17. Hermana

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Abraham

Al terminar el almuerzo, Sol y yo caminamos hasta Moka para sus tutorías diarias. Llegamos al local y ya habían salido los chicos del turno de la mañana, dejando el lugar bastante limpio como siempre. Vale más que tenía las llaves si no tendríamos que esperar a Angie y ella suele llegar un poquito tarde. Aún no he sabido nada desde el sábado, eso me preocupaba un poco. Solo esperaba y su desaparición no tuviera que ver con algo malo. La dejé bien cuando salí de su apartamento. ¿Se habría enojado por no esperarla? Lo dudo, me hubiese escrito o llamado si fuese así o al menos me habría dado señales de vida.

-¿tú y Angie serán novios? -preguntó Sol mientras se sentaba en su silla, me tomó por sorpresa su pregunta.

-pues... yo... no lo sé -solté un suspiro -pero, no hablemos de eso ¿sí? Solo quiero esperar a verla porque no he sabido nada de ella hasta hoy.

-está bien. -pronunció y sacó a Macareno de su mochila. Ese perrito era adorable, me preguntaba por qué siempre lo llevaba a todos lados.

-trajiste a Macareno. -le dije acercándome a ella.

-sí, siempre lo llevo conmigo. -dijo observando el pequeño perrito de felpa entre sus manos. -el otro día mi papá me lo quiso quitar. -replicó bajando la mirada y abrazando al peluche.

-¿por qué? -fruncí el ceño un tanto molesto.

-porque estaba enojado -escondió su rostro detrás del peluche con temor.

-pero... ¿por qué quería quitarte el peluche? No creo que te hayas metido en problemas. -gruñí molesto.

-no sé, a veces llega de muy mal humor y se mete a mi cuarto en la noche para tirar mis cosas o... -su voz empezó a temblar mientras hablaba. -o a gritarme cosas feas. -mi sangre se heló completamente. Ella estaba a punto de romper en llanto y no quería que lo hiciera. Rodeé nuevamente el mostrador y la envolví entre mis brazos. Sus sollozos se empezaron a ser más audibles mientras escondía su carita en mi pecho. Se veía tan pequeña y frágil a mi lado. Como si fuese un pequeño angelito parecido cupido quien nunca creció y se mantuvo joven toda la eternidad.

Al cabo de unos momentos, empecé a sentir algo mojado en mi camisa. Sus lágrimas eran las causantes y aun así, no me separé. Ella era más importante que una camiseta mojada. Esto ayudó a que poco a poco sus sollozos fueran disminuyendo gradualmente hasta ser casi nulos.

Que me haya dicho eso me daban más ganas de protegerla. Ese bastardo no se conformaba con tratarla mal, si no que llegar -posiblemente borracho- a casa e ir a destruir su habitación y desquitarse con ella. Estaba pensando lo peor sin embargo, no parecía haber sido abusada ya que nunca mencionó si la tocaba demás. Ni en las veces que ha dibujado ha hecho cosas que parecen fuera de lo normal. Tal vez yo no era psicólogo pero, entendía que con los niños la manera más efectiva de entender sus situaciones era hacerlos dibujar y si estos presentan ciertos caracteres era porque habían sido abusados o subieron algún trauma. Sin embargo, Sol jamás hizo algo así. Sus dibujos en la mayoría eran flores y paisajes como montañas o campos así que al menos podía descartar la idea de que ella pasaste por eso. No obstante, no iba a permitir que esto le siguiera pasando. Era apenas una niña, no dejaría que le arruinara la poca infancia que aún tenía.

-ya tranquila. -acaricié su pelo con lentitud y que entendiera que estaba aquí para ella.

-me grita cosas muy feas, y no para hasta que Gabi llega a sacarlo. -dijo con un tono neutro y melancólico lo cual me destrozó por completo desde dentro.

-Dios, ¿desde cuándo hace esto? -pregunté tomando su carita entre mis manos. La carencia de lágrimas era notable pero, su mirada estaba vacía y completamente triste.

-no sé. -sorbió su nariz. -desde siempre. -la estreché de nuevo apegándola más a mí. Era lo menos que podía hacer por el momento porque la consolaba, le demostraría cuánto le quería. Ella en respuesta a mi acto, rodeó mi torso con sus bracitos reconfortándome un poco. Varios minutos de silencio nos invadieron en ese instante y yo fui el que tuve que romperlo.

-yo no permitiré que siga haciendo eso. -acuné su rostro entre mis manos de nuevo. -¿Qué puedo hacer para ayudarte? -sus ojos miel cayeron sobre los míos para seguirme observando con esa mirada fría y vacía que no era usual en ella.

-no sé. -Sus ojitos bajaron al suelo y me entristeció más de lo que ya estaba.

-Sol. -tomé sus manos -no sabes cuan encariñado estoy contigo, eres una niña magnífica, eres como la pequeña hermana que nunca tuve. - comencé a hablar y le vi sonreír débilmente. -no quiero que te siga haciendo daño, ni él, ni nadie, lo que más quiero es que estés a salvo y feliz como cualquier otra niña tan especial como tú. -acaricie su mejilla derecha con mi pulgar. -quiero ayudarte, pero no se me ocurre nada que pueda servir en este momento. -solté un suspiro frustrado y la observé. -necesito tu ayuda para saberlo. -le indiqué y su rostro confundido se hizo presente.

-Abraham... yo no sé, Mari y Gabi me cuidan mucho. -bajó nuevamente la mirada. -y te quiero muchísimo pero, no quiero que mi papá te haga daño como lo ha hecho a muchas personas, incluyéndome, por favor no te metas en problemas por mi culpa. -se separó de mí para ver mi rostro. -te lo pido de por favor. -suplicó suavemente. No podía decirle que no, sus ojos de perrito me impedían responder negativamente.

-está bien pero, toma en cuenta que te cuidaré y estaré aquí para ti siempre que lo necesites, siempre estaré disponible si se trata de ti, no dudes en llamarme y llegaré de inmediato contigo. -al escuchar mis palabras, sonrió dulcemente. Imité su gesto y besé su frente como cualquier hermano mayor haría.

La campana de la puerta sonó interrumpiendo el momento, alguien había llegado y estaba a mis espaldas. Me separé un poco de Sol para poderme girar y ver de quién se trataba. Al hacerlo, divisé a Angie después del largo fin de semana que tuve. 

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