Prólogo

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La mujer miró al cielo diáfano de la noche y dejó que la brisa fresca acariciara su rostro. Si había algo que adoraba hacer desde pequeña era subir a la terraza del castillo mientras el pueblo dormía y disfrutar del aire fresco y esa especie de irrealidad que crea la soledad de la madrugada. En esos momentos, preciados para ella, podía observar las constelaciones, la luna y las pequeñas flores que refulgían como estrellas caídas sobre los vastos campos y cubrían gran parte de los muros y techos creando surrealistas entramados. Había una antigua leyenda que hablaba sobre ellas, que era también la historia de su gente. Y al igual que las pequeñas flores blancas, ellos también eran bellos, antiguos, eternos y trágicos. Por fortuna la tragedia había quedado atrás hacía mucho tiempo y el reino disfrutaba de una merecida paz.

Suspiró y con paso lento se dirigió a la escalera para a volver a sus habitaciones. Debía levantarse al alba para llevar al niño con su padre y bastante le había costado hacerlo dormir, el viaje siempre lo excitaba y no había forma de que dejara de correr y saltar como toda criatura saludable. Lo extrañaría pero sabía que esas semanas con su padre y su otra familia eran importantes para él pues también formaba parte del otro mundo y debía conocerlo. Además, para qué negarlo, ella también tenía ganas de verlo a él. Sonrió al recordar su historia juntos y se alegró de que el hecho de provenir de dos mundos diferentes no había impedido su relación. Si eso no los había separado, nada lo haría.

Mientras se disponía a bajar la escalinata de piedra vio con el rabillo del ojo un fulgor en el cielo. No había nubes por lo que no se trataba de una tormenta. En lugar de eso, algo brillante cruzó el firmamento a gran velocidad cayendo en los bosques, no muy lejos de allí. Ella permaneció en su lugar unos instantes, esperando que ocurriera algo inusual pero nada más alteró la calma nocturna. Decidió que lo investigaría por la mañana, luego de dejar al niño.

*******

—Apúrate o a tu padre le saldrán raíces por esperarte y se convertirá en un árbol más y entonces, ¿cómo lo reconocerás?

El niño correteó a su alrededor metiendo sus cosas en un pequeño morral. 

—¡Ya estoy listo! Y si se convierte en árbol los tocaré a todos y así sabré cual es mi padre.

La mujer sonrió, contenta de que el chico hubiera heredado de su raza la estrecha comunicación que tenían con los árboles, luego tomó la pequeña mano y salieron del castillo, hacia el bosque.

Un joven alto de largos cabellos platinados y vestido con las ropas verdes de caza los alcanzó a la carrera.

—Te ibas a ir sin mí, ¿pequeñajo? —Rio el muchacho mientras revolvía los rubios cabellos del niño que se lo sacudió de encima y le sacó la lengua, riendo también. —Madre, iré a cazar del otro lado, puedes acompañarme si quieres. El abuelo tiene ganas de comer jabalí esta noche y esas bestias sólo pueden encontrarse pasando el Portal, junto con las otras bestias.

Esta vez lanzó una risotada más fuerte.

La mujer lo amonestó con la mirada. Su hijo mayor, a veces, parecía más pequeño que su medio hermano. No quería arrepentirse de haber tomado la decisión de dejar que él heredara el trono. Aun cuando faltaba tiempo para eso, como futuro rey no debería entrar en conflicto con los otros mundos; gran parte de la paz reinante se debía a los esfuerzos de su abuelo y de los reyes anteriores y esperaba que él siguiera esos pasos. Era joven e impulsivo y no creía que fuera más que una actitud indolente de su parte pero decidió tener una larga charla con él a su regreso. Era lo que siempre había preferido, ser la consejera y ayudar a mantener la paz y la prosperidad con sabiduría y justicia; ella lo hacía con su padre y lo haría con su hijo llegado el momento. Volvió por su arco y su carcaj y así preparados, emprendieron el corto viaje hacia el Portal. Disfrutar de un buen rato entre madre e hijo les haría muy bien.

*******

Él los había estado esperando con ansias, como siempre, cerca de las antiguas ruinas. Luego de despedirse del niño y de su amante, prometiéndole quedarse más tiempo cuando volviera a buscarlo en unas semanas, se dispuso a seguir los pasos de su hijo mayor. Se detuvo en seco. A su mente vino la imagen de algo refulgente cayendo del cielo la noche anterior. Decidió volver sobre sus pasos e intentar descubrir qué era, estaba segura de que se hallaba en las cercanías y de su lado del Portal. Caminó rápido, tampoco quería hacer esperar a su hijo. Buscó con su mirada que era aguda, más que la de muchas criaturas de su mundo. Entonces lo vio. Era un pozo de tamaño considerable y en el fondo de él, una piedra apenas menor que la palma de su mano que resplandecía con un extraño color verde.


El Elixir - Trilogía Arwendome #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora