Estaba sentada sobre la cama de Justin mirando mis pies, mientras él caminaba de un lado a otro intentando tranquilizar su furia. Y sí, lo había visto drogándose y no me sorprendía, pero merecía que me gritara más que mi entrenador.
—Era una puta condición, Kelsey. ¡Una! —Gritó, más no lo miré.
—Lo siento. —Balbuceé.
—¡Joder! —Volvió a gritar, ésta vez acercándose peligrosamente a mí. Se arrodilló y me tomó de las muñecas. —Si no puedes respetar una maldita regla, no me sirves para nada. Eres completamente inútil.
Intenté zafarme de su agarre, pero él apretaba cada vez más. Miré hacia el techo al sentir que mis ojos picaban, y mordí mi labio para que dejara de temblar. Nadie jamás me había hablado así y no quería permitirlo, pero no podía hacer nada.
—Me lastimas. —Susurré.
—Me importa una mierda. —Me empujó hacia atrás, haciendo que me recostara sobre su cama.
Lo vi cerrar la puerta con seguro y fue cuando realmente comencé a temblar. Tomé una de sus almohadas y me cubrí con ella el rostro y gran parte de mi cuerpo. Deseaba que aquello fuera un escudo de verdad. Justin volvió hacia mí y me arrebató la almohada de las manos, arrojándola al suelo con fuerza.
—No me hagas nada, por favor. —Supliqué, viéndolo a los ojos.
—Tienes que aprender a obedecerme. —Respondió, tomándome de nuevo por las muñecas.
—Por favor...no...
Me levantó de un tirón y por un momento me sentí mareada. Tomó mi sweater y me lo quitó con fuerza, haciendo que apoyara mi espalda en la fría pared. Acercó su cuerpo al mío y fue cuando sentí un objeto frío recorrer mi brazo derecho.
Era una jodida navaja.
Mis lágrimas comenzaron a hacerse presentes y miré hacia mi costado. Estaba resignada. Si él me hacía un corte profundo lo más probable era que me desangraría y moriría allí...lejos de todo.
—No entres sin tocar la puerta, ¿Recuerdas? —Susurró en mi oído y temblé.
Continuó subiendo la navaja, pero sabía que aún no me había cortado. Su tacto era firme y seguro, justo como era él en persona. Mordí mi labio por enésima vez y Justin tomó mi mentón con mucha fuerza, casi como si quisiera que no quitara mis ojos de los suyos.
Coloqué mis manos en su pecho e intenté empujarlo, pero era inútil. Con su mano derecha tomó mi cabello y jaló hacia abajo, haciéndome ahogar un grito. Fue entonces cuando la navaja llegó a mi cuello y allí se detuvo, justo en mi garganta.
—Yo te lo advertí. —Volvió a susurrar. —Esto es tú culpa.
—Por favor...—Balbuceé. Sentía un fuerte dolor en mi cabeza.
Soltó mi cabello y se alejó de mí sin más, dejándome totalmente paralizada. Me abracé a mí misma cuando él le quitó el seguro a la puerta y la abrió.
—Vete. —Dijo, mirándome.
Tomé mi sweater del suelo mientras secaba mis lágrimas. Esto había sido lo peor que había vivido. Jamás nadie me había puesto una navaja en mi cuello; jamás me habían herido tanto por dentro como por fuera. Este tipo era un loco.
Cuando quise salir de allí, me tomó por el brazo y apoyó su torso en mi espalda.
—Esto no es nada comparado con lo que te pasará si vuelves a romper las reglas. —Susurró, bajando su mano hasta mi muslo. —Ahora ve a la cocina y prepara la cena.
Asentí y salí, colocándome mi sweater nuevamente. Bajé las escaleras y me dispuse a obedecer cada palabra que saliera de su boca. Tenía dos opciones; o lo hacía o moría.
Justin.
Era un susto, y se lo merecía.
Nadie jamás podía poner a prueba mis condiciones, era lo que yo decía o nada. Y al parecer había funcionado a la perfección, porque ella ahora sí sabía de lo que era capaz.
Había estado a punto de hacerle un corte en el brazo, pero luego iba a tener que vendarla y era lo último que quería. El hecho de pasar tiempo con ella sólo me traería problemas.
En realidad, me esperaba que rompiera las reglas. Ella era así desde siempre. Y, como mis planes siempre salían bien, esperé que ella abriera la puerta de mi habitación sin siquiera recordar mi advertencia. Hacía años que había dejado la cocaína, ahora sólo fumaba.
Según Jeremy, un verdadero "señor de la mafia" jamás revela sus adicciones, pero mi adicción al cigarrillo no iba más allá de uno o dos por día. No era una adicción que podía controlarme, y por eso no me preocupaba en lo absoluto.
Decidí ir en busca de Kelsey, mi habitación estaba hecha un desastre. Salí y divisé a Ryan cargando su arma y guardándola en su pantalón, lo cual me hizo caminar hacia él.
—¿A dónde vas? —Pregunté.
—Tengo que ir por las botellas de vino que compré para mañana en la noche. —Respondió, alzando sus hombros.
— ¿Y para eso vas armado hasta el culo?
—No...bueno sí, nunca se sabe, amigo. —Me devolvió el gesto y lo vi bajar las escaleras con prisa.
Caminé detrás de él y, al perderlo de vista, oí un fuerte ruido y a Ryan maldecir en voz alta. Me apresuré a llegar a la planta baja y vi la escena; Kelsey estaba sentada en el suelo con los cabellos alborotados y Ryan acomodaba su ropa con desespero.
—Joder, ¿Cómo vas a cruzarte así por mi camino? ¿Eres tonta o qué? —Exclamó Ryan.
—L-lo siento. —Dijo Kelsey por lo bajo.
Ryan soltó un suspiro frustrado y salió de la mansión, dando un portazo. Apreté los labios y caminé hasta Kelsey, tendiéndole mi mano. Ella la tomó con miedo, lo cual confirmaba que realmente mi intento por asustarla había funcionado.
—¿Estás bien? —Le pregunté, mientras ella corría su mirada.
—S-sí, no fue nada. —Respondió, intentando volver a la cocina.
Por alguna razón, sentía ganas de abrazarla. Pero aquello iba contra mis propias reglas; aquello sólo traería confusión, y yo odiaba sentirme confundido.
—¿Qué tienes ahí? —Interrogué al ver su frente.
Como ella seguía sin querer mirarme, la tomé del mentón y oí su quejido. Tenía un pequeño moretón en aquella zona y un corte en la frente. Fruncí el ceño; ¿Acaso yo había causado eso?
—Ven. —Ordené, tomándola de la mano.
Nos adentramos en el baño y mojé un algodón con agua oxigenada. Kelsey se sentó en la punta de la tina y yo me incliné para limpiar su herida en la frente. Joder, estaba ocurriendo lo que no quería que ocurriera.
Pasé el algodón por el corte y ella se quejó, mirando hacia otro lado. Me hacía sentir como un doctor poniéndole una inyección a una niña.
—Ten más cuidado la próxima vez, Ryan no suele controlarse. —Le dije para romper el incómodo silencio que había generado.
—Entonces sí tienen algo en común. —Murmuró, pero la oí perfectamente.
Corrí su rostro para que me mirara, a lo que ella sólo se dejó llevar.
—En eso te equivocas. —Respondí. —Yo no podría hacerte daño a propósito.
—¿Y qué fue lo de hoy, entonces?
—Tú me obligaste a eso, rompiste las reglas y, aquí, las reglas jamás pueden romperse.
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Rom.