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   Mientras estuvimos en Lamberton, no había tres personitas más alegres que nosotros, pues Carrie se ponía bien con cada día que pasaba. Y la señora Amelie no dejaba de hablarnos sobre las cosas fantásticas que nos sucederían cuando estuviéramos en su casa.
   — ¿Sus hijas nos... aceptarán? — preguntó Chris, mientras íbamos de regreso a Pembroke. Honestamente, yo dudaba que les fuéramos a caer bien, pero nunca se sabía.
   — ¡No te preocupes por eso! Es cierto que son egoístas, siempre han querido que viva sólo para ellas, que no tuviera amigas o me volviera a casar y yo cometí el error de obedecerles. Lo que quiero decir, es que podrán odiarme a mí, pero no a ustedes. Son rencorosas, pero supongo que aún tienen un espacio de humildad en su corazón.
   — ¿La visitan seguido?
   — Sólo cuando discuten con sus esposos, necesitan dinero o para traer a sus nietos y aparentar que somos una familia perfecta.
   Para Chris... ¡Oh, qué rápido ganaba confianza, Chris! La veía como cuando miraba a mamá en sus discursos en donde nos prometía que pronto saldríamos. Pero en cuanto a mí, algo me decía que ella no estaba segura de cómo lo tomarían sus hijas, los ojos de la pobre Amelie se balanceaban de un lado a otro en lo que inventaba una respuesta dulce, pero ella no sabía que yo podía leer los ojos.

   Los días transcurrían y sus hijas no aparecían.
   Chris, Carrie y yo, teníamos que vestir siempre elegantes con la ropa que Amelie nos compró, pues en cualquier momento podrían llegar sus hijas y no queríamos que su primera impresión de nosotros fueran la de unos niños huérfanos salvajes, sino, decentes y respetuosos.
   En nuestra segunda semana allí, me estaba asomando por la ventana del segundo piso. Pembroke era un lugar hermoso, y pensar que cuando llegamos a Pembroke por primera vez, estábamos tan asustados que nos parecía horrible.
   Amelie era una amante de los adornos de jardín hechos en casa. Enfrente de la casa, al lado izquierdo de la puerta, habían tres llantas de autos, pintadas como si fueran un pozo de los deseos. Ella creaba sus propias macetas.
   Estaba recordando la vez que nos contó que ella alguna vez tuvo mucho tiempo, pero para jubilarse necesita trabajar como loca, y como son sus últimos años antes de que sea pensionada, la pobre ha tenido que encargar a la hija de su vecina, a la joven Brenda a cuidar de su jardín. Pero ahora estábamos Chris y yo, y me prometí jamás ser un estorbo en la casa.
   Estaba recordando la manera que Brenda miró a Chris cuando nos presentaron, ella era un año mayor que yo. Entonces, un auto azul cielo, tal vez último modelo, se aparcó enfrente. Salieron cuatro hijos antes de que saliera esa hija ruin que fue de carga para su madre. No cabía duda que Dios también podía transformar a las hijas en malas después de la ausencia del padre. Y lloré internamente porque nos parecíamos en algo...
   Bajé corriendo las escaleras en silencio y me escondí atrás de un sillón de la sala y me puse a escuchar y dar ojeadas de vez en cuando.
   Primero, abrió con su llave ¡Si yo fuera Amelie hubiera quemado sus llaves! Al parecer sólo entró su hija, los niños se quedaron en el jardín.
   Sí, yo sabía que era Elizabeth, su hija mayor de veintiocho años y tenía cuatro hijos. Su cabello era de un rubio lino como el nuestro y sus ojos azules eran idénticos a los de Amelie, lo diferente era su nariz, delgada ¡Se parecía a mamá! Pero el cabello de Elizabeth le llegaba a los hombros y tenía fleco, y cuando giró su cabeza para buscar a Amelie, su cabello lacio se movió de una manera gloriosa, envidié su cabellera sedosa.
   Amelie y Carrie no prestaron atención, pues llegó en silencio y Amelie le estaba dando lecciones de piano a Carrie.
   Nunca miré ninguna mirada tan llena de odio como la de Elizabeth. Era parecida a la abuela.
   — ¡Nunca estuviste para nosotras pero sí para los vagos de la calle! — Era como si gritara culebras y veneno.
   Las dos víctimas se quedaron inmóviles y el piano dejó de sonar y las sonrisas de Carrie se extinguieron ¿no se daba cuenta de lo difícil que era hacerla sonreír?
   — Elizabeth, no te miramos llegar...
   — ¡Claro que no! ¡Estás demasiado ocupada para mantener a esta muerta de hambre!
   Carrie comenzó a chillar demasiado fuerte y escuché los pasos de Chris que venía. Esas palabras me hirieron y tenía intención de hacer que se las tragara.
   — ¡Ahora por fin sé por qué se olvidó tu padre de ti! — grité, llena de furia —. ¡Dále diez nietos si quieres pero a él jamás le importará!
   — ¡Otra indigente!
   — Dime todas las cosas ponzoñosas que se te den la gana pero a mis hermanos y a Amelie: ¡Jamás les faltes al respeto frente a mí!
   — Cathy — dijo Chris, tartamudeando —. Sube con Carrie a su habitación.
   — Venía para que vieras a tus bellos nietos — comenzó a llorar, y me alegré porque le logré dañar —. Pero es evidente que ya no les amas.
   — Si ya no les amara — replicó serenamente, Amelie —. Sería porque gracias a ti, no hemos podido tener una buena conección. Pero por supuesto que los amo.
   — ¿Entonces por qué adoptas a estos niños de la calle y les das las habitaciones de tus nietos y les compras cosas con el dinero que deberías de gastar con tus nietos?
   Ya no seguí escuchando porque los berridos de Carrie eran inconsolables. Entonces supe que era el momento.
   — ¿Son ellos? — gritó Carrie entusiasmada —. ¿Cómo los guardaste sin que se quebraran?
   — Magia — respondí tontamente. Esos muñequitos de porcelana le proporcionaron felicidad a Carrie tanto fuera como dentro del ático, eso lo sé ahora.
   Chris entró. Me miró como si hubiera sido quien empezó todo y me dijo:
   — Por Dios, Cathy, no necesitamos más enemigos y tú empiezas a discutir con una mujer que ama complicarle la vida a su madre.
   — Sólo la puse en su lugar y le di una pequeña advertencia por si se le ocurría decir algo más.
   Me miro con una expresión extraña, como esperando a que me diera cuenta... ¿Acaso era que...?
   — Cathy, tú no puedes odiar a Elizabeth...
   — ¿Por qué no, Chris Doll?
   — Ella es idéntica a ti...
   — ¡No! Estás deformando las circunstancias para que perdone mamá.
   — Cathy, bájate de tu papel de víctima. Tal vez si no nos hubieran encerrado, tú serías igual a ella. Recelosa y caprichosa...
   — ¡Calla! Amelie sabía lo que hacía y mamá, no.
   Se fue de la habitación que compartíamos Carrie y yo, y aún tenía su semblante con unos rasgos extraños.
   Bajamos la mirada hacia los niños de abajo. Era como estar en el tejado del ático admirando todo desde arriba.
   Se veían como niños corrientes, normales, quién diría el enredo en el que se acababan de meter...

Las Muñecas De DresdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora