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   El verano llegó, junto con ello, el primer solo de Carrie.
   Y no sólo eso, sino: ¡Nada más que mi primera cita! O algo así...
   Chris podía estar echando humo por las orejas, pero yo intentaría ser feliz, conocer a más personas, después de todo, ¿no era eso lo que soñábamos?
   Y con quién no sería la cita, sino con William. William vivía en una granja a las afueras de Pembroke, creo que a veinte km. Y siempre salíamos con compañeros o con mi familia, nunca solos.
   Faltaban dos días para el recital de Carrie, era un miércoles, del mes de junio. Teníamos días de haber salido de vacaciones.
   Acababa de llegar de mis clases de ballet, eran las cinco de la tarde y estaba alistando todo para darme un baño y entonces:
   — Alguien toca la puerta, Amelie — medio grité pues Amelie estaba en el piano. Pero ella no escuchó, así que tuve que posponer mi ducha y abrir la puerta.
   — Hola William — dije con una sonrisa —. No esperaba visitas, disculpa mi aspecto, acabo de llegar de ballet y...
   — Catherine, he venido rápido... — se veía nervioso y sudando —. Me gustaría invitarte a salir mañana. Mañana mis padres vienen a una reunión aburrida y quisiera estar contigo.
   Volteé a ver a la camioneta de sus padres, su padre estaba al volante. Era una copia exacta de él.
   — Por supuesto, William, ¿a qué hora?
   — Procuraré llegar a las cinco y media, para que llegues de tus clases y alistarte...
   — ¡No te preocupes! Estas son clases adicionales que tomo por gusto, ¿te gustaría a las cuatro?
   — ¡Me parece excelente!
   — ¡Adiós, Will!
   Miré que su mirada se tornó triste:
   — Adiós, Cathy...

   Como una adolescente enamorada, después de ducharme, me tendí en la cama mientras reflexionaba sobre él.
   Era un chico dulce, un amigo en quien confíar. Sin duda, lo quería...
   — ¿Qué ocurre, Cathy? — Preguntó Amelie con voz burlesca —. Te miro con la mirada perdida...
   — William me invitó a salir...
   Amelie extendió una sonrisa y me abrazó.
   — ¡Catherine, tu primera cita! Es muy importante. ¡Qué emoción! No puedo esperar. William es un gran chico...
   — ¿Qué es lo que sucede? — Preguntó Chris.
   Amelie le respondió con un entusiasmo que me asombró. Chris sólo dió la vuelta y se fue sin decir nada. Era obvio que no lo aprobaba.

   Para mi cita, no tomé la clase de la tarde, no quería estar fatigada. Además, que en la tarde sólo se ensayaba lo de la mañana y cuando había ballets, se ensayaban éstos.
   Desconocía a dónde me llevaría William, así que no sabía qué estilo de ropa llevar. Pero lo conocía, y él no era fanático de ir a lugares elegantes.
   Decidí ponerme una falda recta de mezclilla hasta media rodilla, y una blusa un poco ancha de color azul, ésta iba fajada. Y unos zapatitos blancos. Y mi cabello que rizé toda la tarde suelto.
   Chris no me hablaba desde el día anterior, y la verdad, le hacía ver que no me interesaba pero me dolía.

   William llegó en la camioneta de sus padres. Y como todo un caballero, me abrió la puerta para que entrara en su camioneta destartalada.
   — Te ves hermosa. Perfecta para la ocasión — respondió entre sonrisas.
   — ¿A dónde iremos? — respondí, emocionada.
   — Al circo.
   ¡Me sentí la mujer más dichosa del mundo! Añoraba tanto ir al circo, que agradecí no haberme maquillado los ojos, porque derramé unas pocas lágrimas.
   Él también entristeció, pero después descubrí que por otro motivo.
   — ¿No te gusta el circo? — Preguntó, alarmado —. Puedo usar los boletos después y podemos ir a otro lado.
   — No, el circo es perfecto.
   Tal vez era una idea infantil para una cita, pero me contó que el circo era extranjero, era de Cuba.

   Nos sentamos en la tercera banca de la capilla, no sin antes comprarme palomitas y dulces. Y como dos niños, observamos a los payasos contar sus chistes y payasadas.
   Había de todos los animales y eran enormes, pero la capilla era tan enorme que podían poner tres elefantes y aún había espacio.
   Mis favoritos, fueron el traga espadas y los acróbatas.
   — ¿Cómo hará eso? — Pregunté asombrada.
   — Sólo sé que, si yo lo hago, no habría un buen final.
   Eso me hizo reír e intercambiamos sonrisas.
   También me gustaron los trapecistas ¡Y pensar que Chris y yo queríamos hacer algo tan riesgoso! ¡Éramos tan ingenuos!
   Había un hombre en un monociclo que estaba en un hilo, y podía caer.
   Y el pobre hombre casi resbala, abracé a William con todas mis fuerzas para no ver lo que podría ocurrir después. Pero gracias a Dios, no ocurrió nada, y entonces William alzó mi cabeza que estaba muy enterrada en su pecho y dijo:
   — Ya terminó, ahora sigue la danza de los enanitos...
   Lo dijo de un modo tan dulce... Que le besé en la boca. Sabía que era poco pudoroso, pero no lo fue tanto porque él me respondió el beso, pero después se apartó y continuamos viendo el espectáculo abrazados.
   Al terminar, nos estábamos subiendo al auto, cuando, yo tan llena de éxtasis, miré su rostro márchito y pensé que fue por el beso, que tal vez me quería como amiga y entonces le dije:
   — Lo siento, no volverá a ocurrir. Creí que tú...
   — Claro que te quiero. No es eso lo que me inquieta...
   Dejó las llaves en el auto aún no encendido, se giró hacia mí con los ojos llenos de lágrimas y dijo:
   — Cathy, desde que te conocí, has sido para mí una grande amiga, y creeme que en este tiempo me hubiera gustado ser algo más pero...
   — ¡Lo podemos ser William! No hables en tiempo pasado. Tú me gustas. Eres muy caballeroso conmigo, nada está perdido...
   — ¿No entiendes? — dijo con uns mirada llena de lágrimas —. Dejaré el lugar en donde hice mi vida, en donde tengo familia, amigos y en donde te tengo a ti...
   Sentí una presión en el pecho. Me sentía estúpida. Me sentía sola...
   — Fuiste lo mejor estos dos años. Bueno, Chris también fue un buen amigo, pero siempre noté que yo no le caí tan bien.
   — ¿A dónde irás? — pregunté, llorando. Lloraba a mares porque no quería que se fuera.
   — Nos iremos a Carolina del Sur. Mi abuela está falleciendo de cáncer y necesitamos ir irgentemente, y tendremos que quedarnos con nuestro abuelo a cuidarlo.
   Comencé a decirle que lo quería demasiado.
   — No llores Cathy — dijo, aunque él también lloraba un poco —. Sé que algún día nos volveremos a encontrar, si eso queremos ambos.
   Le di un pequeño beso en la mejilla, y prendió el auto para regresar a casa.

Las Muñecas De DresdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora