Capítulo dieciséis.

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Cameron.

Se veía bella, resplandecientemente bella. Su figura y su perfecta tonalidad hacía la mejor combinación con el vestido que traía, el color le quedaba de maravilla.

Siempre me cuestionaba el momento en el que conocí a esa chica, recuerdo que parecía prostituta cuando la conocí, se notaba a leguas lo desesperada que estaba, lo ansiosa que se encontraba por un poco de dinero.

Creí que mi padre se la follaría, como a las demás, pero luego de oírla y escuchar sus condiciones, decidí dejarla para mi mismo.

Siempre fui un tío egoísta, odiaba compartir mis cosas, mis mujeres, mi casa, todo. Desde pequeño odiaba que la gente tuviera lo que yo, siempre aspiré a más. Pero era porque la situación lo ameritaba.

Observé a Leah, su rostro perfilado se veía mejor que nunca, sus muñecas casi no traían marcas, sospeché el uso de algún tipo de base para cubrir las heridas echas por mi. Y lo odié, deseaba incluso que la gente notara que ella era mía.

Porque lo era, y odiaba que alguien que no fuera yo la mirara, la tocara. Me daba un asqueroso sentimiento, sentía arcadas en mi estómago, sentía como si me aprisionaran el cuerpo.

Y cuando vi a mi madre tocarla, y hablarle, sentí lo mismo. Sentí asco, repulsión. No me gustaba que nadie la tocara, ella era como un diamante, mi diamante persona y no dejaría que nadie la tocase.

Quería destruirla yo solo.

Me giré hacía ella y la vi sonreírle al chico de la portería, y no pude evitar retorcerle el brazo, ella no podía hacer eso, los límites siempre se los dejé en claro. Me observó asustada y bajó la mirada enseguida, quise abrazarla por un mínimo instante.

Observé la mansión, era una de las pocas cosa que me gustaban. Y lo mejor es que era mía, totalmente mía. La había comprado hacía dos años, y junto con mi propiedad en Escocia, era de mis favoritas.

Ser uno de los diez nunca fue fácil, y aunque nací en un entorno con mucho dinero, me encargué de cuadriplicarlo. De hacerme el maldito Dios del billete. Porque me lo merecía. Después de todo lo que había pasado, merecía siempre lo mejor.

Me dio muchísima gracia el rostro de Leah al ver la mansión, estaba seguro que jamás pensó que era mía.

—Siéntate conmigo—sentencié hacía ella, Leah sólo asintió otra vez y tomó la silla que estaba a mi lado

Observé a mi alrededor. Hace un poco mas de un año había accedido a petición de mi madre hacer cada tres meses una reunión familiar en esta casa, al parecer a ella de verdad le interesaba el porvenir de la familia.

Ahora, porque cuando la encontré follandose al socio de mi padre no parecía pensar igual.

Resoplé cuando dos pequeños niños corrieron cerca de la mesa, odiaba a los niños. Odiaba a los bebés, y definitivamente odiaba a mi familia.

Jack Black corría tras Adam, el pequeño niño parecía inclusive un poco más inteligente que el hermano mayor. Nunca me agradó. Ninguno de los dos.

En ese momento, Steve apareció de la mano con Eiza, su casi raquítica novia. Lo miré, esperando que me dijese qué era lo que quería. No lo aguantaba ver demasiado.

—Hola, hermano—murmuró. Lo miré mal.

—¿Qué quieres?

Su rostro parecía tenso, y no puedo negar que me preocupé un poco. No por él, nunca por él, sino porque el negocio podría estar en problemas y eso no era nada bueno.

CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora