Atada, de nuevo.
¿Cuándo demonios me dejarían libre? ¿Cuándo me dirían lo que tenían planeado hacer conmigo?
Porque desde que estaba privada de mi libertad, no me habían informado más que de lo poco que mi familia hacía por mí. Porque desde que estaba con ellos, sólo había llorado. Y yo jamás había llorado con tanta rabia como lo hacía ahora.
Estaba...devastada. Agotada de encerrarme en mi cabeza y luchar contra mi incertidumbre. Confundida y más que sola. Ni siquiera sabía si esto era una red de trata de personas, de tráfico de órganos, de tráfico de blancas...no sabía lo que me deparaba el futuro.
Quería gritarle al mundo que aquí estaba. Que seguía esperando por mis padres, aunque ellos dejaran de buscarme o de luchar por mí. Los extrañaba con tanta fuerza que sentía que mi corazón se rompería de tristeza.
Jamás me había dado cuenta de lo corta e ilimitada que podía ser mi libertad. Y odiaba no haberlo sabido antes; habría pasado más tiempo con mamá, le habría dicho a papá lo agradecida que estaba por tenerlos. Habría abrazado más a quienes consideraba amigas y habría jugado más con mis mascotas.
Podría haber cambiado mi actitud con las personas de la preparatoria. Habría sido más amable y habría invitado a todos a mi fiesta de cumpleaños, y no sólo a universitarios borrachos que sólo querían follarme e irse.
Le habría dado una oportunidad al amor.
Pero era tarde. Lamentablemente no tenía una máquina del tiempo. Mi vida no era un cuento de hadas, y dudaba que tendría un final feliz.
Estaba tan, tan malditamente sola.
Di vuelta en la cama y oí a mi estómago rugir de hambre. Aún no entendía cómo no había muerto. Me quité mis zapatillas aún con las manos atadas y mis calcetines, luego, como pude, quité mi suéter y me dejé mi blusa de tirantes y mis leggins para dormir.
Tomé la única manta que tenía la cama y me cubrí hasta la cabeza, observando la cómoda oscuridad. Pronto de mis ojos brotaron las lágrimas y comencé a golpear el colchón con mis dos puños unidos por una cuerda, intentando arrojar las almohadas al suelo.
Era ilógico, pero lo deseaba realmente.
Pronto oí la puerta abrirse y por ella entró Justin, quien traía una bolsa. Al ver el desorden que había hecho, dejó la bolsa sobre el escritorio y se dispuso a colocar de nuevo las almohadas donde estaban antes. Me quedé callada, observándolo.
—Te traje comida y algo para que bebas. —Dijo seco, y cuando se dispuso a salir, hablé.
—Justin...—Lo llamé, dejando la manta a un lado de mi cuerpo.
—¿Qué? —Preguntó, volviendo a mirarme. Noté que tragó en seco.
—¿Puedes decirme dónde está el baño? —Interrogué con cautela, esperando que su respuesta fuera afirmativa.
Asintió sin decir nada y comenzó a caminar fuera de la habitación. Eso había sido bastante fácil. Lo seguí, limpiando mis lágrimas con la cuerda. Era un extenso pasillo con un piso de alfombra roja y varios cuadros en sus paredes. Había muchas puertas, pero ninguna tenía contraseña como la mía.
Los había subestimado de más, porque habían planeado demasiado bien mi secuestro.
—Aquí es, tienes diez minutos. —Paró frente a una puerta igual a las demás.
—Quisiera tomar un baño también...—Murmuré, señalando mis muñecas atadas.
Viró los ojos, desatándome y adentrándose en el baño, lo cual me hizo fruncir el ceño levemente. Abrió un armario y sacó un arma de allí, y también una toalla para entregármela luego. Apreté los labios, intentado mantener la calma.
—Veinte minutos, ni más ni menos. —Dijo amenazante.
Asentí rápidamente y lo vi retirarse. Solté el suspiro más largo de mi vida; este baño era de ensueño. La tina era grande y espaciosa y tenía hidromasaje. Pero no podía darme el lujo de disfrutarlo estando secuestrada. No eran mis jodidas vacaciones, estaba cautiva y había un loco esperándome afuera.
Me despojé de mi ropa rápidamente con el perturbador pensamiento de que Bieber podía entrar y ver mi cuerpo desnudo, y luego abrí el grifo para que el agua artificial comenzara a brotar. Era la ducha más rápida que había tomado en mucho tiempo. Al salir, me envolví en la toalla y deseé tener mis cremas humectantes y mis perfumes. En cambio, tenía fragancia de hombre y un jabón en forma de corazón que ni siquiera tenía aroma rico.
Decidí lavar mis bragas en el lavamanos y no utilizar nada esta noche, pasaría rápido. Me coloqué mis leggins y mi blusa de tirantes y escurrí mi ropa interior, guardándola debajo de mi blusa. Antes de salir del baño, abrí el grifo del lavamanos y bebí agua.
Y para mi sorpresa, nadie estaba esperándome afuera.
Fruncí el ceño, observando todo a mi alrededor. No estaba ni Justin ni Ryan. Mordí mi labio, nerviosa.
¿Esto era buena señal?
Salí del baño sin hacer mucho ruido y divisé la puerta de la habitación en la que estaba encerrada antes. Oh joder, esto podría costarme una golpiza o, es más, la vida, pero necesitaba hacer algo por mí misma. Necesitaba probarme que no temía a arriesgarme.
Me cubrí la boca con la mano derecha y apreté mis dientes, normalizando mi respiración; lentamente comencé a alejarme del baño, de mi lugar de cautiverio y de aquel extenso pasillo.
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Rom.