...Capítulo 50: Amargas fricciones...

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PoV Narrador Omnipresente.

....Pocos días después....

Febrero ya había comenzado cuando Roselle salió por primera vez del templo de Acuario desde que había regresado al santuario.

El calor del sol y la brisa de la mañana rozando su piel la hicieron sentir viva.
Le hacía falta estar en el exterior, escuchar a las aves y oler las plantas. Tenía la suficiente fuerza para mantenerse de pie o caminar, ya estaba cansada de permanecer en su habitación.

Roselle avanzó con lentitud mientras sostenía su capa para mantenerla cerrada.
Por un instante, pensó en su maestro. Si Camus la viera en ese momento seguramente la miraría con reprobación y la llevaría de vuelta a la cama, pero por suerte, Camus no estaba ahí y por supuesto no sabía nada sobre los planes de Roselle.

Él se había ido desde temprano a entrenar, la dejó sola confiando en que permanecería dormida, por supuesto que no lo haría. Tampoco tenía ganas de estar en la biblioteca, quería salir aunque sea por un momento.
Se sentía mejor que cuando llegó, tenía ánimo y fuerza suficiente, podía hacerlo. Roselle sonrió.

Toffy la seguía mientras daba saltitos y se distraía olfateando cosas.
Roselle daba paso tras paso con lentitud, sólo pudo bajar unas cantas escaleras, recorrer todos los templos era una completa locura y no estaba como para cometerlas.

No llegó ni a la mitad del camino cuando se detuvo.
La vista era perfecta y suficiente para satisfacer su necesidad de libertad.
Decidió sentarse y al hacerlo, respiró lo más profundo que pudo para que sus pulmones se llenaran de todo ese aire dulce y puro.
Suspiró mientras sus ojos se humedecian. Por primera vez en meses, Roselle sentía que estaba recuperándose. Ahora realmente podía decir que estaba bien.

Durante minutos se quedó observando el paisaje, los templos que se hacían pequeños con forme más lejos estaban, el coliseo que parecía diminuto y aún más allá los árboles que apenas cubrían Rodorio.
El cielo tenía un color azul precioso, el viento hacia danzar sus cabellos. Roselle encogio las piernas mientras se dejaba invadir por la felicidad haciendo a un lado los escalofríos que por momentos regresaban a su cuerpo.

Escuchó voces y pasos, temió por que Camus la descubriera ahí, pero sintiendo sus cosmos el aliento se le escapó.
Al verlos, Roselle tuvo muchas ganas de llorar. Hubiera corrido y saltado a sus brazos si la enfermedad se lo permitiera.
Jadeó y sonrió cuando los tuvo a pocos metros y vió sus expresiones de sorpresa y felicidad cuando la encontraron ahí sentada, como si los estuviera esperando.

Roselle no podía correr, pero ellos sí.
Aaron y James gritaron su nombre mientras avanzaban hacia ella.

Ellos tuvieron la suficiente paciencia para buscarla.
James insistía día con día en que debían ir con ella, pero Aaron comprendía más la situación y él fungia como voz de la razón.
James había soportado mucho hasta ese día en donde ya no aguanto más y no le importo que Aaron lo siguiera y le insistiera en que debían seguir esperando, nunca antes una terquedad le había funcionado tan bien.

Ninguno de los tres aguanto, en cuanto tuvieron la oportunidad se abalanzaron los unos a los otros para que sus cuerpos chocarán y se unieran en un abrazo deseoso de no tener fin.
Pareciera que se hubieran invocado mutuamente ya que añoraban su presencia.

Roselle soltó lágrimas, se formaron nudos en su garganta que le impidieron decirles cuánto los había extrañado, cuánto los había necesitado y cuánto los quería.

Aaron suspiraba mientras seguía susurrando el nombre de su mejor amiga. Sintió paz en su interior además de una inmensa tranquilidad.

En cuanto a James, su cuerpo se tenzo al tenerla entre sus brazos. La apretó fuerte para hacerse a la idea de que ese momento era real y de que ella estaba ahí. No la quería dejar ir, no de nuevo.

Corazón De Hielo, Voluntad De Hierro 《Camus De Acuario》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora