Capítulo once.

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Pegué un chillido y mi alma quedó seguramente bien arriba, tapé  exageradamente mi cuerpo con mis manos, mis pechos más bien decir.  Observé de mejor manera la habitación, Cameron estaba acostado en la  cama, estaba tapado hasta el cuello y aquello me había impedido verlo en  la oscuridad.

Prendí la luz casi por inercia y me alejé de la cama.

—¿Qué es lo que sucede contigo? ¡Pudiste  decirme que estabas aquí Cameron!

El me miró profundamente y se levantó de la cama, traía un pantalón  de chándal y una camisa inexistente. Su cuerpo  esculpido y casi hecho a  mano me había dejado con la saliva corriendo unos segundos, hasta que  me di cuenta lo mal que estaba la situación.

—No preguntaste si había alguien aquí—dijo, simple. Tragué saliva cuando bajó la mirada.

—Por favor, aléjate. Debo cambiarme de ropa.

—¿Y para qué? Ya te he visto.

—No me interesa.

—Tienes buenos pechos—aduló.

—¡Cierra la boca! —le grité, sonrojada. Podía sentir el calor en mis  mejillas, y las manos de Cameron tomando las mías. El contacto me  producía la peor de las sensaciones.

Ayuda, Dios.

—Quítate las manos—habló fuerte,duramente y mirándome de una forma bastante peculiar. Mi boca se secó.

—¿Qu...Qué?—le dije.

—Quiero que te quites las manos de ahí, Leah—murmuró,seguro.

La luz de la habitación estaba encendida, y no podría, la vergüenza  me carcomía por completo. Ni siquiera podía respirar de forma adecuada,  no podía. Le miré, era un sinvergüenza, era de lo peor.

—No quiero, por favor, déjame colocarme la pijama —murmuré suplicante, el negó de inmediato.

—Vamos, quita las manos.

Una vena comenzaba a colarse por su cuello, él comenzaba a enfurecer,  y yo sentía que estaba próxima a desmayarme. ¿Acaso debía de hacerlo?  Sabía que estaba ansioso por verme los pechos, pero yo jamás me había  encontrado en esta posición antes,y no quería que Cameron me arrebatara  todas aquellas primeras veces. No quería, en definitiva, que me viera  semi desnuda, no tenía sentido alguno. Ni siquiera sabía si era legal.

—Cameron, por favor, no me obligues a hacer esto, no puedes. Sabes que no puedes.

—Sabes perfectamente que sí—murmuró, y mirando aún mis pechos bajó  una de mis manos, yo, resistente, me seguía negando. Cameron se acercó a  mi oído —, me he leído el contrato página por página, y solo especifica  la parte de no tener relaciones sexuales, debes hacer lo que diga,  pequeña, y lo que quiero ahora es que te quites las manos.

—Me da vergüenza—admití.

—Me importa una mierda—dijo, alejándose. Bajé la mirada—, quítate las putas manos.

—Eres un asco, Cameron—murmuré, sacando las manos que cubrían mis  pechos, este los observó con detenimiento, como un animal observaba su  presa.

Cerré los ojos, sentía su sucia y pervertida mirada en mi cuerpo, y a decir verdad no se sentía para nada bien, no era correcto y el lo sabía. Pero claro, ¿Desde cuándo él hacía lo correcto?

Me sentía débil, sucia, pasada a llevar. Cameron era malo, incluso  quizá sadomasoquista y yo no tenía idea, habían miles de mujeres que  realmente darían la vida por estar con él, incluso él podría comprar el  mejor sexo o las mejores tetas del país, ¿Por qué se empeñaba en hacerme  la vida más miserable?

CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora