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   En primero de diciembre, un año después, cuando tenía veintidos y Chris, veinticinco, llegó un gran momento en el que el destino nos pondría aprueba como pareja y hermanos.
   Sí, en ese año gozamos de una reputación intachable y era envidiada por mis compañeras al tener un gran marido como lo era Chris.
   En ese año, la televisora pasó mis dos ballets a nivel nacional, dándonos una gira por todo el país hasta los rincones más pequeños. Mientras que Chris, tenía ofertas aquí y allá para trabajar además de que ahora era el encargado de dos áreas, una de pruebas sanguíneas, pues él mismo te sacaba sangre y también era el encargado para leer los ultrasonidos y radiografías que los pacientes llevaban; pero su meta era ser médico general de consulta y tener su propia sala de espera.
   En cuanto a Carrie, su Conservatorio había tenido una breve gira en Carolina del Norte al lado de Amelie quien parecía ser su amuleto de la suerte.
   Nuestra pequeña Carrie contaba ahora con catorce años y cada vez se volvía más dulce y hermosa.

   Desde noviembre estaba sintiendo máreos y vómitos, ese día de diciembre tuve que pedir permiso para ir a casa, pues las fouttes hacían que quisiera vómitar y sentía una leve migraña. Antes de llegar a casa, pasé a comprar una prueba de embarazo, y el farmaucético me la dio mientras me miraba contener las lágrimas: ¿eran de felicidad? ¿Tristeza? ¿Susto?
   Al llegar a casa, sola porque obviamente Chris estaba trabajando, utilicé la prueba y noté que era positiva, llena de emociones indescriptiles fui a comprar otras dos, que también dieron resultado positivo. Pero como mi esposo lo haría, me repetí que todo estaría bien, que nada de lo que hacíamos era pecaminoso e impío, y que el bebé que ahora nacería sería un bebé producto de un romance verdadero sin codicia, ese bebé sería otra luz de esperanza a nuestras vidas.

   Chris regresó de su trabajo a las cinco de la tarde, y eso que no era un trabajo tan exigente como ser médico de consulta, y me estremecí al ver su mirada feliz mientras intentaba descifrar mi postura en el comedor porque de su ángulo no se veían las pruebas positivas.
   — Cathy, bésame si me amas.
   Pero no podía articular una palabra, entonces se acercó y quedó en estado de shock, le miré y cuando se dio cuenta de mi mirada, intentó dar una sonrisa o eso intentó.
   — ¿Olvidaste tomar las pastillas?
   — Las pastillas nunca son completamente seguras, amado mío.
   — Esto es una broma...
   — No lo es, seremos padres y no planeo ser cualquier madre...
   — No sé qué decir...
   — ¿Estás asustado? ¿Crees que nuestro hijo tendrá cola y cascos de caballo como había predicho nuestro abuelo a mamá? Eres doctor, sabes que eso no es probable pero tampoco hay probabilidades de que salga muy gozoso de la vida.
   — Catherine, solamente necesitarás cuidarte y alimentarte bien, eso es todo. Ya no somos los chiquillos del ático que no podían hacer nada para ayudarse a sí mismo, ahora somos unos adultos responsables que hacen las cosas tras haberlas reflexionado. Si el Dios que tanto mencionaba la abuela ha decidido mandarnos un hijo, me tiene sin cuidado porque sé que la vida nos ha dado cosas peores que un hijo que podría salir mal. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar?  Si el bebé nace mal, lo amaremos con la misma pasión que habríamos amado a otro hijo cualquiera. Pero nada está escrito, Cathy, no me mires así, porque nada está escrito...
   — ¿No lo comprendes? — pregunté, llorando —. Si nuestro hijo nace con alguna discapacidad, renunciaré a mi carrera de bailarina y tú tendrás que trabajar el doble para sus tratamientos, pero, sé que al ver su rostro y su pequeña nariz como se veían los gemelos cuando los cargué por primera vez, renunciaría a todo con tal de hacerlo sonreír.
   De repente, me sentí sumida en un sueño, después de todo, como había dicho Chris, ¿quiénes éramos nosotros para juzgar? Nuestros padres también habían tenido estas incertidumbres y a pesar de todo nos amaron como nunca, hasta que...

Las Muñecas De DresdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora