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   Chris y yo, nos casamos por el civil, un 20 de agosto en Los Ángeles California. Así pues, él contaba con veinticuatro años de edad y yo con veintiuno.
   Solamente asistieron a nuestra familia, dos amigas de mi Academia y Madame Karenina.
   Éramos las personas más felices de California, sobre todo porque no investigaron que yo antes era Dollanganger, que hubiera ocurrido si me hubiera casado en Carolina del Norte.
   Madame me dió permiso para poder ir a mi luna de miel a Hawai, con condición de que no tardara para regresar a mi rutina.
   Al subir al avión, con unos de esos collares hawaianos coloridos y un sombrero, Chris y yo nos alegrábamos de que por fin estábamos recibiendo lo bueno de la vida.
   — ¡Quiero ir a un spa! He oído que hacen masajes muy relajantes.
   — Yo prefiero nadar en el mar.
   — Llenaremos de regalos a Carrie y a Amelie, oh, y a Fiorella.
   — Catherine, esto es solamente el inicio...

   Estuvimos tres días en Hawai, pero compramos cosas como si hubiéramos estado un mes allí.
   Al regresar a Los Ángeles, abrimos la puerta de nuestro nuevo departamento, más alejado del centro, pero no afectaría mi hora de llegada.
   — Hermosa vista — dije a mi nuevo esposo en nuestro hogar.
   — ¿Qué harán mañana en la compañía?
   — Grabaremos dos ballets. El cascanueces y la bella durmiente para navidad.
   — ¿Por qué no lo dijiste?
   — Te miré tan emocionado por tu trabajo, que lo olvidé. Pero díme, ¿en qué consiste exactamente tu empleo?
   — Prácticamente, seré ayudante de los cirujanos, ya sabes, les pasaré sus herramientas, administraré las pruebas sanguíneas, serán como prácticas pues aún disto mucho de ser un doctor. En cambio a ti, todo mundo conoce a la prima ballerina Catherine Bellmer, estás robando suspiros, por lo menos, un buen grupo de aficionados te pidieron un autográfo en el aeropuerto.
   — Tal vez todo llegué hasta aquí, el premier danseur con el que bailaba me querrá matar al enterarse de que me he casado...
   — ¡Está loco! Podría apostar que son esos patanes que creen que por ser guapos y hábiles, ya tienen derecho a tener cuantas quieran.
   — Exacto. A pesar de todo, sabe cuándo detenerse y eso lo acepto, pero en ocasiones, siento que él cree que sin él no soy nadie, y eso que ni siquiera sabe que en Carolina del Norte también era la más cotizada.
   — Debemos desenpacar nuestras cosas — dijo, estábamos abrazados en la cama desnuda porque todavía no sacábamos las cobijas.
   — Recuerdo cuando Cory se orinaba y debíamos destender las sábanas. Creo que esta cama mide lo mismo en la que dormíamos Carrie y yo...
   De la nada, me di cuenta que nuestro departamento con las cortinas corridas era igual a aquella habitación, ¿por qué no nos dimos cuenta antes?
   Al estar buscando departamentos cómodos en los que yo pudiera ensayar y Chris leer, me negaba a elegir un departamento en donde la luz fuera cegadora, entonces me asusté...
   — ¿Chris estás allá arriba? — pregunté entre lágrimas.
   — Creí que sólo tenías pesadillas, no que la angustia te atacaba también en el día...
   Lo abracé y llené de besos, intentando borrar el pasado, pero cuando abría los ojos para mirarle, miraba en el rincón a dos niños pequeños, susurrando en un idioma desconocido e inaudible.

Las Muñecas De DresdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora