservadas que abarcaban desde su niñez hasta su vida adulta. También se encontraban las partituras originales y datos interesantes sobre las cosas asombrosas que hacía.
   — ¿Sabía que cuando fue invitado al Vaticano en su juventud, escuchó una canción y no miró su partitura pues estaba prohibido pero Mozart la sacó con solamente su oído?
   Mi asombro era tanto, que no podía evitar suspirar.
   — Catherine, cálmate, parece que nunca has ido a un museo — me regañó Niccolo.
   Estaba el piano en donde solía componer y en donde se reunía con su mejor amigo Haydn.
   Al salir del museo me sentí llena de historia y de rostros nuevos y aficionados a lo clásico como a mí.
   — Me siento renovada — balbucí.
   — Me alegra, aún tenemos la presentación en Royal Ópera Ballet Paris en Francia y el Royal de Inglaterra.
   — ¿Eso significa que bailaremos en noche buena en Londres?
   — A la Reina le gusta presenciar un ballet navideño... en navidad.
   — ¡La Reina! ¡Dios mío! — exclamó Niccolo —. Esto no le sucede a cualquiera.
   — Desde luego que no, pero como la Reina fue aficionada a mis presentaciones, no es de esperar que mis alumnos le causen interés.
   Parecía que estaba soñando, ya nada me parecía lejano, después de debutar en el Bolshoi, nos llovían las oportunidades y no las dejaríamos ir, aunque extrañaba a mi familia porque ya casi se cumpliría el mes sin ver a mi Chris Doll.

Las Muñecas De DresdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora