Los hombres millonarios lo tienen todo controlado; excepto los detalles de los detalles. Esta frase no puede ser más cierta y es lo que voy a explicar a continuación. Esto va más allá de ti y de mi. Esto no se trata de ninguno de nosotros.
Por cierto, soy Cox, "el ojo del huracán". Nadie me llama así, por cierto, pero es el apodo que debería tener después de tener el trabajo más importante de todos: la vigilancia. Soy un agente especial, trabajo para Clinton Souberville y estoy encargado de vigilar todas las zonas de California y Washington, dos de los estados infectados.
Souberville me ha pagado bien por mis servicios. No, no está ni en Nueva York ni mucho menos en Washington D.C.; ni los ricos se pudieron salvar del desastre ocasionado por aquel virus. Así es, ni todo el dinero del mundo puede garantizarte seguridad. A Souberville le prohibieron rotundamente cruzar la zona de cuarentena; intentó sobornar a todos los militares protectores de la zona, pero ninguno aceptó tal corrupción, pues hay que decirlo, hay miles de vidas en riesgo y es totalmente irresponsable dejar pasar a uno conociendo las probabilidades de su infección.
Desde ese 24 de enero en el que Souberville intentó escapar, se ha instalado en una mansión clandestina en Nevada, uno de los estados infectados. La cosa no está nada bonita, amigos. Al principio sólo eran California, Washington, Oregón y Nevada, pero los militares no pudieron contener la catástrofe que se formó en Idaho y Utah, ahora infectados, también. Seis estados y la cosa va por más, pues el virus cada vez más se expande por Arizona y los militares están apunto de retirarse. Son muchos. Creo que hay más de ellos por los seis estados que gente superviviente.
Como sea, mi objetivo ahora son esos mocosos idiotas que van en el carro de Cutbert Bertrand. Ahí van, a toda velocidad, como si no hubiese un mañana. Salieron de Calistoga, su ciudad natal y tal parece que van con mucha prisa arrollando y acribillando a todos ellos por el camino. Acaban de llegar a Napa, esa buena tierra que era una maravilla con sus vinos y su gente bondadosa, campestre y de alta alcurnia, ahora no es más que una ciudad fantasma y destruida por ellos, que poco a poco avanzan hacia Arizona en conjunto, son demasiados, demasiados.
Dato importante: No crean que amo mi trabajo. Lo hago por necesidad, me pagan bien. Y no, no soy malo. De mi boca, Souberville jamás se enterará que esos muchachos siguen con vida ni de todos sus movimientos. Yo juego para su lado. El único problema es Ronnie Barnes, el ahijado de Souberville. El vio cuando los chicos pasaron en su auto y a base de engaños, promete una tierra nueva y digna de vivienda a su equipo. Ese será el pretexto para salir de Calistoga y seguir a Liam y su pandilla. Déjenme escuchar esta amena conversación que tiene mi jefe con uno de sus oficiales.
(gritos de exalto) Souberville, con su elegante saco negro, corbata morada y camisa blanca llega gritándole al oficial Perabo, uno de sus consentidos. Su cabello gris y poco pronunciado se mueve al compás de su caminado, su piel careciente de arrugas y ojos verde puro resaltan con los focos de la instalación secreta donde ejercemos nuestro trabajo: paredes grises, equipos tecnológicos ubicados por todos lados y algo no más grande de dos pisos.
- ¡Te dije que lo volvieses a intentar! - gritaba a Perabo, que inclinó la cabeza durante sus reclamos, ya sea por miedo o por respeto. - ¿Qué dijo el maldito gordo ese?
- Se-se-señor - respondía Perabo, nervioso a un Souberville completamente frenético. - Rechazaron su propuesta, por milésima vez. Ya era el último oficial de la zona de cuarentena en Arizona. - Souberville seguía enojado y con el cejo fruncido.
- Esos malditos idiotas - dijo Souberville, pasándose la mano por el cabello dos veces, sacando una caja de cigarrillos y llevándose uno a la boca mientras Perabo lo enciende con un fósforo. - ¿Cuándo van a entender que no quise que esto pasara? Perabo tu lo sabes. Estuviste presente en todas mis reuniones con el imbécil de Sladkov y sabes que el fin de la creación del virus era meramente como prueba. Pero ese maldito estúpido lo arruinó todo. Intentó salvar el mundo y lo que hizo destruirlo. Ya es hora de que todos sepan que el verdadero culpable es el maldito calvo, enano, flaco y cuatro ojos de Lars Sladkov. - Procedió a guardar su mano izquierda en el bolsillo de su pantalón y la otra la utilizaba para sostener el cigarrillo que estaba fumando.
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Hasta El Último Aliento
Science FictionUn grupo de jóvenes de un instituto estadounidense se percatan de la existencia de un virus letal que rápidamente se esparce por toda la ciudad e intentan sobrevivir dentro del plantel, aunque en cualquier momento pueden morir... Igual que los demás