Capítulo 12: ¡A eliminar testigos!

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I

24 de enero - Ronnie Barnes y su grupo se instalan 

Este asqueroso carro de los empleados no sirve para nada. Lo acepto, pero es la única esperanza de salir de Calistoga. Tomamos la avenida principal que nos llevaría fuera de la ciudad. Pasando por dicha avenida, recordé todo lo que viví aquí. Mi casa, un cómodo residencial en Uptown Hills, donde todas las casas eran iguales. Dos pisos, gran alberca, un inmenso patio tanto delantero como trasero, ventanas francesas, decorados de palmas; todo un sueño. Aunque ahí no pudiera vivir cualquiera, lo que menos faltaba eran viejas chismosas y entrometidas. Entre esas, mi madre, Casey Barnes. Mi único pasatiempo era tratar de descubrir un nuevo medicamento, con ayuda del medio ambiente: bacterias, bichos, ranas, arbustos, etc. La perra gorda, vieja y celulítica de Hattie Dionne pensaba que yo era sordo o algo así. Todos los días me veía por la ventana asesinando insectos e iba a mi casa a decirle a mi madre que me internara en un psiquiátrico. Detestaba a esa vieja, espero que esté muerta, y si es una infectada, espero encontrármela de frente para enterrarle un machete en su arrugada frente. Mi padre era ausente en casa. Llegaba a eso de las 10:00 pm todos los días. No le importaba como me iba en la escuela, sólo me decía: "Ronald, tienes que ser excelente, así te podrás largar de esta casa e irte a estudiar a Harvard". Así de maldito era mi padre, que se llamaba igual que yo. El único que encontró un potencial en mi fue Clinton Souberville, mi querido padrino. El ha sido como un padre para mi desde que tengo 10 años. Con el y su mujer he viajado a varios países. El que más me gustó fue Suiza. Algo fenomenal que seguramente ni Ronald ni Casey podrían hacer por mi nunca. Mi padre trabajaba para Souberville y eran grandes amigos, de ahí surgió la idea de ser mi padrino. Días antes de toda esta mierda, Souberville me había revelado todo acerca del Virus de las Moscas. Les aseguro  que su intención nunca fue destruir la humanidad, simplemente quería experimentar con vagabundos y gente despreciable de los suburbios. Quería ver la reacción ambiental, sólo eso. Pero el estúpido de Sladkov lo arruinó todo y ahora mírennos: cinco estados en crisis y rodeados en una zona de cuarentena.

El sol estaba ardiente. Cada metro que avanzábamos en la carretera, era encontrarse con cientos de avispones. Era imposible avanzar así. Lo único que podíamos hacer era pasarles por encima, evitar que no rompiesen las ventanas. Mi mirada iba frente al volante. Mis anteojos estaban perfectamente fijados hacia el frente, sin mirar atrás. Sin escuchar los desesperantes gritos de Ty, Brook y Vitz. Detrás de mis lentes, mis pantanosos ojos verdes seguramente reflejaban el deseo de pasarles por encima a todos esos hipocritones de Calistoga. De las casas en la carretera, intentaban huir numerosas familias, pero eran devoradas y mutiladas en menos de dos minutos. Nadie podía escapar. A estas alturas, creo que nosotros cinco somos los únicos sobrevivientes y aún así tengo que asegurarme de la muerte de Bertrand. 

(PUGH, PUGH, PUGH). Se escuchaba fuera del auto. Numerosos avispones golpeándose contra esta maldita porquería o intentando quebrar ventanas. Era mucho. Sabía que íbamos a morir en el intento de escapar. No podíamos salir de Calistoga, por lo menos no aún. Seguí avanzando y esta vez subí la velocidad de 50 a 200. Quería salir de esa estampida a como dé lugar. 

- ¿Qué vas a hacer Ronnie, cómo saldremos de aquí? - oí preguntar a Vitz. Ni siquiera le miré, solo le dije de forma sutil:

- Cuando les diga: "Muéranse", todos salen velozmente del auto y me siguen. - Luego oí rumores angustiantes y temerosos de parte de Ty y Vitz. Brook me miraba perplejo, sin saber que decir. Ese indio estaba verdaderamente asustado. Tiff fue la única que asintió en un breve sollozo. No sé que me pasó por la cabeza al intentar huir con semejantes bultos. Primero Tyrone Macallan, jugador de fútbol y el más popular de la secundaria. Sólo de eso puede tener título, porque es un cobarde y arrogante. Creo que en todo el transcurso se ha quejado más que la propia Vitz. Sí, el chico es musculoso, sus ojos son como de Indostán y negros, su pelo aplastado me dio a entender que no le crecía mucho. Lo que más me sorprende es como Norma Hawkins pudo involucrarse con alguien tan insignificante como él. Su estúpida voz es gruesa, pero tiene algo que le hace parecer voz de luchadora profesional. Como sea, no le puedo alejar del grupo, porque en cuestiones de fuerza quizá nos iba a ser de mucha ayuda. 

Hasta El Último AlientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora