Es necesario narrar cuando mi Clara y su marido, Eddie Duncan, fueron nombrados Lord y Lady Duncan de Riggshire cuando tenían treinta y dos y treinta años respectivamente, y curiosamente, el cumpleaños diez de la hija de Carrie, nombrada Catherine Amelie quien tenía la pinta de ser la siguiente pianista prodigio.
Chris asistía a costosas convenciones de doctores en Suiza cada año, pero se impacentaba porque Clara tuviera un hijo, pero Clara decía que sin ofender, no deseaba tener hijos porque ella dedicaría todo su ser a la danza, además de que tenía miedo que su enfermedad del corazón regresase en cualquier momento, pero yo sabía que no quería tener hijos por su débil constitución, Carrie era más alta que ella. Mi hija no era fea en ningún aspecto, pero era muy delgada sin busto o curva alguna, pero agradecía que fuera tan hermosa tanto por dentro como por fuera. Sí, yo respetaba su decisión pues no creía necesario sacrificar la buena salud que le costó tener por un bebé que podría heredar su padecimiento.
Después de tanto tiempo, me enteré que Vlad, el pintor que me dijo que yo era su musa, falleció. Su esposa me pidió amablemente mi retrato sobre el ático porque el museo Nacional de Artes Rusas haría un homenaje a sus obras, no se quedarían la pintura para siempre, solamente la querían para la exposición. Lo medité un momento al escuchar su petición; Vlad fue la única persona (aparte de Amelie) que conoció mi historia y cuando le presenté a Chris no se incomodó, sino al contrario, me dijo que en Rusia estaba permitido el matrimonio entre personas que tienen lazos entre sí. ¿Qué más hice sino regalar la pintura valúada en tal vez veinte mil dólares por la muerte de su artista? No quería recordar esos momentos tristes del ático, de modo, que lo mejor era deshacerme de esos pensamientos amargos que solían asaltarme cuando miraba a Clara sonreírle a Chris, ignorando que también era su tío además de su padre. Ciertamente, nadie deseaba revivir lo que con tanta vehemencia quise borrar y se terminó borrando por sí solo. Tal vez Clara ha notado que las miradas que Chris y yo nos entregamos son las de un amor poco visto, pero si algún día buscara algo, fracasaría pues Carrie y yo fuimos registradas como Bellmer y Christopher como Dollanganger, sin añadir que el imperio de los Foxworth fue derribado hacía ya muchísimo tiempo cuando mi madre murió por cáncer de mama como la mamá de nuestro padre, ¿no es curioso?
El otro día, caminando por las calles londinenses, me encontré con un puesto de jugueteros alemanes, entre tantos juguetes, había unas preciosas muñecas de porcelana de Dresde, que aparentaba ser una familia. La compré sin dudar y la coloqué en la chimenea de la casa que alguna vez se llamó Belmont, pero me sentí culpable y las regalé a la vecina, quien a cambio, me dejó pasar para que mirara dónde las colocaría y en un estante estaba la novela que me cautivó en mi adolescencia, al ver que no despegaba la vista del libro, me dijo que aquel libro la enamoró tanto de adolescente, que nombró a su hija Lily y a su hijo Raymond. Tras varios minutos hablando, me obsequió el libro, diciendo que ella tenía otra edición pero me negué y me dijo:
— Usted y su familia tienen mucho parecido a las muñecas que me ha regalado.
Desde entonces, me leo aquél libro todos los días, una y otra vez, en ocasiones Chris me acompañaba a leerlo, y me decía que era imposible deshacerme del ático pues de una manera u otra volvería a él y tuvo razón pues un día, al tener cerca de sesenta años, me encontraba en el sillón de la sala con un dolor insoportable y Clara no encontraba las pastillas, cuando miré a un niño de cabello rubio lino que pasó por la ventana y acto seguido tocó la puerta.
— Clara, abre la puerta al niño.
— ¿Qué niño?
— Clara, mira qué hermoso cabello tiene el niño, me recuerda a Cory, debe ser él, haz puesto esa canción del adagio de la rosa que él amaba.
Clara, abrió la puerta para que dejara de pedírselo, ¿pero es que no lo veía? Si sus ojos azules no eran invento mío. «¿Eres Colin o Cory?» le pregunté, mas no contestó y me miró con una sonrisa que le devolví mientras lo tomaba de la mano y me guió por un sendero de pasto púrpura, rumbo a lo amarillo de la esperanza.
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Las Muñecas De Dresden
FanfictionSi has leído después del segundo libro, sabrás que Cathy y Chris no tuvieron una vida sin conflictos. Este fanfic tratará sobre lo que sucedió después del escape pero de color rosa.