Miré mi rostro a través del espejo y fruncí el ceño. Prácticamente no podía reconocerme a mí misma. ¿Cómo había llegado a excitarme de esa manera cuando todo a mí alrededor era peligroso? Porque lo era, todo lo que me rodeaba, todo lo que me tocaba, todo podía hacerme daño y yo estaba perdiendo el tiempo en satisfacerme.
Y lo peor era que mi secuestrador me había visto; ahora la esperanza de que él me dejara libre por ser una inocente virgen estúpida e inservible se había esfumado. Ahora tal vez me vendería a un prostíbulo, o me entregaría a un viejo asqueroso como los de aquella noche en la reunión. O tal vez me utilizaría para ganar dinero a través de mi cuerpo.
Todo por mis jodidas hormonas traicioneras.
Aclaré la garganta al recordar que quería que fuera a su habitación. ¿Y si me obligaba a tener sexo con él? ¿O a tener sexo con alguien más? No tenía experiencia en eso, apenas sabía cómo tocarme a mí misma gracias al internet. No quería follar por obligación.
Continué mirándome al espejo; mientras más tiempo hacía, tal vez Justin se cansaría de esperar y se dormiría. O tal vez debía apresurarme y que lo que sea que quería hacerme sucediera y ya.
Mordí mi labio y me di cuenta de que estaba lastimado. Bueno, mi rostro entero parecía lastimado...demacrado. No solía presentarme ante nadie sin al menos algo de maquillaje; aquí no tenía ni siquiera lápiz labial para sentirme linda. Mi piel estaba pálida bajo mis mejillas aún rojas, que si no fuera por ellas creería que estaba muerta, y tenía ojeras que hacían parecer que no había dormido en semanas.
Peiné mi cabello con mis dedos y luego me coloqué la ropa, la cual parecía ser más un pijama. Salí descalza hacia el pasillo y caminé sin cautela hasta la habitación, buscando con la mirada calcetines. Al hallarlos, me los coloqué y emprendí viaje hacia la habitación de Justin. Claramente iba más lento que de costumbre.
La opción de tardar y que Justin se durmiera me interesaba mucho más.
Esta era la sensación más rara que había sentido en la vida. Era como estar yendo directo al peligro, a la boca de un lobo feroz. Y no podía dejar de sentirme expuesta ante todo en aquella mansión, porque sólo era yo contra la realidad. Estaba atrapada y sabía que no saldría si no era lastimada. Así que me tocaba aceptar y enfrentar.
Subí cada uno de los peldaños tiritando de frío y miedo. Miedo a lo desconocido. Lo único que me calmaba era abrazarme a mí misma y pensar en que pronto me dejarían libre, y que nunca más me sentiría en peligro.
Alcé mi mano y toqué la puerta. Los segundos comenzaron a pesar en mi cabeza y apreté los dientes, intentando tranquilizar mi ser. Sus ojos mieles se clavaron en los míos y su rostro, por primera vez en todo este tiempo, me comunicaba algo. El problema era que yo no podía comprenderlo.
—Hola...—Murmuré y me sentí una estúpida.
—Entra. —Ordenó y caminé con prisa hacia el interior de la habitación. —Y cierra la puerta.
Apreté mis labios al mismo tiempo que cerraba la puerta, deseando que mi torpeza no me obligara a dar un portazo. Justin se sentó en una silla giratoria y yo me quedé parada en mi lugar, observando todo como si nunca hubiese estado allí.
Aquella habitación sólo me traía malos recuerdos.
—Siéntate, Kelsey. —Volví a oír su voz firme y, con lentitud, me fui sentando en la gran cama, la cual estaba a sólo unos pasos de mí.
Era la cama más cómoda del mundo, por cierto.
—¿Querías... ha-hablar conmigo? —Pregunté cautelosa, intentando no mirarlo más de lo debido.