22. Recompensa

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Abraham

Luego de un rato atendiendo mesas, me quedé sin ánimos para seguir con la jornada, sin embargo a pesar de mis bajas energías tenía que hacerlo hasta que Gigi volviera ya que no me podía ir y dejar la cafetería sola. El lugar ya se encontraba medio vacío y ya había pasado una hora desde que ella se retiró a quien sabe dónde. No me molestaba que se haya ido, creo que era lo mejor porque quería estar solo pero, a la vez hacer todo yo no era muy agradable. Cuando finalmente se dignó en mostrar su presencia, ésta llevaba con sí unas bolsas en las manos. Fruncí el ceño al ver que colocaba una pequeña bolsa de papel blanca frente a mí.

-te taje algo en recompensa por haberte dejado solo. -dijo y arqueé una ceja. Ella se encogió de hombros y me indicó con entusiasmo que la abriese. Tomé aire y luego dirigí mis manos para tomar la bolsa de papel encontrándome dentro con una bandejita con tres donas glaseadas. -no sabía que sabor te gustaba, así que traje de tres diferentes. Tampoco sabía si te gustaban las donas, pero luego lo pensé y me dije "¿a quién no le gustan las donas?". -finalizó y sonrió amable.

Su forma rápida de hablar aun me mareaba sin embargo ya no lo hacía tan rápido como cuando llegué. Ya me acostumbraría. Aunque existía una posibilidad de que ella estuviera hablando normal y yo era el lento. El cansancio estaba por provocarme una severa migraña.

-Gracias y sí, me gustan las donas. No tenías por qué traerme nada.

-ya te dije, es una forma de recompensarte y disculparme por probablemente casi volverte loco con cada palabra que sale de mi boca. Si quieres, puedes irte, yo me encargaré hasta la hora de cierre, por mí no hay problema. -dijo a la vez que se colocaba un delantal negro anti manchas como le solíamos decir con Angie.

Recordar esos días en que nos la pasábamos riendo y bromeando al mismo tiempo que atendíamos mesas para que luego ella se burlase de mí cuando me coqueteaban o cuando yo era el que me burlaba de ella cada que le tocaba un cliente "maleducado" o extremadamente exigente. Rememorar los momentos entretenidos causaba una gran nostalgia en mí, lo cual solo provocaba aumentar mi mini depresión. Me entristecía pero a la vez me traía algo de felicidad ya que disfruté esas largas horas de trabajo que creía infinitas, sin embargo al final se fueron volando con el viento, llevándose a Angie consigo.

-creo que me caería bien irme a descansar. -respondí quitándome el delantal.

-descansa y nos vemos mañana. -dijo ella alegremente. Sonreí de lado como otra forma de agradecerle para después tomar mi teléfono que permanecía enchufado bajo el mostrador.

-hasta mañana. -pronuncié y salí sin más hasta llegar a mi auto y volver a casa de mi madre.

Mañana sería un día tranquilo. Simplemente iría a clases de mañana, trabajaría por la tarde, estaría con Sol durante un rato y volvería a casa. Todavía no me apetecía pasármelas solo en mi apartamento, me entristecía la soledad por el momento. La compañía y los mimos de mamá los necesitaba por un poquito más de tiempo.

La mañana siguiente día llegó con demasiada rapidez para mi gusto. No obstante, cocinar con mamá por la tarde después de trabajar me hizo bien. Me recordaba muchísimo a mi infancia cuando ella me enseñaba a preparar algunos de sus exquisitos platillos. Aunque muchos de ellos aún no lograba averiguar cómo los hacía. Siempre me escondía sus secretos culinarios más "famosos" familiarmente hablando. Nadie más que ella y la abuela conocían ciertas recetas y no pensaban en decirlas. Es como una tradición que se pasa de hija en hija. Desafortunadamente mi madre nunca tuvo ninguna niña. Se conformó conmigo y mi hermano nada más. Probablemente al final de cuentas terminará diciéndome todo.

Dejando la comida de lado, en la mañana siguiente fui a clases como era lo habitual. No hubo ninguna novedad. No hasta que llegué a Moka. Había unas cuantas personas. Un señor de mediana edad leyendo el periódico mientras bebía café y un grupo de cuatro amigos (3 chicos y 1 chica) leyendo y bebiendo café frío y smoothies de chocolate. Todos con el mismo libro.

Gigi permanecía colocando algunos pastelillos en el mostrador. En cuanto me vio, me saludó con ese entusiasmo y alegría que destaca en ella. Apenas la conocía, pero se notaba que siempre era así. Me preguntaba que hacía para estar sonriente. Yo no era depresivo, solo algo serio, mas ella era sonrisas 24/7.

-¿Qué tal te va? -me preguntó de inmediato.

-pues... normal creo yo. -dije tratando de sonar tranquilo.

-¿siempre eres así? -me preguntó.

-¿así, cómo?

-no sé, desanimado, triste y eso. La dueña del lugar me había dicho que eras un tanto diferente. ¿Tienes problemas o algo? No te juzgaré si no quieres contármelo.

-bueno, es complicado...

-tranquilo, no te esfuerces por contármelo, no es necesario.

-bueno. -le sonreí ligeramente.

-si necesitas que alguien te escuche, aquí estoy yo si quieres, soy excelente escuchando. Yo nunca te juzgaré. -dijo y colocó una mano en mi hombro. -hay más clientes, iré a atender. -me avisó y casi corrió a hacia el grupo de amigos que venía entrando.

Suspiré y me coloqué el delantal para poder preparar el pedido que en menos de diez minutos Gigi me trajo. Todas las bebidas se sirvieron dejándonos libres un rato. No pasó mucho hasta el momento en que escuché la puerta abrirse y vi a Sol entrar.

No me podía creer lo que veía en ella.

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