31

78 7 3
                                    

   Carrie, como la persona indecifrable que era, accedió a vivir con Chris y conmigo.
   Su presencia era una gran felicidad pues los tres estábamos juntos como siempre prometimos estar. En ocasiones, veía el espejo de pared que había en la sala de estar, y al vernos los tres juntos, con años de más y con la ausencia de uno, no podía dejar de sentirme nostálgica y con impotencia.
   El tiempo pasó como siempre, y no nos deteníamos, desde el momento en que los italianos nos alabaron, nos llovían presentaciones. En ocasiones, iba con Chris o Carrie, lo cierto es que ellos nunca faltaban a mis presentaciones en Los Ángeles o alrededores.
   Nuestro reconocimiento era tanto, que los niños me señalaban en la calle pues era la bailarina que habían visto en los ballets de navidad, las personas mayores me veían como si me conocieran de algún lado y Madame Karenina me había permitido de nuevo poder bailar en el fondo en los musicales hollywoodenses.
   Ya tenía veinticuatro, Chris, tenía veintiseis, y Carrie, con dieciseis, el eterno recuerdo de la tragedia de Carrie.
   Entonces, celebramos que Carrie pasó a la final en un concurso de jóvenes talentos en Los Ángeles, el premio sería una beca en el Conservatorio Estatal de Artes, y no pudimos menos que sentir un gran orgullo por nuestra pequeña.
   Amelie había tomado el avión solamente para mirar cosechar los frutos de su enseñanza en su hija adoptiva. También Fiorella asistió y le obsequió un libro de partituras a Carrie, a mí unos leotardos que debieron costarle una fortuna y a Chris un juego de lupas.

   La tarde estaba avanzando bien, pronto nuestros amigos asistirían a la pequeña fiesta, sin embargo, había algo en la mirada de Carrie que no la hacía sentirse tan feliz.
   — Carrie, nunca toqué este tema porque no quería amargar todo como siempre, pero, ¿cuál fue la causa de tu repentina mudanza con nosotros? Yo creí que no accederías porque ya tenías fama de prodigio en Carolina del Norte.
   — ¡Oh, Cathy! — exclamó al borde de las lágrimas —. Será mejor que cierres la puerta para que nadie escuche.
   Eso hice, y me senté al lado de ella en su cama.
   — Sabes que puedes contarme todo, siempre que ocurre algo bueno, tú sueles callar y después sonreír.
   — Cuando Chris se mudó contigo, todo se volvió un infierno para mí — comenzó a llorar pero la abracé y la consolé.
   — Ya, ya, nada importa ahora, ya vives aquí, ¿pero qué sucedió?
   — Marilyn y Elizabeth comenzaron a visitar a Amelie tan seguido, que cuando Amelie se descuidaba, me decían cosas ruines. «¿No deseas irte al diablo tú también?» «Miren quién sigue viviendo aquí, eres basura, no sé cómo has logrado tanto si ni siquiera tocas bien el piano».
» Eso no fue nada Catherine, un día, sus hijos rayaron con crayola mi libreta de partituras, o tal vez fueron ellas pero yo miré que la hija de Elizabeth tenía una crayola azul y los rayones eran azules.
» No le quise decir nada a Amelie porque no quiero que se altere por lo de su salud, además ha estado tan ilusionada planeando su viaje a Egipto, que no quería estropear el momento.
» Dejando eso de lado, ocurrió algo nada usual, ¡Mamá asistió a mi concierto de piano! Y no dejaba de derramar lágrimas y su esposo la miraba como si estuviera loca. Yo también lloré un poco al mirarla, pues nuestras miradas se entrecruzaron y yo le sonreí fugazmente, dando a entender que no importa lo que nos hizo, siempre tendrá un lugar en mi corazón ¿y qué hizo sino hacerse la fuerte y marcharse? Y parecía fijarse en todos lados para buscarte a ti a Chris, entonces el vivir en Pembroke era un estrés diario para mí pues eso significaba que mamá asistió a más conciertos míos aunque no sé cómo supo dónde vivimos.
   — Nunca te lo contamos Carrie, para no recordarte a mamá pues aún eras pequeña, pero le escribimos una carta pidiendo dinero, ella solamente observó la dirección en que fue enviada la carta.
   Entonces, como yo le había escrito cartas en Los Ángeles, ¿sabía mi paradero? ¿Había acudido ya a un concierto? Eso me inquietaba mucho.

   Asistieron los más allegados, lo que era sin duda, lo opuesto a una fiesta al estilo Foxworth pues nosotros — excepto Chris — Éramos Bellmer.
   Amelie no dejaba de abrazarnos y llenarnos de besos en las mejillas y decir:
   — No duden que les traeré recuerdos fascinantes de Egipto. Me marcharé en inicios de junio y volveré a finales de éste, pues quiero conocer todos sus templos, pirámides, esfinges e historia en todo lo largo y ancho del país.
   — No olvides las cartas — replicó Chris sonriente como siempre.
   Carrie era el centro de atención y todos nuestros conocidos le hacían preguntas a nuestra amada Carrie. Pero yo no podía quitarme la inquietud de si mamá había asistido a mis presentaciones.

Las Muñecas De DresdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora